«Yo intento ser buena persona cada día, y eso se refleja en cómo haces tu trabajo”

Luisma se jubila tras casi tres décadas trabajando como barrendero en las calles de Santander, en las que ha aplicado una filosofía que mezcla el esfuerzo por el trabajo bien hecho, la amabilidad y la atención al ciudadano.
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“A veces tienes ante ti una calle muy larga. Uno piensa que es tan terriblemente larga que nunca logrará acabarla (…) “No hay que pensar nunca en toda la calle de una vez, ¿entiendes? Solo hay que pensar en el siguiente paso, en la siguiente inspiración, en el siguiente barrido. Y una y otra vez, tan solo en lo siguiente. (…) Entonces, disfrutas, y eso es importante, porque de esa manera haces las cosas bien. Y así tiene que ser. (…) De repente, uno se da cuenta de que, paso a paso, ha barrido toda la calle”

La explicación, toda una filosofía de vida aplicada al mundo del trabajo, procede de Beppo Barrendero, el personaje más sabio –con permiso de Casiopea- de ‘Momo’, de Michael Ende, un libro infantil que es casi un documental sobre el robo del tiempo, los espacios comunes, las relaciones y las ciudades.

A este lado de la pantalla hace tiempo que cuando nos imaginamos a Beppo se nos viene con el rostro de Luisma, a quién habréis visto cientos de veces en las últimas décadas por las calles de Santander, la última racha en el Ensanche. Es barrendero, y la semana pasada pudimos compartir el que bien podría llamarse el día de los abrazos: su último día de trabajo al alcanzar la jubilación tras 26 años limpiando Santander.

A pocos metros del local donde depositaba definitivamente su uniforme, Luisma no podía parar de sonreír, nada que sorprenda a quien le haya observado estos años.

“Me siento muy bien. Lo único que tengo que hacer es agradecer todo lo que me han devuelto. Yo he participado en el trato con la gente, claro, pero es que todo eso me lo han devuelto. Si tú saludas, hablas con ellos, das los buenos días… al final te conoce todo el mundo. Y eso es de lo que estoy muy satisfecho. Me siento encantado de estos años de trabajo”.

Barrendero, peón de limpieza, “con mucho orgullo», se conoce al dedillo calles y rincones de Santander que ve de otra manera a muchos de los que la patean cada día: Menéndez Pelayo, por ejemplo, es una calle que con la caída de las hojas, “puedes volverte loco” y “terminarla es imposible”, mientras que Cueto, que es “larguísimo”, se hace más fácil y un espacio relativamente reducido como la Cuesta de las Cadenas es de las “complicadas”.

Sea como sea, tras haber pateado por esas y muchas otras, lo que se ha llevado es el conocimiento y reconocimiento de la gente: “al cabo de años me encontraba con personas y me saludaban, me reconocían”, algo que le llena de “orgullo”.

La clave, explica, es organizarse, ver “qué zona atacar primero”. El resto, “voluntad de trabajo y amabilidad, no se necesita más”. Y se entiende: “si eres amable con la gente, te perdonan los fallos. Si un día no llegas a limpiar una zona, saben que al día siguiente tú la vas a dejar bien».

Dos décadas, casi tres, dan para mucho, para comprobar cómo cambia la ciudad, dónde vive o se mueve más gente, qué tipo de basura es más común: “ahora hay más plástico que antes, pero también más conciencia”, nos cuenta Luisma, quien enfatiza, frente a tópicos, el “esfuerzo” de las personas más mayores por reciclar o por meter la bolsa en el contenedor, “aunque les cueste”.

El tiempo le ha dado para convivir de forma más estrecha con otras personas muy ligadas al día a día de las calles: policías locales, comerciantes, y también las personas sinhogar …

Desde que empezó, primero en las playas, luego en las calles, han cambiado incluso las propias tecnologías aplicadas al trabajo, desde los vehículos a la forma de tratarlo.

En cualquier caso, sea en cuadrilla de limpieza o sólo frente a la calle (como es el caso de Luisma, que ha pasado muchas horas “solo con mis pensamientos”, sobre todo entre las 6 y las 10 AM, que “piensas mucho”), limpiar la calle es trabajo en equipo en el que la ayuda de los compañeros siempre será fundamental. “He conocido compañeros buenísimos, y me llevo muchas amistades verdaderas. El 90 % de la gente con la que he trabajado son amigos, no solo conocidos. Eso me lo ha dado este trabajo”.

Luisma muestra una conciencia muy clara de estar cuidando la ciudad con su trabajo. Y una ética del trabajo bien hecho, de la satisfacción de conseguirlo (“te quedas muy satisfecho cuando terminas una zona complicada”) de que todo oficio es importante porque todo suma.

También de servicio público, de estar a disposición: en un momento en que cada vez hay más turistas, es normal que además de barrendero, se convierta un poco en orientador de calles.

“Mi receta es 50 % voluntad de trabajo y 50 % amabilidad. Si eres amable, la gente te respeta. No hace falta discutir. Yo intento ser buena persona cada día, y eso se refleja en cómo haces tu trabajo”, concluye Luisma, al que todavía les esperaba alguna sorpresa de los compañeros.

Y así, sin darse cuenta –y siempre saludando mucho–, ha acabado con esa calle tan larga hasta llegar a la jubilación. Ahora empieza otra calle que se recorrerá, también, poco a poco, con mimo y una sonrisa.

 

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