‘Nos llamaban hijas de rojo’: la represión franquista no se conformó con asesinar a Eusebio Cortezón

El testimonio de Luisa Cortezón, recogido por la revista 'Trasversales' y cedido por la Fundación Andreu Nin, reconstruye desde el exilio la vida marcada por el fusilamiento de su padre en 1938, ahora declarado injusto
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Luisa Cortezón nació en Astillero, en el seno de una familia trabajadora comprometida con la política. Su padre, Eusebio Cortezón Castrillo, era ebanista de profesión y concejal por el POUM (Partido Obrero de Unificación Marxista), formación marxista revolucionaria crítica tanto con el fascismo como con el estalinismo. El 7 de diciembre de 1938, con la guerra ya inclinada del lado franquista, fue fusilado en Santander, a pesar de que su condena a muerte había sido oficialmente conmutada. Hoy un juzgado de Santander ha confirmado que esa condena y asesinato fue injusta.

Condenas sin pruebas en base a testimonios de parte: la reparación a Eusebio Cortezón evidencia cómo funcionaba la «justicia» franquista

La sentencia, sin embargo, no considera probada esa represión posterior que, además de cebarse en la ideología y no en los actos, se extendía a la familia. Una represión que Luisa plasmó por escrito, tras marcharse a Francia, a petición de su sobrina y su hija, en un testimonio que fue publicado en 2006 por la revista ‘Trasversales’, con el apoyo documental de la Fundación Andreu Nin, entidad dedicada a preservar la memoria de militantes del POUM y de la izquierda no estalinista.

En su texto, titulado ‘Mis recuerdos’ y consultado por EL FARADIO, Luisa reconstruye la guerra y la posguerra desde la perspectiva de una niña que vio cómo su familia fue arrollada por la violencia política. Pero sobre todo, relata cómo el castigo no terminó con la ejecución del padre: la represión se extendió sobre toda la familia durante décadas.

Una ejecución pese a la conmutación

Tras el avance de las tropas franquistas en el norte, la familia Cortezón emprendió la huida en 1937 desde Astillero hacia Asturias. Embarcaron en el buque “Luis Adaro” desde Gijón, pero fueron interceptados por el acorazado franquista “Almirante Cerbera” y trasladados a Santander, ya bajo control del ejército sublevado. Allí, tanto el padre como varios miembros de la familia fueron retenidos y encarcelados.

El relato de Luisa recuerda que, en la prisión de la calle Alta de Santander, su padre vivía con la esperanza de que no sería ejecutado, ya que su condena de muerte había sido sustituida por prisión. Sin embargo, una madrugada helada, sin previo aviso, fue sacado de la celda y fusilado sin que la familia pudiera siquiera despedirse.

El estigma que nunca se marchó

La ejecución de Eusebio Cortezón no fue el final del castigo. Fue el principio de un sistema de represión extendida que afectó a toda su familia, compuesta por siete hijos, una madre joven y una abuela. A partir de ese momento, la familia quedó marcada como “roja” y sufrió el acoso social, económico y administrativo que el régimen imponía a los vencidos.

En la escuela, los hijos eran insultados y discriminados. “Nos llamaban hijas de rojo”, recuerda Luisa en su testimonio. A su madre, además de la pérdida de su marido, le tocó afrontar la pobreza absoluta y la constante vigilancia. “La Falange nos visitaba con frecuencia, entraban en casa, revisaban, se llevaban cosas, y nunca devolvían nada”, relata.

La represión tenía muchas formas: económica, con multas sin explicación ni posibilidad de defensa; laboral, con impedimentos para acceder a trabajos por el “antecedente familiar”; y psicológica, con la instauración del miedo como norma. “Era muy difícil trabajar si no llevabas un certificado de buena conducta política. Y nosotras no lo teníamos, por nuestro apellido”.

Los hermanos fueron dispersándose. Algunos huyeron a Francia, otros encontraron empleos precarios, sin contrato, bajo la amenaza constante de ser denunciados. La madre vivió cosiendo y aceptando encargos clandestinos de vecinos solidarios. En el testimonio, Luisa recuerda cómo su madre pagó multas “por cualquier cosa”, mientras criaba a siete hijos sin ayuda institucional.

 

 


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