“Fuera el odio de nuestras aulas”: estudiantes evidencian la conexión entre el discurso de odio y los casos de acoso escolar
En colegios e institutos, hay mochilas que pesan mucho, y hoy, en las calles de Santander, ha habido carteles artesanales que transmitían muchas lecciones y pancartas que se llevaban mejor porque el peso estaba compartido.
Más de un centenar de jóvenes secundaron la convocatoria estatal del Sindicato de Estudiantes contra el bullying en solidaridad con la joven andaluza Sandra Peña, víctima de acoso escolar. A muchos de ellos les hemos visto en otras convocatorias de la misma organización en denuncia del genocidio en Gaza, en la cita de hoy hay que poner en valor la asistencia ya que es semana blanca en colegios e institutos, de modo que la convocatoria era más difícil de gestionar.
Las pancartas que llevaban muchas eran bastante expresivas, como un muy gráfico “el bullying dice más de ti que de mi” que ponía la llaga no en las víctimas, sino en los agresores, mientras que otros lemas que se esgrimían en la marcha por el centro de Santander extendían el problema más allá: “no es tu culpa, es del sistema” y logrando transformar el “miedo” en “rabia”.
El estudiantado cuestionaba los recursos que se dedican a la educación y la salud mental (“queremos recursos y no lamentos”), pidiendo más apoyo para terapias (“Faltan psiquiatras y sobran fachas”) y mejores protocolos para detectar los casos (“disculpen las molestias, es una emergencia”) y actuar ante ellos.
Además de, en la misma línea de romper el silencio (la muerte de Sandra ha impulsado un me too del acoso escolar, es decir, cierta confesión masiva de haberlo sufrido en algún momento) y siguiendo la estela de las grandes lecciones del movimiento feminista o LGTBI de que lo personal es político, insistían en que “hablar del suicidio ayuda a prevenirlo”.
Era, al igual que las que se han desarrollado en apoyo a las víctimas del genocidio, una manifestación profundamente humana y empática, y, también y en consecuencia, muy política, entendiendo la política como aquello que nos afecta a todas y todos: acababa frente a la sede de la Consejería de Educación, a la que pedían más recursos, mejores protocolos, más apoyo a la educación pública.
El manifiesto, de hecho, conecta la realidad del acoso escolar con otra realidad con la que tiene conexión directa, por mucho que haya a quien incomode: la del discurso de odio, es decir, aquellos mensajes que se dirigen expresamente contra colectivos vulnerables cargados de violencia verbal, que es uno de los primeros pasos por los que empieza el camino del odio que acaba en las humillaciones, las agresiones físicas y la anulación total de la persona.
Porque, según recordaban en la lectura del manifiesto –previo minuto de silencio en recuerdo de Sandra—, el acoso escolar se dirige a estudiantes por su raza o procedencia, por su orientación e identidad sexual, se ceba con chicas o migrantes, se recrea en la ropa o el aspecto cuando no encaja en los canones de quien se cree que puede dictar lo que es lo normal. Y al final, eso sucede también en los mensajes políticos o de comunicadores que se esparcen por medios y redes, y que no se diferencian tanto de abusón de las aulas.
Más allá de –que no es poco—un mensaje de apoyo a una víctima concreta, Sandra, y de denuncia de todo lo que falló en el colegio concertado religioso en el que se produjo –acostumbrados a escuchar que las acciones tienen consecuencias, les costaba comprender que en este caso no esté pasando–, el Sindicato de Estudiantes avisaba de que la muerte de Sandra es un punto de inflexión y que a partir de ahora, encaran una campaña de denuncia general y constante del bullying en las aulas. Porque, literalmente, “el acoso escolar no nos deja respirar”.