Tributo a Chavela Vargas. Sus canciones resonaron en Santander en las voces de Rozalén, cuatro grandes actrices y el pianista Alejandro Pelayo

Un vendaval de canciones llenas de vida y emociones llenaron la sala Argenta del Palacio de Festivales en dos sesiones de un fin de semana donde los cronistas tuvimos que elegir dónde estar y qué escuchar (piano por aquí, piano y soprano por allá, cantante napolitana muy contemporánea, audiciones, cine español con novedades…). Pero Chavela Vargas es una de las más grandes artistas del siglo XX -y un cachito del XXI- y recordarla en un montaje que mezcla biografía y canciones fue una buena decisión. Una producción que recompone su vida y ofrece revivir unas canciones que el público conocía… y tarareaba.
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Chavela – Producciones Rokamboleskas – Sala Argenta – 28 y 29 noviembre – 19:30 horas

María Isabel Anita Carmen de Jesús Vargas Lizano nació en una pequeña villa de Costa Rica en 1919. A los 14 años se trasladó a México, adoptando la nacionalidad mexicana con 17 años. Ya era entonces Chavela Vargas, una mujer que gustaba usar un poncho rojo (sarape), vestir como si fuera un hombre, fumar y beber con y sin tino y portar dos pistolas. Una producción sobre su vida y canciones recaló el pasado fin de semana en Santander, llenando la sala grande del Palacio de Festivales dos días seguidos. Una conquista más de “la chamana”.

“Chavela” es una mezcla de tributo a su figura y canciones, repaso de algunos episodios de su vida y todo contado con música en directo (piano) a través de la representación de las varias Chavelas que existieron a lo largo de sus 93 años bien vividos.

Todo empieza con la aparición en una abertura del telón de Chavela-Rozalén cantando “Macorina”, una canción emblemática que escribió Chavela para sentirse acurrucada y querida; Rozalén y su poncho son abrazados por la actriz Luisa Gavasa, la que representa a Chavela en su última semana de vida en Cuernavaca (murió el 5 de agosto de 2012). Luisa es cuidada por dos enfermeras (o enfermero y enfermera, algo que no está claro) que van descubriendo muchas de sus sentencias: “La de cosas que me puso la vida por delante, para que yo las viviera” – “La soledad es el precio que se paga por la libertad” – “A brindar por extraños y llorar por los mismos amores” – “Ya me canso de llorar y no amanece” – “Tengo frío”.

Chavela convaleciente deja paso a la Chavela niña cuya padre la maltrataba a cinturonazos, a una Chavela joven y a otros personajes que Paula Iwasaki, Raquel Varela y Laura Porras representan, adivinándose un militar mexicano, el gran José Alfredo Jiménez (causante de ese gran tema que es “Paloma Negra”), Frida Kahlo, Federico García Lorca o Pedro Almodóvar (causante del éxito de “Piensa en mí”, canción de Chavela que se escucha en lo que quiere ser el Olimpia parisino con Edith Piaf de oyente). Idas y venidas temporales que acaban componiendo un drama a saltos que condensa episodios de vida y alucinaciones chamánicas que el espectador tiene que recomponer (la triste hoja del programa no ayuda). 

Mientras tanto, el compositor y pianista Alejandro Pelayo (Santander, 1971) acompaña los diversos episodios con una música atemporal que se hace temporal en cada canción de la Vargas: “El último trago”, “Volver, volver”, “Luz de luna”… El cierre fue “La Llorona”, precedido de un requerimiento especial desde el escenario para que el público femenino cantase el conmovedor tema (y también el masculino). Gran momento emotivo, lagrimas en las filas con centenares de personas cantando junto a las artistas: “Yo soy como el chile verde, llorona, picante pero sabroso. ¡Ay de mí llorona, llorona!, llorona llévame al río. Tápame con tu rebozo llorona, porque me muero de frío. No sé qué tienen las flores, llorona, las flores del camposanto que cuando las mueve el viento, llorona, parecen que están llorando”. Sala en pie, emociones yendo y viniendo hacia la recordada Chavela; cuatro actrices que junto a Rozalén consiguen un gran tributo a una grande de la canción universal (ya lo dijo Edith Piaf), un tributo donde las canciones y las emociones superan el revuelto hilo argumental. Escenografía con pasarela superior y escalera cambiante que diferencia escenas, audiovisuales que alumbran las alucinaciones chamánicas y a ese pájaro que clamaba el número 6, iluminación que ayuda a entender lugares y naranjas, muchas naranjas sobre el escenario. Resumen: un tributo donde brillan las canciones, se movilizan emociones y suceden cosas a velocidades. Grande Chavela, antes y ahora.

La auténtica Chavela Vargas en el 2009 (90 años)

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