«Este verano con los incendios hemos tenido una lección muy dura de lo que ocurre en algunas zonas que se han ido abandonando»
El pasado verano ya hablamos con este investigador del CSIC, profesor universitario y activista climático sobre un documental en el que él hacía el papel de voz conductora y que trataba sobre el lobo. Se llama ‘El lobo como escuela de pastores y de democracia’. Esta vez hemos ido más lejos a la hora de hablar sobre el medio rural y el abandono que sufre.
Lo que se conoce como España vaciada tiene detrás muchos procesos que, a menudo, se desconocen. Una cosa es el campo como lugar al que acudimos y del que tenemos una visión idílica, pero luego nos encontramos con la instalación de una planta de biogás, de una macrogranja o de un parque fotovoltaico. Es decir, se convierte en «una zona de explotación» con cada vez menos gente «para defenderlo», dice Valladares en una entrevista concedida a EL FARADIO.
Esto es algo que se puede ver en la mayoría de los países más desarrollados. Población que se va incorporando a las ciudades y abandonando el medio rural, que ya «tampoco se sabe muy bien hacia dónde va y está sirviendo un poco como donde poner muchas instalaciones, pues eso, incómodas, peligrosas, desde residuos nucleares hasta grandes vertederos, todo lo que no se quiere allí que se pone, y por supuesto todo eso tiene un impacto negativo en la biodiversidad». Las cosas se colocan donde menos molestan, o donde se opone menos resistencia, argumenta Valladares. Y la biodiversidad es una de las víctimas más claras de la falta de planificación.
Sí se produce un movimiento de regreso, o de personas que deciden salir de la ciudad por la tranquilidad que otorga el medio rural, pero el científico dice que «no somos el número suficiente para contrarrestar y a veces en algunos pueblos, en algunas iniciativas, pues sí podemos aportar un poco nuestra formación» y que eso sirva para «detener un disparate», por ejemplo.
El problema clave para Valladares es «esa mentalidad del negocio primero, de sacar mucho dinero, con lo cual las medidas de seguridad son las mínimas, el impacto sanitario, ambiental de muchas de las macro instalaciones, pues es brutal porque va a ir siempre a expensas del negocio». De esta forma se supedita todo a que se quiera obtener un beneficio económico de muchas de las cosas que se hacen en el campo. Hay excepciones, lugares bien conservados, pero «tenemos extensas zonas del territorio donde no hacemos más que darle palazos», lamenta.
La despoblación lo que provoca es que disminuya la vigilancia que podemos de muchos espacios que no haría falta vigilar a diario, pero sí de vez en cuando. «Este verano con los incendios hemos tenido una lección muy dura de lo que ocurre en algunas zonas que se han ido abandonando, la gestión se va perdiendo, no se trata de culpabilizar, se trata de intentar analizar el fenómeno que es multifactorial, que ocurren varias cosas a la vez», describe el investigador del CSIC. Defiende que sí hay ocasiones en que los científicos pueden asesorar, pero muchas veces no sirve para evitar proyectos que después acaban en los tribunales porque una asociación ecologista, por ejemplo, busque esa forma de frenarlo, sin haber tenido la oportunidad de un diálogo constructivo para que se aborde antes de llevarlo a cabo.
Se queja Valladares de la falta de conexión con la naturaleza. Un artículo científico, este mismo otoño, revelaba que, en una lista de 70 países, España era última en ese aspecto concreto. Es decir, que tenemos «vínculos que pueden ser más bien culturales o familiares y que no se traducen hoy en día comparativamente con una conexión con ecosistemas, diversidad, árboles, bosques, prados, matorrales». Algo que sí es mucho más habitual en varios países asiáticos y africanos, o en la América andina.
El activista climático considera que «si tú no tienes esa conexión tienes la frialdad de un pelotón de fusilamiento» y recuerda que están surgiendo en muchos lugares movimientos en contra de la tala de árboles, sobre todo en las ciudades. Recuerda Valladares que ahí es donde tienen mucho más valor, porque ayudan a contener las condiciones climáticas extremas que se producen en cada vez épocas más largas del año y no sólo en pleno verano. «En las ciudades valen, no el doble, valen el triple de lo que un árbol en un bosque y los talamos porque no me viene bien porque me levanta un poco las baldosas o porque echan muchas hojas», critica.
Cree este científico que «España no termina de moverse lo suficiente para proteger, poner en valor, desarrollar» en cuanto al territorio de que disponemos y defender la importancia del medio rural. Y suma a esto que «a la ciencia no se la termina de escuchar a la hora de tomar decisiones». Pese a que los científicos sí están bien valorados por la sociedad, eso no se plasma en cuanto a que quienes toman las decisiones se dejen asesorar por ellos. Al contrario, a veces «intentamos como mucho poner alguna tirita, algún remedio puntual a cosas y tirar para adelante como si no fuera la cosa tan grave o si no fuera del todo con nosotros».
Reivindica Valladares que «los científicos podemos demostrar que es el dinero mejor invertido la inversión en naturaleza, de las más rentables, lo mires como lo mires, si nos preocupa la mera rentabilidad económica, porque hay un montón de efectos positivos por cada euro que tú metes en conservar, sea un animal, sea un ecosistema, sea un espacio, montón de efectos positivos en la salud de las personas».
Pese a que estemos en plenas fechas navideñas, donde el consumismo crece notablemente, Valladares no se rinde. Siempre trata de explicar lo que sucede, señala los puntos más delicados, las dinámicas que habría que cambiar, y lo hace gracias a su propio trabajo y la observación de un medio rural que visita tanto como puede. Y siempre invitando a una reflexión serena que busque la solución de problemas.