Sandro y Sancho

Son tantos los encuentros que Sandro Cordero declara haber mantenido con Sancho Panza, que han llegado a intimar hasta el punto de que el personaje ha revelado a la persona logros y defectos -literarios- de un tercero, al que le debe la vida eterna, Miguel de Cervantes. Y Sandro Cordero lo va cascando, a su modo, por escenarios de Cantabria, España y el mundo
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El pasado día 21 de agosto tuve, al fin la suerte, aprovechando una brevísima estancia en Santander, de ver y escuchar el relato escénico de uno de esos encuentros, que Sandro Cordero se inventa, sin menoscabo alguno del espíritu cervantino. Fue en “Las noches de la Teatrería de Ábrego”, en el precioso espacio exterior de su sede teatral. “Cervantada” es el título, que Sandro Cordero ha puesto a la obra, producida por Hilo Producciones, y cuyo texto ha escrito, además de dirigir e interpretar la función. Suena a vastedad, el título, pero resulta más sugerente que cervantino o cervantina, si de Sancho se trata, que no se anda con las finuras del caballero de sus amores y pesares. Y, también, porque se compadece más con el talante respetuosamente burlón, con el que Sandro Cordero trata a sus personajes.

Sancho Cordero va por los escenarios, con toda la carga cervantina -¿mejor cervantesca?- y shakesperiana -¿mejor shakespirianesca?- a cuestas, que también ha tenido encuentros con personajes de la obra del dramaturgo inglés, pudiendo con algún otro clásico de nombre desconocido. Y los descarga sobre las tablas con la ligereza de un humor, que alberga seriedad, dando la vuelta a los textos originales, en los que en su seriedad late el humor. En “Cervantada”, las tablas de la noche del 21 de agosto tenían el color verde de la hierba, en el jardín de La Teatrería, y el ambiente natural lo ponía el relente, a la orilla del río Pas. Del ambiente escénico se ocupó Pancho V. Saro, quien al control de luces y sonido logró convertir un espacio abierto en un recinto teatral, en el que la iluminación pasaba de ser luz de luna, en las escenas más explicativas, a mezclar luz y sombra, que envolvía al actor en escenas de mayor intensidad interpretativa, a la vez que dotaba de calidez al relente de la noche.

Sandro Cordero, y su “Cervantada”, pusieron de manifiesto, una vez más, que para hacer buen teatro bastan un buen texto y unos buenos actores. “Cervantada” es un texto tan propio -no solo en el sentido de propiedad, sino también de apropiado-, que Cervantes no habría tenido inconveniente en firmar. Y su autor es actor tan excelente, que ha hecho propio un registro interpretativo, dinámico, incluso cuando está parado. Un dinamismo, que tiene su combustible en un humor, compuesto de ironía y cinismo, dichos sean ambos ingredientes en sentido socrático, que si la ironía es la gracia de la inteligencia, sin un toque de cinismo no tiene chiste. No quiere esto decir que Sandro Cordero no acometa otros empeños interpretativos diferentes, con el mismo grado de excelencia: ahí estuvo su trabajo como autor, director y actor de “El azaroso trayecto de una luz a otra luz”, entre sus espectáculos, que yo conozco, y en el que, como escribí en la reseña, “no hay concesiones festivas”. También fueron aquellos un buen texto y un buen actor.

En “Cervantada”, Sandro no es Sancho, sino que lo reinventa a su medida, aprovechando sus confidencias. Y lo hace verosímil, como verosímil lo hizo su inventor. Y le dota de tanta gravedad como gracia, que de ambas condiciones participa el personaje. El que acompañe el texto y la actuación con algunas imágenes proyectadas, es en mi opinión de espectador, innecesario, por cuanto el texto ya sugiere a un buen entendedor. No sobra, sin embargo, la primera imagen, con la que se inicia propiamente la función, con la irrupción de actor-personaje en escena, que ponen al espectador, desde el principio, definitivamente en situación. Como no sobra la explicación, al finalizar la función, de la razón de ser del grito con el que el actor irrumpe en escena, a la vista, desde la lejanía, de la imagen proyectada. Las consideraciones -al grado de conocimiento de los públicos, menos del allí, presente; a la desconsideración, por parte de los responsables de la cultura, en España; a los tópicos con los que los espectadores, también los críticos, despachan sus opiniones-, dichas con la ironía y el cinismo socrático-sanchopancescos, aportan un añadido crítico y didáctico.

No sé si habrá nuevos encuentros entre Sancho y Sandro. De ser así, Cervantes estará encantado, como escritor. Igual que lo estoy yo, como espectador de “Cervantada”.

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