Cosas a las órdenes

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“Con toda finura y profundidad le respondió al célebre Alejandro Magno un pirata caído prisionero. El rey en persona le preguntó: “¿Qué te parece tener el mar sometido a pillaje?”. “Lo mismo que a ti – respondió- el tener el mundo entero. Sólo que a mí, como trabajo en una ruin galera, me llaman bandido, y a ti, por hacerlo con toda una flota, te llaman emperador”.

Agustín de Hipona; La Ciudad de Dios;
Tecnos 2007; trad. de Santos Santamarta y Miguel Fuentes; p.181.

(la anécdota también se encuentra en la obra de Cicerón De republica, 3, 14)

Quizás este fragmento nos ayude a cuestionarnos algunas de las certezas con las que habitualmente nos colocamos en el mundo; en ese “orden las cosas” pre-establecido. Un orden de las cosas que trae incorporado un filtro determinado, un caleidoscopio moral y ético. Dirían los estructuralistas, con Claude Lévi-Strauss a la cabeza, que somos, en gran medida, producto o expresión de nuestras circunstancias. Que el entorno condiciona. Vendría a ser algo así como el sesgo del contexto. Por ejemplo, no es lo mismo que nazcamos en una familia acomodada de Santander a que lo hiciéramos en una del mismo Santander, pero a punto de ser desahuciada. Si estás a punto de ser desahuciado, y no tienes un lugar donde dormir la próxima noche, lo mas probable es que, como es lógico, te atrincheres en el lugar al que hasta hace nada, y aún en ese momento estás llamando hogar, junto a tus seres queridos.

Cualquiera podría decir que no hace falta leer a Claude Levi-Strauss para entender como el contexto, tus circunstancias te influyen, y cómo esas circunstancias te llevan a tomar determinadas decisiones. Y tendría razón; simplemente con ponerte en el lugar de esas personas tendrías gran parte del camino hecho a la hora de, si es el caso, posicionarte al respecto (Siempre nos estamos posicionando, incluso al decidir no hacerlo, lo haces).

Sin embargo, habrá quien diga que a ese contexto se superpone otro, el de una sociedad que se dota de leyes de cuyo cumplimiento o no dependerá la convivencia y algo así como la “paz social” en la que todos queremos vivir. Otros te dirán que frente a la realidad de esa familia, de esas personas, está la de el banco que les ha dado una hipoteca y cuyos intereses se ven perjudicados por una acción así. Incluso se podrá acompañar de argumentos que ayudarán a banalizar la situación última de desgarro que sufren esas personas, con comentarios como “hombre, si todos hiciéramos lo mismo, esto sería un desmadre” o del tipo “que lo hubieran pensado antes”. Así, en solo un par de frases (de sentencias) consiguen crear la sensación de que quien opone resistencia a ser desahuciado, un acto de pura supervivencia, lo hace como quien decide irse del bar haciendo un “sinpa” (es decir sin pagar) para luego, por divertimento, enfrentarse a las fuerzas de seguridad. Poniendo la sombra de la sospecha sobre quien sufre la injusticia.

Otro recurso es mostrar  a quien vive una situación así  como parte de un mundo de delincuencia y marginalidad de la que toda “persona de bien” debe huir, protegerse y mantenerse alejado. “Para eso están las leyes” se dicen quienes defienden estos argumentos, “para protegernos de esa gente”. Y así, sin darnos cuenta, o si, acabamos convirtiendo, en el peor de los casos, a las víctimas en verdugos, en el menos malo, en responsables de una situación en la que, en última instancia, nosotros nada podemos hacer. En ese “orden de las cosas” nadie comenta, por ejemplo, que compraron o alquilaron la casa porque todo el mundo tiene derecho a una vivienda digna y a construir un proyecto de futuro dentro de lo que este “orden de las cosas” te ofrece. Que, al hacerlo, lo hacían con un trabajo precario, porque cada vez hay más paro, de lo que ellos no son responsables, que trabajan más horas de las que se les pagan, de lo que ellos no son responsables, que les concedieron un crédito con cláusulas abusivas y sin un asesoramiento basado en la responsabilidad social, de lo que ellos no son responsables. Que pocas más opciones tenían (o ninguna), pues en este “orden de las cosas” no te queda otra. Que como consecuencia de este “orden de las cosas” perdieron ese trabajo con el que apenas podían tirar en el día a día, pero que bueno, “mejor eso que nada” se dice. Que pese a haber cumplido a rajatabla el “contrato social” que se les ofrecía, se encontraban en esa situación. Que si se les ofreciera un trabajo digno no dudarían en aceptarlo. Y que. llevados a ese extremo, ese “orden de las cosas” no les ha dejado mas opción que atrincherarse en su casa. Como haríamos cualquiera de nosotros en su caso. Porque. como decía Bertold Brecht: “Todos miran la fuerza del caudal pero pocos la naturaleza del cauce que lo provoca”

Y, es verdad, tampoco hace falta leer a Bertold Brecht para darte cuenta de que eso es una injusticia, de que algo falla. Y de que este “orden de las cosas” nos está convirtiendo en “cosas a las órdenes”.

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