El Mundo del Revés

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José Elizondo / STOP DESAHUCIOS

Josefa Hernández, de 62 años, vecina de Betancuria (Fuerteventura)  ya está ingresada, como si de una dolencia se tratara, en la prisión de Tahíche (Lanzarote) para cumplir una pena de seis meses por no derribar su vivienda construida en un terreno protegido.

Y es que duele Josefa, duele. Duele como latido de recuerdo, como punzada de dolor de otra mujer, Amparo Pérez, de 86 años, vecina de Santander a la que expropiaron su casa para construir el nuevo vial que conecta con la carretera S-20. Nuevas experiencias nos traen a la memoria experiencias pasadas, y duele lo que ocurre porque parece que no ha cambiado nada.

Y el gatopardo ronronea en el sofá de un hombre con chistera. Se tumba panza arriba y deja que le acaricien con billetes de 500 euros, todos numerados, todos en las mismas manos. Todo perfectamente legal. Y sin embargo, mientras al gato le hacen cosquillas, a tantas y tantas Josefas y Amparos las abren en canal para sacarles lo poco que les queda de vida. Y el dolor se vuelve crónico, tanto que casi ni nos enteramos. Y entre dosis y sobredosis de morfina el gatopardo ríe porque todo cambia para que todo siga igual. Por eso el dolor no desaparece.

Y duele de nuevo, para no olvidar como en su día Amparo Pérez, al no estar de acuerdo con ninguna de las dos propuestas que le hizo el Ayuntamiento de Santander; cambiar su vivienda de 90 metros cuadrados y un terreno de 374 por 79.000 euros o un apartamento de 40 metros cuadrados, acabó también encerrada.

Acabó encerrada por la especulación urbanística, por el modelo de nueva “ciudad ideal” posindustrial hecha a golpe de talonario y vallas publicitarias con la imagen de una familia feliz, fina y segura, como las compresas con alas. Pero aún nadie sabe a qué huelen las nubes en estos cielos de ciudades virtuales.

Ciudades sin rostro humano, con el rostro digitalizado para lograr las medidas perfectas. Hologramas de un futuro donde no pasaremos hambre, ni sed, porque no tendremos ni carne ni huesos. Ni tiempo, ni conciencia.

Ciudades de diseño hechas a la medida del ladrillo, que ni siente ni padece, donde no caben las personas solo los maniquíes. Ciudades escaparate con el rostro impasible ante quien no puede comprar ni el aire que respira. Ciudades pequeñas- “smart city”- con talleres clandestinos donde ancianas tejen  sus mortajas en silencio.

Es la Ley de la Mordaza.-Incúmplela una vez y paga por todos parecen decirle a quien se sienta en una sucursal bancaria para protestar y reivindicar que se cumpla el derecho universal a una vivienda, digna y adecuada, recogido en la Constitución Española en su artículo 47, –siendo los poderes públicos los responsables de promover las condiciones necesarias y de establecer las normas adecuadas para hacer efectivo este derecho-. En La  Declaración Universal de los Derechos Humanos  artículo 25 y en el artículo 11 de Pacto Internacional de Derechos Económicos, Sociales y Culturales (PIDESC).  ¿Entiende sus derechos?

Pero no puedo pararme  a pensar en ello: “Llego tarde/ Llego tarde/ A una cita muy importante/No hay tiempo para decir “Hola, Adiós”. / Llego tarde, llego tarde, llego tarde…” murmuro desorientado, como el conejo de Alicia en el País de las Maravillas, buscando una madriguera donde meterme.  Mirando un reloj que marca siempre la misma hora: la del desalojo, la del desahucio, la de la Ley Mordaza, la de Amparo, la de Josefa la de la vulneración sistemática (y legal) de los derechos civiles fundamentales.

Pero si mi madriguera ni siquiera es mía, me digo mientras camino a la deriva por las calles de esta “preciosa” ciudad. Como no puedo pagarla se la alquilo a un conejo con papeles que a su vez se la alquila a otra docena de conejos de todos los colores y procedencias. Camas calientes las llaman, y es temporada de caza.

Y es que “Llego tarde/ Llego tarde/ A una cita muy importante/No hay tiempo para decir “Hola, Adiós”. Y quizás por eso no veo a la gitana rumana del otro lado de la calle,  hacerme extraños gestos  con un ramo de rosas en una mano y una brocha con pintura roja en la otra. Aunque siendo gitana seguro que es una “Trapacera”  o como dice la nueva edición del diccionario de la R.A.E: “Aquel que con astucia, falsedades y mentiras procura engañar a alguien en algún asunto«. Por lo que ignorarla y evitarla se convierte, en cierto modo,  y atendiendo a lo dicho, en un acto de legítima defensa. Por lo que acelero el paso, no vaya a ser que me siga.

Así, quizás los bancos también desahucien en legítima defensa,  los poderes públicos recalifiquen y expropien por el mismo motivo y multen a ese chico con razón. Entonces quizás Amparo y Josefa sean realmente responsables y culpables de su situación. Y este mundo no esté “del revés” como diría Galeano. Al final todo cobra sentido Humpty Dumpty…– ¡Que les corten la cabeza! oigo a lo lejos. Pero no hay tiempo, no puedo volver la vista, llego tarde, aunque ya no recuerdo a donde voy. Solo sé que llego tarde, quizás demasiado tarde…

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