Brasil, tensión e indiferencia antes del Mundial de fútbol

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A una semana del comienzo del Mundial de fútbol, Sao Paulo, la ciudad donde se disputará el partido inaugural, amaneció el jueves sin servicio de metro. ¿El motivo? Una huelga de los trabajadores, que reivindican un aumento salarial aprovechando que todo el planeta fútbol mira estos días hacia el país carioca. El atasco matinal batió todos los records: 200 kilómetros de automóviles estancados. La ciudad más poblada de Brasil – una metrópolis de 20 millones de habitantes – colapsó dejando en el ambiente una pregunta comprometida: ¿se encuentra Brasil en condiciones de organizar la Copa del Mundo?

El activista y fundador de la agencia SubVersiones, el mexicano Heriberto Paredes, se encuentra estos días en Brasil para seguir de cerca los acontecimientos. Cada día acude a las movilizaciones y participa como voluntario en la Coordinadora de los Comités Populares da Copa, un movimiento de base que denuncia los abusos cometidos por el Gobierno a raíz de la organización del Mundial y los Juegos Olímpicos que se celebrarán en Río en 2016. Paredes está convencido de que las protestas arreciarán cuando comience el Mundial. “Veremos violencia y enfrentamientos en las grandes ciudades como Sao Paulo, Río y Fortaleza”, asegura.

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Protestas en Brasil contra la celebración de la Copa del Mundo de fútbol

El activista, que ayer participó a través de videoconferencia en un debate sobre la otra cara del Mundial de Brasil celebrado en la librería La Vorágine, en el que también intervino el periodista español José Manuel Rambla, retrata un país inmerso en un ambiente de tensión latente. “Esto no parece un país tranquilo que esté esperando un mundial de fútbol, no hay alegría, el fútbol es el menor de los temas”, apunta Paredes. El descontento reina en las calles de Brasil, patria del fútbol alegre, el único país que puede presumir de haber conquistado cinco mundiales y en el que aparentemente el balón y la selección verdeamarelha son religión y dogma de fe.

EL DESENCANTO BRASILEÑO

¿Cómo se ha llegado a esta situación? José Manuel Rambla, que sigue el día a día de la actualidad brasileña prestando especial atención a los movimientos en las favelas, señala una serie de elementos clave para explicar la aparente apatía de la ciudadanía ante el Mundial: el fin del crecimiento económico explosivo, la crisis política y los eternos problemas estructurales del país sudamericano.

Durante años Brasil ha crecido a un ritmo envidiable. Eso aparentemente ha terminado: el optimismo económico se apaga y aparecen las primeras señales de estancamiento. Por otro lado, la popularidad de Dilma Rouseff se desploma después de que varios de sus socios de Gobierno hayan retirado su apoyo al Partido de los Trabajadores, que después de diez años en el poder sigue sin afrontar las reformas profundas que el país demanda para poner fin a sus grandes problemas de base: el reparto de la tierra, la situación de los indígenas, la vivienda y la educación.

Ante esta situación, la ciudadanía se revuelve y protesta. Rambla esboza un croquis de las movilizaciones definido por tres aristas. El eje central lo forman los Comités contra la Copa, muy limitados y reprimidos por el Gobierno, que se movilizan directamente contra la celebración del Mundial. En torno a ellos se sitúan las protestas sectoriales de los trabajadores que reivindican sus derechos laborales aprovechando la coyuntura. Por último, el movimiento de las favelas, que reacciona frente a las violentas actuaciones de la policía en los barrios marginales.

El Gobierno de Rouseff intenta desmovilizar a la ciudadanía aprobando leyes que restringen el derecho a las manifestaciones y a través de fuertes refuerzos policiales, dando lugar a un escenario que el periodista español no duda en calificar de recorte de libertades. Conjuntamente, los medios de comunicación, encabezados por el conglomerado multimedia O Globo estigmatizan a los manifestantes asociándolos con el crimen organizado.

Y hay más: los movimientos sociales mayoritarios de Brasil, el Movimiento de los Trabajadores sin Tierra y el Movimiento de los Trabajadores sin Techo denuncian la connivencia entre los grandes productores agrícolas y las grandes constructoras que han obtenido las concesiones para acometer las obras del Mundial y los Juegos Olímpicos. En un país donde la agricultura es el principal motor de la economía, los grandes productores agroalimentarios actúan como un lobby implacable, frenando las reformas mientras las grandes explotaciones se multiplican. Al mismo tiempo, la escuela y la sanidad públicas sufren enormes déficits de financiación.

PROTESTAS Y VIOLENCIA POLICIAL

Consignas como “más escuelas y menos estadios” se repiten continuamente en las manifestaciones. Y en este contexto, los excesos policiales se han convertido en una práctica habitual: Brasil se encuentra a la cabeza en las estadísticas que registran las cifras de personas fallecidas a raíz de actuaciones policiales. En 2012, último año del que se tienen datos, se contabilizaron 1890 muertos, la mayoría en enfrentamientos en las favelas. En ese sentido, Rambla habla de criminalización de un sector de la población: “en Brasil, negro y pobre es sinónimo de enemigo potencial”.

Heriberto Paredes sostiene que solo hay que salir a la calle para ver los problemas a los que deben hacer frente la mayoría de los brasileños, y afirma que estos problemas se agudizarán cuando comience la Copa. “Hay una gran desigualdad y un descontento creciente”, sostiene el activista, que pronostica una radicalización de las protestas en los próximos días y denuncia la actuación policial ante las protestas de los movimientos autónomos.

Paredes, que acude día a día a las movilizaciones, afirma que los movimientos que cuestionan las estructuras del Estado brasileño “son fuertemente reprimidos”, y denuncia que muchas veces es la propia policía la que inicia los enfrentamientos. “Esto no ocurre con el Movimiento de los Trabajadores Sin Tierra, porque sus reivindicaciones no van encaminadas a cambiar las estructuras”, subraya el activista.

LA MOVILIZACIÓN DURANTE EL MUNDIAL

¿Y qué ocurrirá cuando comience el Mundial? Es difícil aventurar pronósticos. Rambla subraya el estado de apatía de la sociedad brasileña. Paredes, la tensión que late bajo la aparente normalidad. La Copa Confederaciones, celebrada en junio del año pasado, es la referencia más cercana. Entonces, la situación era parecida a la actual, pero una vez que la competición arrancó se produjo un violento estallido de protestas, las más intensas vividas en el país hasta el momento.

Brasil tiene 200 millones de habitantes, 30 de ellos viviendo por debajo del umbral de la pobreza, alrededor de 5 millones de personas sin hogar o alojadas en las favelas. La situación del país es extremadamente compleja. La organización del Mundial arroja unas cifras de vértigo: el Estado ha gastado aproximadamente 12.000 millones de dólares en la construcción de los estadios y el resto de infraestructuras, con un sobrecoste que se estima en torno al 300 por ciento. “La gente no entiende que haya dinero para la Copa pero no para acometer la reforma agraria o solucionar los problemas endémicos de la vivienda, la educación o la sanidad”, afirma Rambla.

El único mundial de fútbol celebrado hasta el momento en el país carioca terminó en luto nacional, pero entonces la tragedia fue deportiva: en 1950 Brasil perdió la final frente a Uruguay, en Río de Janeiro, en el estadio de Maracaná y ante 250.000 espectadores. Aquello pasó a la historia con un nombre sonoro y terrible: el maracanazo. La selección brasileña, que hasta ese partido vestía de blanco, cambió para siempre sus colores y adaptó el verde y amarillo con el que levantó posteriormente cinco copas del mundo. Los nombres de Pelé, Garrincha, Romario, Bebeto, Ronaldo o Rivaldo resuenan eternamente por las esquinas de los sueños futbolísticos de los brasileños que hoy por primera vez, sin embargo, parecen indiferentes a la pelota.

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