Material rodante

Tiempo de lectura: 4 min

AMARANTE

Siempre he querido irme;

si viajo es porque insisto en perseguir
un lejano lugar como refugio.
Y no volver jamás.

La casa, la más bella que he visto,
también es mi última oportunidad.
Pero ya estoy muy lejos. Lo estoy tanto
que no tengo que ir a parte alguna.

Joan Margarit. Misteriosamente feliz, Visor, 2009.

 

La primera vez que escuché a Óscar Hahn el genial poeta del fin del mundo tuvo que hacer frente a una pregunta inesperada: “¿Por qué los poetas chilenos siempre hablan de aviones?”. Hahn, visiblemente sorprendido, ensayó una respuesta que vinculaba el aislamiento andino con la redención aérea.  Me viene a la memoria esa anécdota, el rostro descompuesto de Hahn, mientras apuro las últimas páginas de ‘Material rodante’, de Gonzalo Maier, una de las sorpresas más agradables del curso literario 2014-2015.

Gonzalo Maier no es poeta, tampoco nació en el fin del mundo sino en Talcahuano – ¡qué maravillosa sonoridad polisilábica!, una ciudad con nombre de gentilicio a cuyos habitantes se les llama porteños, según informa wikipedia -, y apenas habla de aviones más que lo imprescindible, pero resulta que además de chileno tiene una extraña relación con otro medio de transporte: el tren. Su anterior novela, ‘Leyendo a Vila-Matas’ discurre en un tren con destino Barcelona, y este ‘Material rodante’ es un diario de un viaje en tren muy particular: el que cada día realiza entre Lovaina, en Bélgica, y Nimega, la capital jipi de Holanda.

Portada de Material Rodante

Portada de Material Rodante

‘Material rodante’ es un feliz diario de viaje escrito en el tren, en el que tienen cabida Leo Messi, Cees Nooteboom, revisoras estajanovistas, araucarias fuera de juego, esbozos de novela, turistas inoportunos, maquinistas que fuman marihuana en horario laboral, Sthendal, viajeras que se comen las cuentas del rosario, ensoñaciones interrumpidas bruscamente, el doctor Livingstone, conejos en pólderes y un largo etcétera, y todo en apenas 113 páginas.

El tren estimula y canaliza el pensamiento, y el aparente caos se soluciona gracias a varios temas recurrentes que reaparecen (la araucaria) y al tono que planea la lectura: a veces sereno, a veces alterado, siempre lúcido, agudo, festivo, divertidísimo.

Maier ve la vida a través de la ventanilla del tren, en una suerte de ‘Ventana indiscreta’ que explora la vida auténtica, la que ocurre en la calle. Pero no sólo ve sino que también cuenta, y la vida bien contada nos atañe.

El volumen va encabezado por una cita del explorador noruego Roald Amundsen  que supone toda una declaración de intenciones: “la aventura es señal de incompetencia”. Y es esta la primera de las felices contradicciones del libro, que más adelante enfrenta la vocación sedentaria del autor, partidario, como Paco Roca, de la filosofía del pijama (“la clave de la perfección está en la ausencia de movimiento”, nos dice) con la idea de una obra escrita en marcha.

La repetición del trayecto, una versión sofisticada del mito de Sísifo, no hace sino ahondar en este juego de paradojas (“el viaje eterno que va de Lovaina a Nimega”), pero es que los buenos libros, como la vida, están llenos de contradicciones. La  escritura y el pensamiento nacen de la tensión: la velocidad del tren frente a la quietud del vagón, la vocación inmóvil frente a la realidad viajera.

En una de las entradas más lúcidas del libro el autor reflexiona sobre los viajes modernos (“los viajes modernos dejaron de lado eso que los hizo famosos y deseables: el olor embriagador de la aventura, de lo desconocido, es decir, la posibilidad imaginaria – pero posibilidad al fin y al cabo – de que todo salga mal”), reivindicando la incertidumbre del viaje antiguo frente a la actual asepsia. Sorprendente en una cofrade del pijama, pero es que una cosa lleva a otra, y Maier acaba saboreando la posibilidad de viajar con uno de los delincuentes que pueblan tablones de  búsqueda en las estaciones.

Este guiño a la aventura, a introducir pequeñas alteraciones que desafíen la rutina, más que una nueva contradicción es una metáfora de ‘Material rodante’: una invitación a recorrer las páginas del libro (y el mundo) con los pies ligeros y el pensamiento errante. Páginas llenas de significado, accesibles, en las que uno puede perderse. Y si hay que perderse nada mejor que un tren y un buen libro: ‘Material rodante’.

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