Patricia, la interiorista que quiere regresar “por dignidad”

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La última que entrevisto el día de la primera protesta que sucedió en Cartes en solidaridad con las ‘9 de Aon’ es Patricia Pinto.

Ella es de las más reivindicativas, algo que se aprecia en su forma de hablar, clara y firme, y en su mirada directa. Durante la protesta estuve hablando con ella de que han cambiado el horario de entrada y salida de sus excompañeros para que no coincidieran con ellos.

También me cuenta que su madre tiene miedo a que visibilizar su caso le perjudique. “Lo primero que me ha dicho es que sabe que tengo razón pero que esto me va a cerrar muchas puertas. Y yo sé que es mi madre y se preocupa, pero esa actitud, ese miedo, estoy segura de que es lo mismo que piensa mucha gente que trabajaba con nosotras”.

Ocho de las nueves de Aon. Patricia, con bufanda morada, a la izquierda de la fotografía.

En su familia temen que esto le perjudique a la hora de buscar otro empleo, aunque ella me dice que está pensando en alternativas. Patricia vive con su pareja y el hijo de éste, en quien, por supuesto, está implicada en todos sus horarios como en la recogida del colegio o los fines de semanas.

“Por la media edad de todas nosotras, la mayoría tienen niños y no somos personas problemáticas sino gente seria que quiere trabajar”, reivindica. Por eso no se resigna. “Lo que yo no quiero es lo que hacen muchos en la empresa: quejarse en el bar y luego agachar la cabeza, llorar por las esquinas y esperar un día más y un día más…”.

Mirando alrededor, no cuesta imaginarse que ese bar, uno de los más cercanos a las instalaciones de Aon, haya sido el escenario de esos acontecimientos que ella presenció tantas veces. Enfados, agobios, confesiones de ansiedad e incluso alguna palabrota. Todo antes o después de entrar a trabajar. Pero, cuando cruzaban las puertas, todo eso se quedaba dentro.

Pero ella no podía vivir más así. Por primera vez en su vida se afilió a un sindicato y se planteó formar parte de la lista que iría al Comité de Empresa. “Hasta que no ves cómo de mal te tratan en tu empresa no empiezas a buscar solución”, me cuenta. “Y cuando llevas mucho tiempo te preguntas qué puedes hacer y te dicen que es lo que hay, y que quien levante la cabeza se va a la calle. Pues yo no. Cuando salió una iniciativa de este tipo, me uní”, afirma sin ninguna duda.

Puede que las haya tenido pero ella, con el pelo rubio recogido en una coleta y un pañuelo morado al cuello, del mismo color que las banderas que enarbolaban en la protesta, parece la viva imagen de la rebeldía.

Me cuenta que quiere volver “por dignidad y por orgullo”, porque está convencida que hacía bien su trabajo. “Si no, no hubiera estado tres años porque es un empleo en el que, si no vales, te vas a la calle al día siguiente”.

También por los compañeros, a los que sigue queriendo representar. “Por lo que hemos visto, el 90% nos apoyan pero tienen miedo”, lamenta. “Y si puedo dar mi granito de arena para que no le pase a nadie más, es lo que me llevaré”.

“ES COMO VOLVER ATRÁS, COMO LOS TIEMPOS DEL FRANQUISMO”

Pese a todo el apoyo recibido, me cuenta que aún ha habido algún compañero que les ha criticado. “Alguno dice que nos lo tenemos merecido porque mordemos la mano que nos da de comer y cosas por el estilo”, me cuenta, provocando, lo reconozco, que se me agranden los ojos ante una expresión tan de antaño solo por hablar de representación sindical. “Yo es que no sé si tienen Síndrome de Estocolmo porque luego esos son los primeros que se quejan. Pero es la mentalidad que hay en España y, de hecho, por eso tenemos los políticos que nos merecemos”.

Juntas nos preguntamos cómo serían las cosas si esto ocurriera en otro país, como Inglaterra. “Allí nos llevan 50.000 años de ventaja y esa mentalidad de lo que diga el señor, de servilismo, no va conmigo. Yo quiero que me paguen por mi trabajo y me respeten, que yo me lo tomo en serio y quiero que me traten en serio también”.

Tiene la sensación de que toda esta situación “es como volver atrás, como los tiempos del Franquismo”. “Y es que no me da la gana que nos echen a la calle porque sí”, insiste, dando un pequeño golpe en la mesa.

VOLVIÓ DE MADRID BUSCANDO CALIDAD DE VIDA

Patricia tiene 42 años y, aunque es de Cantabria, estuvo cuatro años viviendo en Madrid. Ella es diseñadora de interiores y estuvo trabajando, primero en comercio y después en una multinacional en la que estaba muy contenta.

“Lo que pasa es que la vida en Madrid es diferente y puede ser que ganes mucho más dinero pero la calidad de vida es inferior”. Además, toda su familia estaba en Cantabria, por lo que quería volver.

Ella miraba todo lo positivo de este nuevo trabajo, con el que estaba contenta al principio porque tenía un ambiente joven y con el que veía que ganaba mucho menos pero necesitaba menos para vivir y le daba tenía más tiempo libre.

“Pero enseguida te desilusionas y te sientes explotada”, se lamenta, al darse cuenta de que, pese a que, al contrario a su anterior trabajo, tenía el fin de semana libre y lo podía dedicar a otras cosas, en este caso notaba que no conseguía desconectar.

“Me llevaba la presión a casa y los lunes por la mañana volvía con muchísima ansiedad”, recuerda. Ella no ha llegado a estar de baja, pero iba muchísimo a casa con dolores de cabeza y con mareos. Al final, tras varias visitas, el médico le hizo pruebas y le dijo que físicamente estaba bien. “Me preguntó a qué me dedicaba y me dijo que, como yo, hay muchísima gente con estos síntomas, que son psicológicos”.

Y claro, eso le hacía sentirse mal consigo misma porque esa reacción no iba con su forma de ser. “Yo antes me comía el mundo y últimamente había días en que no tenía ganas de levantarme de la cama”.

La camarera nos interrumpe en ese momento porque ha encontrado el pañuelo morado de Patricia al otro lado. Lo había colocado en el separador de madera que divide el comedor. Ella misma había tirado del pañuelo desde el otro lado, antes de percatarse de que pertenecía a nuestra mesa.

“Seguro que hay gente que está peor pero es que yo antes no era así, no iba al trabajo así”, continúa, tras la pausa. “He trabajado en el comercio, sé lo que es trabajar horas de más y salir de tu casa por la mañana y no volver hasta la noche. Pero encima aquí te venden la moto de que es otra cosa pero es diferente”.

Recuerdo que Eva me ha comentado lo mismo, que a todo se une la decepción de que les vendieran una política de empresa que no se ha cumplido ni de lejos. Así lo ha percibido Patricia en estos más de tres años que llevaba en la empresa, renovando el contrato trimestralmente.

SI FALLABA EL SISTEMA, DEBÍAN QUEDARSE QUIETAS, MIRANDO LA PANTALLA Y SIN HABLAR CON LAS COMPAÑERAS

Precisamente acababan de renovarle el contrato, por lo que no se esperaba el despido la mañana del 5 de abril. Me relata que la semana anterior, pues estuvo de vacaciones jueves y viernes por Semana Santa, le felicitaron por lo bien que hacía su trabajo.

Esa mañana, cuando iba por el pasillo y vio a las que habían convocado tampoco cayó en lo que estaba a punto de pasar. Creía que había una campaña nueva o una formación diferente para la que también les juntaban a varias habitualmente.

Como las demás, me dice que solo les dijeron que la empresa ya no contaba con sus servicios porque el cliente no les quería. “El cliente no está escuchándonos una por una, ¿y me tengo que creer que no quiere justo a las nueve personas que estamos en una lista sindical?”, el sarcasmo sale de su boca con cada sílaba. Además, destaca que la mayoría son bastante veteranas, por lo que han estado en todas las campañas y son algunas con las cuales estaban muy contentos con su trabajo y así se lo habían hecho llegar.

“Aquí aunque lleves muchos años te pueden echar de un día para otro. Siempre está sobre tu cabeza el despido”, me dice también. Asimismo, recuerda que continuamente les decían que no es un trabajo “para toda la vida”. “Te van minando de esa forma. Pero si yo me tomo en serio mi trabajo, ¿por qué no va a durar?”, se preguntaba ella.

Pero insiste en que la situación que han vivido es propia de robots, “pero encima con medidas absurdas”. Y me pone en situación para que lo comprenda. “Tú tienes un trabajo que consiste en hablar por teléfono y tienes que estar pendiente de la persona con la que estás hablando, no de la compañera de al lado. Si tú estás haciendo mal tu trabajo, distrayendo a un compañero, entiendo que te llamen la atención o te separen. Pero no era el caso, si nos centrábamos en el cliente no podíamos interactuar entre nosotros ni tampoco queríamos”.

Dice que el único momento en que pudiera haber algo parecido a una distracción era cuando había algún fallo en el sistema o caía Internet, porque no podían trabajar. “Pero es que en ese rato te dicen: ‘sentados, sin hacer corrito y mirando la pantalla’, como si estuviésemos castigados contra la pared”. “Son cosas que no son necesarias pero te van minando poco a poco”, suspira, con un gesto de incomprensión. Lo cierto es que hay cosas que no tienen ninguna explicación.

Conoce mejor a Las 9 de Aon en este reportaje de Eva Mora

I – Virginia, la delineante de la construcción que quiere que su hija la vea luchar

II – Isabel, la más antigua y a la que le rebajaron el puesto tras su embarazo

III – Eva, la más joven que fue despedida con un mensaje de texto

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