Migración y verdad

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 ||por Fernando Ausencia, coeditor de Alas Ediciones||

Tengo un amigo muy querido que vive en Australia. Nos conocimos como se conocen los sueños perdidos, en los años de estudio, cuando los trenes visitan a la noche en busca de surcos en vinilos que suenan como la banda sonora de una vida.

Obra de teatro ‘Cartas de las Golondrinas’, de Miriñaque, que retrata la historia de la emigración española

Mi amigo conoció en sus veintitantos a su chica, y decidieron ambos seguir la estela de esos surcos, y Australia parecía ser un buen lugar para continuar el camino. Lucharon por ello, hicieron exámenes de idiomas, y tuvieron que demostrar que él era un ingeniero competente y ella una profesional de la enseñanza sin parangón.

Llevan casi 20 años viviendo allí. En esa tierra, profesionalmente progresaron y tuvieron un hijo. Y fueron y son felices. No te creas, hacen una vida de lo más normal, la típica vida de familia con descendencia, rutinas que te llevan de nuevo a pequeños surcos inexplorados y te sitúan en un mundo que realmente nadie conoce.

Una vez al año, por lo general, se compran unos billetes de avión y comparten un mes y medio con la familia, con sus raíces, aprovechando, además, para cuadrar lo mejor posible las visitas a amigos que se encuentran repartidos en toda la geografía nacional. Cuando vuelven a su rutina, a esa estación que no entiende de hojas caducas, el orden de todos nosotros, y de ellos, se reestablece. Y nada parece cambiar. Así, los pretéritos cobran nuevo impulso y la costumbre de la ausencia y el recuerdo de forma natural encuentran su sitio.

Mi amigo, que vive en Australia, mi amigo querido, gana dinero, vive cómodo, no le falta de nada, visita con frecuencia la piscina municipal, los tres juntos hacen guisos locales para celebrar pequeñas victorias cotidianas, de vez en cuando visitan exposiciones y hablan con la familia a través de Skype o usando los móviles.

Mi amigo, a veces, porque también pasa, siente que le falta el aire, aficionado a soñar despierto descubre que lleva días soñando dormido, y se muestra preocupado. Se muestra preocupado no porque soñar dormido sea malo, sino porque soñar dormido no permite que esos sueños se vuelvan realidad. Y a veces desea que se cumplan, o al menos desea de ellos lo que ellos, los sueños que sueña dormido, no están dispuestos a darle. Y entonces mi amigo desentierra lo que ha ido escondiendo en la maleta con la que suele viajar para ver a la familia, y le cuesta conciliar el sueño. Se encuentra de bruces con la distancia, único conductor que no es capaz de facilitar el funcionamiento de bombillas en medio de la noche.

Entonces mi amigo necesita aire, bocanadas de corrientes de aire heladas, y busca a la vez una linterna con la que iluminar los años pasados. Pero sabe que en medio de la noche la luz luce de otra manera, cobarde y sin desafiar las leyes físicas de lo que va quedando atrás.

Mi amigo baja, cuando esto ocurre, a un bar cercano y busca la barra. Pide una cerveza, y luego otra, y después otras tres más. Mientras bebe lo intenta, intenta contener su cabeza que recorre nuevos surcos de un vinilo que se muere, que decidió entregar el cambio de guardia cuando los cambios no eran una prioridad, y ahora se han oxidado. Y pide al barman que pinche algo de Rosendo, porque siente que le faltan las fuerzas y necesita algún asidero al que agarrarse. Y mientras suena Pan de higo se relaja, barrunta nuevos horizontes laborales, planea las nuevas vacaciones, imagina que se ha hecho tarde porque a él le ha dado la gana y sabe que invertir en el futuro también tiene que ver con el dinero. Y piensa en los amigos, y en la ternura y el vértigo que se lleva consigo cuando una vez al año ve los estragos del paso del tiempo en los rostros de sus padres, y medio borracho entiende que se está haciendo cada día más tarde, que Tabucchi existió, que sigue habiendo guitarras eléctricas detrás de los escaparates, que la juventud se ha convertido en lo que él es ahora, que mañana vuelve a la oficina y llevará a casa nuevos futuros aún no conquistados.

Que hay surcos escondidos que marcan para siempre hits que nunca entendió pero que no dejará de escuchar mientras su tiempo dure.

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