Cuatro generaciones para contar cuarenta años de feminismo en Cantabria
La primera Asamblea de Mujeres en Cantabria se celebró en 1980. Hasta entonces, el feminismo no estaba organizado como tal en nuestra comunidad pero, desde aquel día, el movimiento ha crecido tanto que en 2018 hemos sido testigos de un 8 de Marzo que ha superado todas las expectativas, especialmente de las activistas más longevas.
Durante estas casi cuatro décadas, centenares de mujeres han participado en los diferentes movimientos feministas desde sus diversas situaciones personales, políticas y sociales.
La intensidad y fuerza del movimiento feminista está creando una cadena de convivencia generacional: mujeres veteranas coinciden con las más jóvenes en manifestaciones, asambleas y todo tipo de actos en los que renuevan su compromiso en la lucha por la igualdad.
A través de ellas se puede hacer un repaso de estos años y conocer cómo han cambiado (o no) las reivindicaciones, la actitud de la sociedad ante ellas y los tipos de protestas.
Para conocerlo, juntamos a cinco mujeres que forman parte de cuatro generaciones diferentes que han marcado la historia del feminismo en Cantabria.
MARTA PEREDO: CUANDO ME CASÉ, EL CURA ME DIJO QUE SI MI MARIDO QUERÍA ACOSTARSE CONMIGO, YO NO DEBERÍA NEGARME NUNCA
Comenzando por la mayor, una histórica feminista, respetada y admirada en los movimientos de los cuales ya está jubilada aunque no falla en cada concentración que se convoca. Se trata de Marta Peredo, quien comenzó a militar en la Organización Revolucionaria de Trabajadores y fue de las primeras mujeres en salir a la calle para luchar por los derechos al divorcio, al aborto o a la educación sexual.
Nacida en pleno estallido de la Guerra Civil, en 1936, Marta creció en un mundo en el que las mujeres habían pasado de lograr unas pocas conquistas a perderlas de golpe en España. “Desde muy pequeña empecé a notar distinciones en la sociedad y que no éramos todos iguales”, cuenta, rememorando sus inicios en el activismo político.
Ella se crió jugando en su calle del Sol natal, donde continúa viviendo, entre la Iglesia de Los Carmelitas y la comisaría de la Guardia Civil. Desde allí, todos los niños y niñas veían cómo la policía paseaba a los prisioneros por la calle San Simón desde la plaza Porticada.
“Recuerdo un día en que llevaban a un preso descalzo y atado con cuerdas”, narra, relatando cómo los niños y niñas que jugaban paraban al ver cruzar a los presos e incluso seguían su ruta con curiosidad pese a los intentos de evitarlo de los Guardias Civiles. “Cuando le pregunté a mi madre si eso era normal, ella me respondió que no pero no me explicaba más. Ya lo entenderás cuando seas mayor, me decía”. Era la época de la ley del silencio, de las paredes que oían y del miedo que se vivía en la dictadura.
Al tiempo que notaba la diferencia entre vencedores y vencidos, ella comenzó a apreciar que había más diferencias aún entre niños y niñas, hombres y mujeres. “Era muy típico que, cuando yo saltaba con algún tema del que se hablara en la mesa, me mandaran callar. Sobre todo mi hermano; mi padre y mi madre eran mucho más tolerantes, fíjate”.
Como la mayoría de su generación, empezó a trabajar muy joven. A los 13 años, entró como ayudante en una farmacia en Canalejas, la cual regentaba una mujer de Logroño que buscaba a una niña para que fuera su aprendiza. Y es allí donde estuvo hasta los 23 años, cuando se casó. “Yo quería seguir trabajando pero, en aquella época, había un código laboral que no permitía que una mujer casada se dedicara a otra cosa que no fuera quedarse en casa, atendiendo a su marido y teniendo hijos”.
También recibió lo que entonces se llamaba la ‘dote de la doncella’, una ayuda económica a través de un mecenas por el testimonio del párroco, si éste consideraba que llegabas ‘pura’ al matrimonio. Ya era la década de los 60.
El control de la sexualidad femenina era tan grande por parte de la Iglesia que las mujeres debían contarles con detalle qué hacían con sus novios, cómo las besaban o dónde las tocaban. Y también las aleccionaban sobre lo que se esperaba de ellas en el matrimonio. “El cura me dijo que mi primera obligación era que tenía un débito conyugal con mi marido. Que nos casábamos para tener hijos pero que, si mi marido quería acostarse conmigo, yo no debía negarme nunca”.
Una década después, en 1970, Marta empezó en el activismo político en la Organización Revolucionaria de Trabajadores, ya estando casada y con cuatro hijos, dos mujeres y dos hombres, a los que trató de criar en igualdad. “Éramos todos amigos pero era todo clandestino”, cuenta sobre esa época.
De ahí, poco a poco, se llegó a los primeros movimientos feministas en Cantabria, que iban algo a la zaga de los que surgían en ciudades como Madrid o Barcelona. Este feminismo consistió en conocer su propio cuerpo. “Si es que no nos mirábamos, me habían metido miedo en el cuerpo”, reconoce entre risas. “Luego llegó lo del SIDA, el aborto, los anticonceptivos… Nos manifestábamos para que hubiera centros de planificación en Cantabria y con el feminismo, poco a poco, yo fui adquiriendo mi propia personalidad casi sin proponérmelo”.
A sus hijos no les hacía partícipes de sus actividades en la Organización, que entonces estaba ilegalizada, pero jamás se calló nada sobre su activismo feminista. De hecho, les implicaba constantemente, igual que a su compañero, del que años después se separó.
En los años en los que decidieron organizarse y colaborar para dar señas con el fin de facilitar un aborto seguro a las jóvenes, fue el número de teléfono de su casa el que se repartió. “Quedábamos con las chicas en los bares y les ayudábamos a llegar a Londres, Biarritz y Portugal”. Todo llegó tras varios juicios, la existencia de aborteras y la muerte de una chica de 17 años por un aborto clandestino.
“Por la calle nos llamaban asesinas, nos insultaban y amenazaban”, recuerda, aunque también manifiesta orgullosa que “mis hijos lo apoyaban todo. De hecho, normalmente era a mi hijo Roberto al que le tocaba coger el teléfono”.
“TODO LO QUE NOS INTERPELA A LAS FEMINISTAS ES BUENO PARA EL CONJUNTO DE LA HUMANIDAD”
Marta estuvo presente en la primera reunión de la Asamblea de Mujeres del 8 de Marzo, que fue en 1980. Se produjo en lo que entonces era el Ateneo Popular.
Allí también estaba una joven Ana Bolado, conocida activista y sindicalista que lleva años siendo la portavoz de la Comisión 8 de Marzo. De esos primeros años, Ana recuerda el paternalismo que vivieron por parte de muchos hombres que llegaban a las Asambleas: “tomaban la palabra y no la soltaban”, rememora.
Finalmente, llegó un punto en el que se decidió que serían solo de mujeres “que es lo adecuado si hablamos de nuestros derechos”. “Entonces, se nos acusó de ser lesbianas que odiaban a los hombres, nada nuevo”, recuerda Ana.
Ella, nacida en 1955, era hija de una mujer separada con dos hijas y, como muchas de su edad, tuvo que empezar a trabajar a los 14 años para poder ayudar en la economía del hogar. “Creo que me hizo feminista mi madre, aunque ambas lo descubrimos muchos años después”, asegura. «Su empeño fundamental era que estudiásemos y nos preparásemos para no depender de ningún hombre».
Aunque señala que, independientemente de ello, después de tantos años “he descubierto que tenía razón Simone de Beauvoir: es una forma de vivir individualmente y de luchar colectivamente que ya nunca se deja”.
“La lucha incesante por los derechos de las mujeres y las niñas es lo más solidario que conozco; conseguir nuestros derechos nunca es quitárselos a nadie, al contrario, es hacerlos extensivos a los demás”.
Ana siempre fue una mujer pionera en un mundo de hombres, de los cuales le llamaba la atención que “podían hacer lo que quisieran”, por lo que sus amigos eran casi todos varones. Cuando se marchó a Madrid, a los 18 años, para poder trabajar y estudiar a la vez, se dio cuenta de que la mayoría de sus amigos “no disfrutaban ni aprovechaban esa libertad”, como sí lo pretendían muchas “mujeres extraordinarias” a las que conoció y que tenían muchas ganas de hacer cosas.
“La lucha incesante por los derechos de las mujeres y las niñas es lo más solidario que conozco; conseguir nuestros derechos nunca es quitárselos a nadie, al contrario, es hacerlos extensivos a los demás”.
Cuando regresó a Cantabria, a finales de 1979, formó parte de la primera promoción de mujeres que entró a trabajar en una empresa de metalurgia. “La dirección de la empresa no quería mujeres en las oposiciones pero el director de Recursos Humanos les convenció, dejándoles caer que lo más probable era que no las aprobaríamos. Al haber Constitución con la que podrían denunciarles de negarse, aceptaron y vaya que si aprobamos; en esa promoción entramos en la empresa cuatro mujeres y tres hombres”, comenta orgullosa.
Asimismo, Ana fue la primera mujer que se presentó a las elecciones sindicales en Cantabria por Comisiones Obreras y, durante décadas, fue la única representante sindical que hubo en su sector. “Siempre estuve rodeada de hombres pero nunca dejé de luchar por los derechos de la otra mitad del mundo. De hecho, cada vez que entraba una mujer en la empresa la recibía con abrazos y le ponía la alfombra morada. Porque ser cada vez más, nos daba una fuerza real. Ya se sabe que lo que no se nombra, no existe”.
Para ella, el feminismo implica el “derecho a una vida libre de violencia, a una maternidad libre, a la educación, al matrimonio igualitario, a la salud reproductiva, al trabajo asalariado, a compartir los cuidados, a caminar por ciudades más amables y seguras… Todo lo que nos interpela a las feministas es bueno para el conjunto de la humanidad”, apunta.
Y pone el ejemplo, “bien cercano”, de la pelea feminista “por los permisos de paternidad y maternidad iguales e intransferibles. No he conocido ninguna movilización de los hombres de nuestro país por conseguirlo pero nosotras no cejamos en nuestro empeño y avanzamos”, insiste.
Ana recuerda también los inicios de los años 80 en el movimiento, en los que defendían el derecho al divorcio y al aborto y en el que se abordaban temas como la prostitución o los derechos LGTBI, aunque más tímidamente entonces.
Ella recuerda que eligió recoger firmas y tratar de convencer a mujeres para reclamar el derecho al divorcio porque creía que sería menos controvertido que el del aborto. Y resulta que fue al revés. “Muchas entendían mejor lo del aborto porque recordaban a sus madres con la aguja o tirándose por las escaleras las primeras semanas cuando ya había muchos hijos, pero no estaban tan a favor del divorcio. Una me dijo que llevaba 20 años aguantando a su marido como para dejarlo ir entonces”, cuenta asombrada.
También ambas recuerdan que, hasta 1978, aunque hoy en día nos parezca sorprendente, aún existía el delito contra las mujeres adúlteras, que podían ir a la cárcel por una denuncia de sus maridos -hasta 1963 existía en el Código Penal el derecho a la «muerte por adulterio» para las mujeres-.
En Cataluña surgió el movimiento ‘Yo también soy adúltera’ en apoyo a una mujer a la que encarcelaron y le quitaron sus tres hijos por ello y se extendió por toda España. Finalmente, la soltaron por presión popular. “Nos colgamos todas ese cartel en solidaridad”, recuerda Ana. “Yo tenía 18 años y estaba soltera pero fíjate alguien como Marta, casada y con cuatro hijos”. “Yo me lo colgué igual, sabía que no lo era”, responde ella entre risas.
También en Cantabria hubo un caso que a Marta le recuerda al de Juana Rivas. Una mujer que fue encarcelada porque se negó a dejar más a su hija a cargo de su exmarido porque la niña tenía ansiedad cada vez que tenía que irse con él. Llegaron a reunirse con jueces e hicieron manifestaciones frente a la cárcel de la calle Alta donde se reunieron más de 100 mujeres. “No te creas, en aquella época nos plantábamos y había quien, si hubiera podido, hubiera escalado la valla”, recuerda con su característica sonrisa tranquila. “Conseguimos que la soltaran pero aquello acabó mal, como suele ocurrir en esos casos”, relata de forma escueta sin querer entrar en más detalles.
“EL FEMINISMO ME HA HECHO MÁS LIBRE Y MÁS FELIZ”
Eran los años 80, una época de apertura y de consecución de derechos de forma apresurada y, a veces, a medias, como era el caso del aborto, que estaba despenalizado solo en tres supuestos, una ley aún terriblemente regresiva y que algunos parecen añorar.
En 1987 nació Miriam Bustillo, miembro de Mujeres Jóvenes de Cantabria (MUJOCA). Si entonces le hubieran dicho que sería activista feminista no les habría creído. Como muchas, comenzó a sensibilizarse a raíz de la veintena de un modo más gradual. “Me costaba identificarme como feminista y todavía lucho contra mis costumbres machistas y el modo en que me criaron”, cuenta por su parte.
Ella, nacida en una familia bastante conservadora, se dio cuenta del valor del feminismo a través de un máster en igualdad que llevó a cabo, tras acabar sus estudios como trabajadora social. “Me hizo darme cuenta de que, en todos los ámbitos, sea cual sea, las mujeres lo tenemos peor”. “El feminismo me ha hecho más libre y más feliz. Ya no juzgo mi cuerpo ni caigo en relaciones tóxicas y tengo más confianza en mi voz y mi palabra”.
Por ello, en 2013 decidió embarcarse en la fundación de la asociación Mujeres Jóvenes de Cantabria, –que posteriormente presidiría–, junto a su primera presidenta, Bárbara Cobo, y más compañeras. “De verdad que tenía la idea de que ya lo habíamos conseguido todo y recuerdo que mi primera reunión en Madrid iba con miedo de encontrar lo que llamaba feminismo radical. Y lo que me encontré es un feminismo más afectivo”.
“HAY MÁS RESPETO, NOS ESCUCHAMOS MÁS”
En esta última década post 15M, un movimiento que desperdició imperdonablemente la oportunidad de unirse a la lucha feminista, ha surgido una juventud más concienciada y más activa que los anteriores que la precedimos.
Ya hemos podido comprobar que los más jóvenes están muy concienciados contra la discriminación LGTBI, un movimiento que va también uniéndose a la lucha feminista. En Cantabria, lo hemos visto en respuesta a agresiones homófobas o oponiéndose a la visita del autobús que ataca a los niños y niñas transexuales del colectivo ultra católico de Hazte Oír.
Y se aprecia al hablar con Nerea de Diego y Julia Gutiérrez, del colectivo Ijanas, las más jóvenes, que surgieron dentro del Colectivo de Estudiantes como su Comisión Feminista, al darse cuenta de que no había movimientos feministas para mujeres tan jóvenes, desde los 13 o 14 años hasta los 20, que tiene la mayor de ellas.
Ambas tienen 17 años y van al instituto pero son la prueba de que, ahora, al feminismo se llega antes. Nerea recuerda que con 13 ó 14 años se interesó en estos temas. “Yo crecí fuera de los roles establecidos, con los gustos, la ropa, mi forma de actuar. Digamos que renegaba de mi parte femenina y me costó reconciliarme con ello como sí lo ha logrado el feminismo”, cuenta.
Ella llegó a Ijanas a través de las redes sociales y fue a una asamblea a escondidas de su madre y su padrastro, quien le da “mucho la matraca” contra el feminismo. Por el contrario, con su padre nunca tuvo problemas a la hora de hablar de ello porque “es muy abierto”.
De hecho, recuerda que la primera vez que vio a dos chicas besándose, en un parque, estaba con él y se lo señaló sorprendida. “Podría haber tenido una larga conversación conmigo sobre ese tema, explicándomelo, pero, simplemente, cuando yo dije: mira papá, dos chicas besándose. Él respondió: ¿Y qué? Fue la mayor lección de normalización”.
En el caso de Julia, califica a su familia de abierta aunque no es militante. Ella se interesó en el activismo político gracias a su hermana mayor, que estaba metida en el Colectivo de Estudiantes. Sin embargo, destaca de ella que se unió al Colest muy pronto, con 13 o 14 años, y apreció que la mayoría de sus componentes eran chicos de unos 18 años. Hoy en día, ella es la portavoz. “Con Ijanas noto que hay más respeto y nos escuchamos más”, aprecia también.
A nivel social, en estos últimos años, se ha avanzado con una ley del aborto real –que podría peligrar según ciertos programas electorales-, con la legalidad del matrimonio homosexual –que llegó a estar recurrido ante el Tribunal Constitucional-, con la estabilización de la mujer en el mercado laboral –que ha quedado muy perjudicado por la crisis económica y el alto paro, que afecta más a las mujeres-… Y, así, múltiples ejemplos de que cada logro ha venido acompañado de una fuerte oposición y de un peligro a que la situación vuelva a revertirse.
LOS RETOS DEL FUTURO DEL FEMINISMO
El ascenso de discurso machista en el poder, con el ejemplo supremo de Donald Trump en la presidencia de EEUU y el ascenso de la ultraderecha en Europa y América Latina, ha hecho resurgir el movimiento feminista en todo el mundo, que en España se apreció de un modo especial con las multitudinarias y emocionantes marchas del 8 de Marzo.
Tras esto, la preocupación del movimiento es que el sistema no se apropie de su lucha y ésta no se convierta en una “moda pasajera”. Nerea manifiesta ese temor: “esa comercialización de camisetas feministas me chirría”, reconoce, al tiempo que lamenta que no haya tanto activismo real como el que luego se aprecia en determinadas fechas o en redes sociales.
Por otro lado, Marta confiesa con grata sorpresa que no se imaginaba esta explosión morada. Ella, que enseña orgullosa fotos de las primeras (y poco concurridas) manifestaciones de los 80 con sus performances de ‘medusa morada’ –todas se cubrían con una misma tela de la que surgían sus cabezas-.
Por su parte, Ana considera que 2018 ha sido el año del cambio. “Nos hemos unido todas las mujeres del mundo y en EEUU ha surgido como un modo de plantarle cara a Trump y su asqueroso machismo, cuando dijo que él con dinero cogía cualquier coño”, declara, aludiendo también a los ataques constantes del presidente estadounidense al movimiento #MeToo, que denuncia abusos y agresiones dentro de la industria del espectáculo.
Las activistas estadounidenses salieron en multitud con unos característicos gorros para reclamar que su cuerpo no estaba en venta y Ana presume que ella pronto estrenará uno igual. “Es un modo de internacionalizarnos, de unirnos entre todas”.
Nerea, que confesaba que en su clase de bachiller ha apreciado a veces “ese machismo rancio del de toda la vida”, también admite que a partir del 8M “hay más chicas que se han interesado por el feminismo”.
Ahora, creen que el reto está en no dar pasos atrás y seguir avanzando en temas fundamentales como la violencia de género, las agresiones machistas y sexuales o los derechos de los hijos e hijas de maltratadores.
Además, como gran reto pendiente, Miriam apunta a que se debe incluir a todas las mujeres de todas las razas. “Es cierto que hay muchas feministas blancas y se deben crear más redes de trabajo para conocer diferentes realidades y luchas”, admite, ante las críticas que también hay de que el feminismo occidental se encierra en sí mismo.
Sobre el tema de inclusión del movimiento LGTBI, consideran que están más incluidas que las de otras razas pero, aun así, creen que hace falta un “empujón” para que se integren más en el movimiento feminista. Nerea matiza que lo que no quiere es que “se caiga en un paternalismo en el que se les diga, por ejemplo, a las transexuales, cómo deben liderar sus movimientos” igual que hay hombres que quieren dar lecciones de feminismo.
Seguir tejiendo redes, ser amplias y diversas y centrarse en los puntos comunes. Ese es el trabajo que creen que hay que seguir para que el feminismo ayude a crear una sociedad más justa e igualitaria.
FelicianoPalacios
¡Que maravilla la primera oleada feminista que pretendía la igualdad! ¡Qué tiempos aquellos en los que no se había caído en el revanchismo y en el supremacísmo sexual, con la complicidad interesada( el voto es el objetivo principal de los partidos), del aparato del Estado.
Fernando Díaz.
Efectivamente, hay un Antes y un Después entre el feminismo cuyo objetivo era la igualdad de derechos y el actual neofeminismo, que está basado en la guerra de sexos y su objetivo a pasado a ser el ataque a lo masculino heterosexual, para alcanzar cada vez mayores cotas de poder político y poderosas fuentes de financiación.
Movimiento éste, además, que cuenta con el visto bueno del Mercado, encantado con las nuevas expectativas de consumo que se abren.
Fernando Díaz.
…HA pasado a ser…
Fernando Díaz.
El concepto llamado por el feminismo “techo de cristal” referido normalmente al ámbito laboral, en realidad habría que entenderlo como un fenómeno relacionado con el conjunto de este movimiento.
Me explico: esas supuestas barreras invisibles que impiden a las mujeres ejercer sus potenciales capacidades son perfectamente extrapolables al conjunto de la ideología feminista, según ella misma concibe. ¿Por qué? porque ésta se fundamenta en buscar siempre fuera de sí las causas de sus problemas, (léase: en los hombres). Y por tanto, en huir de la propia responsabilidad. Con estos presupuestos es imposible salir de un círculo vicioso en el cual pueda aparecer una respuesta positiva.
La verdad suele ser dura, antes que reconocer las propias limitaciones es mucho más cómodo y funcional proyectarlas en los demás. Sobre todo si además no se encuentra en el otro lado resistencias ni contrariedad. Es decir, si te dejan hacer.
Esto conduce a pensar que no hay movimiento más misógino y machista que el feminismo. Doctrina que parte de incapacitar a las mujeres de asumir de hecho sus propias decisiones, construyendo un concepto femenino basado en la debilidad, la irresponsabilidad, la dependencia, la eterna minoría de edad y la pasividad. Y un concepto masculino todopoderoso, omnisciente, perfectamente redondo donde poder hallar respuesta para todo, positiva o negativa, lo mismo da.