PERFIL

La locura de Eulalio

Apasionado del Quijote desde que le 'salvara' la vida en el campo de concentración, el publicista dedicó toda su vida a facilitar la comunicación, la conexión entre personas, ideas, tierras, en un legado que pervive cien años después de su nacimiento
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Es el centenario del nacimiento de Eulalio Ferrer, el hombre cuya misión en la vida parece que fue la locura de tratar de conectar.

Porque fue, y sigue siendo, un nexo entre la Cantabria en la que nació y el México en el que desarrolló, exiliado, su vida.

Pero también es un nexo entre tiempos: Eulalio Ferrer vivió un pasado que cada vez es menos reciente, y a la vez es un referente que pudimos conocer no hace tanto (falleció en 2009).

Junto a José Hierro, Julio de Pablo o Manolo Arce, Eulalio Ferrer forma parte de la historia de un Santander que se nos escapa entre las manos y cuyo recuerdo atesora la privilegiada memoria de José Ramón Sáinz Viadero.

Un Santander que a él se le escapó antes que a nadie, cuando la guerra civil le llevó a un campo de concentración en Francia y de ahí al exilio en México.

Por conectar, Eulalio Ferrer conectó en su propia figura numerosas facetas: periodista, militante, exiliado, refugiado, empresario, publicista, estudioso de la comunicación, filántropo y Quijote.

El periodista que fue Eulalio Ferrer disfrutaría de poder contar un tiempo de tantos cambios como este, aunque también le preocuparía lo mal que lo está pasando mucha gente y el grado de crispación que rodea el debate público.

Al activista comprometido le sorprendería que los jóvenes en lugar de militar en organizaciones de lucha estén jugándose el futuro, apostando entre el paro, la precariedad, la marcha o la ludopatía instalada a la misma salida del instituto.

La mente abierta y no sectaria que tuvo, la que llevó a rechazar la publicación de listas negras, se dolería de ver cómo las burbujas de ideas se han hecho más densas, sin comunicación entre ellas.

A Eulalio el defensor de la República, el preso en un campo de concentración, el español expatriado, el exiliado… le costaría entender por qué resulta tan difícil que se reconozca que se puede elogiar el legado de tantos españoles como él sin que eso supongo reabrir heridas.

Y al refugiado que fue, embarcado en un buque rumbo a una vida entre dos tierras – una pata en la de acogida, y la mirada siempre en el retrovisor-, le revolvería ver este mundo de vallas y murallas en el que se culpa a los pobres de la pobreza, en el que los sitios de apertura se amurallan y en el que los barcos no cargan sueños, sino muerte.

Un mundo que hubiera impedido la impresionante trayectoria profesional que desarrolló en México: nada, ni su legado profesional, ni su difusión del Quijote, ni su patrocinio cultural, ni su labor de mecenazgo, los premios que patrocinó, el apoyo que brindó a la parroquia del Pesquero o la asociación de mayores que lleva su nombre, nada sería posible con este mundo en el que crecen de nuevo las alambradas.

El experto en comunicación que fue, fundador de toda una teoría y ciencia al respecto, se preguntaría cómo ha sido posible que hayamos convertido herramientas que sirven para comunicar –las pantallas que nos rodean– en grilletes que nos aíslan.

Y reflexionaría sobre todo el ruido que enturbia nuestra comunicación, que nos está llevando a no hablarnos; peor, a hablarnos a gritos; peor aún, a gritar al que menos tiene, en un clima que, por desgracia, le recordaría más de lo que quisiera a los años 30 en que tuvo que madurar a la fuerza.

En cualquier caso, el gigante de la publicidad en que se convirtió tal vez estaría pensando la mejor forma de vender que el diálogo, el acuerdo y el apoyo mutuo, la búsqueda de lo común, son la fórmula más rentable para todos como sociedad.

Tal vez lo único que reconociera hoy en día el hombre al que el ingenioso hidalgo le salvó la vida una noche en un campo de concentración sobre la fría arena de la playa es ese quijotismo que nos lleva a seguir luchando contra el enemigo equivocado, a seguir viendo enemigos dónde lo que hay son simplemente molinos.

Pero también ese eterno desvarío que a la vez nos hace empeñarnos en perseguir metas inalcanzables, en soñar con ideales nobles pese a que todo alrededor intente ser gris, vulgar y mezquino…. Bendita locura la de Eulalio

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