Tres mujeres trabajadoras nos cuentan como han vivido la conciliación durante el estado de alarma

Tres mujeres trabajadoras de una misma empresa dedicada al cuidado de personas con necesidades especiales, nos cuentan cómo han sobrellevado la conciliación personal y laboral durante la crisis del 'coronavirus' con sus respectivas condiciones personales.
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Emi ejerce desde hace 18 años como cuidadora de personas con necesidades especiales en un centro de trabajo, además de ejercer de madre de dos niños de 11 y 8 años respectivamente.

Con la llegada del coronavirus y el decreto del Estado de Alarma nos cuenta, ‘’el miedo y la incertidumbre nos caló de lleno’’. Emi tuvo que reducir el 100% de su jornada laboral para cuidar de sus hijos durante dos meses ya que pudo desempeñar su trabajo de forma telemática como así lo hizo su marido. Los colegios y servicios de cuidados se volvieron inexistentes, y como nos indica la propia Emi ‘’tampoco podía llevárselos a los abuelos puesto que son la población más vulnerable y mi obligación es protegerlos’’. Un dilema con el que tuvierono que convivir miles de familias que eran ayudados por los mayores del hogar en el cuidado de los hijos e hijas.

A la nueva situación hubo que sumarle los cambios que se producen en los niños que como nos comenta Emi ‘’la primera semana de confinamiento fue muy dura, quizás sea la falta de costumbre de estar tanto tiempo en casa’’, al principio, trató de buscarles actividades que ‘’ejercían sin problema’’ los primeros días, pero con el tiempo añade, ‘’acababan hartos’’ y dejaban de hacer.

Además de intentar crear nuevos hábitos a los pequeños de la casa para hacerles la cuarentena más amena, tuvo que lidiar con el cambio de acudir a la escuela de manera presencial. Las tareas que les mandan del colegio considera, son ‘’difíciles’’ y ‘’no están entrenados para ello’’, por lo que es necesario que los niños reciban todo el apoyo educativo necesario de la madre para poder llevar a cabo las actividades escolares.

MÁS PESO EN LOS CUIDADOS

La segunda historia la protagoniza Eva, una mujer trabajadora con dos niñas en edad escolar y una madre dependiente a su cargo que, con la llegada del estado de alarma tuvo que modificar su estilo de vida llevándolo con ‘’bastante inseguridad’’ y ‘’miedo por tener a cargo a una persona de alto riesgo’’.

Eva hubo de modificar su jornada laboral yendo a trabajar alguna semana de manera alterna a pesar de que su marido se encontraba en desempleo por el coronavirus. Nos comenta que, al convivir con una persona de alto riesgo, el acudir a su puesto de trabajo se convirtió en ‘’todo un reto’’ debido al temor de contraer el virus.

A pesar de tener que acudir a su puesto de trabajo de manera alterna, también ejerció el teletrabajo que ha compaginado ‘’como buenamente ha podido’’ al ser una fórmula comenta, ‘’poco entrenada y de la que no disponían de los medios adecuados’’ siendo bastante complicado hasta que se han podido adaptar.

El aspecto educativo de sus hijas fue una actualización total aprendiendo a organizar, utilizar los recursos tecnológicos y aprender los contenidos académicos para poder trasmitírselos a sus hijas, ya que como nos cuenta, ‘’en el aspecto educativo, así como en las tareas de casa como mujer, al final te haces cargo un poco de todo’’ y continúa, ‘’al final la mujer siempre acaba teniendo más peso’’.

Toda esta situación la ayudó a reflexionar sobre aspectos de la conciliación que antes no caía en ellos y que ahora le parecen necesarios para mejorar en sus vidas.

LA DIFCULTAD DE TELETRABAJAR

La última en contarnos su historia es Yolanda, una mujer trabajadora que reside con sus dos hijos de 3 y 8 años a su cargo y su marido que trabaja de 8 a 20 horas diariamente. Su domicilio se encuentra a una hora de su puesto de trabajo, teniendo que sumarle dos horas extra a su jornada laboral todos los días.

Con la llegada de la crisis sanitaria Yolanda tuvo que ‘’apañarse sola y como ha podido con los niños’’, cuenta. En su puesto laboral compaginaron tres semanas de teletrabajo desde casa y una semana de trabajo presencial.

Su experiencia con el teletrabajo lo califica de ‘’caos’’ ya que las 5 horas de trabajo frente a la pantalla por la mañana fueron muy difíciles de llevar como comenta, ‘’yo me tengo que levantar, dar el desayuno a los niños, preparar comidas, hacer camas, las tareas de los niños y todo lo que conlleva un hogar’’.

Respecto a la educación de los niños ‘’las profesoras al contar mi situación me dieron más flexibilidad con las fechas de entrega’’ aún así reconoce que le ‘’costó mucho’’ y ‘’mi jornada la he modificado yo’’ aprovechando los momentos en los cuales, los niños echaban la siesta y adelantando trabajo ‘’como podía’’.

Respecto a las semanas que tuvo que acudir de manera presencial a su puesto de trabajo, hubo de llevar a sus hijos a casa de sus padres ‘’con un sentimiento de culpabilidad horroroso’’ comenta, puesto que sus padres son mayores de 70 años y pertenecen a un grupo de riesgo.

Reconoce que hubo momentos en los que se tuvo que plantear el 100% de la reducción, pero ‘’necesito ir a trabajar porque necesito cobrar y no me queda otra’’, también explica ‘’si yo pido la reducción mis compañeras deberían trabajar más y estamos en situaciones parecidas’’.

Yolanda reflexiona sobre la conciliación laboral y personal y concluye que ‘’conciliación no hay, existe una adaptación con la que nos vamos amoldando a lo que nos viene porque no te facilitan las cosas. Si te quedas en casa no cobras y no todo el mundo se lo puede permitir’’.

A pesar de la libertad que vamos recuperando poco a poco Yolanda confirma que ‘’lo peor está por venir’’ puesto que en su situación empiezan a trabajar de seguido y sin guarderías y ludotecas no sabe qué futuro se les presenta, teniendo que dejar al final a sus hijos con los abuelos, poniéndoles en riesgo y ‘’con una sensación de culpabilidad’’.

Tres historias de tres mujeres luchadoras que, como tantas otras, han tenido que sobrellevar la carga de compaginar la vida laboral con la personal, renunciando en algún caso incluso a alguna de las partes, y sin recibir la ayuda necesaria para que la conciliación pueda ser posible, un hecho que nos hace reflexionar en su poderosa valía para poder mejorar en calidad de vida.

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