Infames

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Contemplo en la prensa los caretos del Sr. Trump y del Sr. Netanyahu, mano a mano, presumiendo de “acuerdos” y se me revuelve la bilis. Y aún sabiendo como sé que el término “fascista” es objeto de gran controversia porque al parecer nadie se pone de acuerdo en su naturaleza exacta y en los principios básicos de su ideología he llegado a la conclusión que definirlos como tales corre de mi cuenta y si. No, a los hechos me remito: Son asquerosamente autoritarios, totalitarios antimarxistas y antidemocráticos los dos son además unos genocidas de libro: Netanyahu, literalmente y Trump también, pero a su manera.

Pero lo peor es que esta clase de fascismo se extiende rápido. Día tras día, en los editoriales de los periódicos (no todos) en la radio, en las tertulias televisivas y hasta en la BBC (¡por Dios!) gente de la que una pensaba que podía fiarse – escritores, pintores, periodistas –ha empezado a contagiarse. Se me ponen los pelos como escarpias conforme voy dándome cuenta de que lo que he leído en los libros de historia además de terrorífico también puede ser muy cierto. Es decir, que el fascismo tiene tanto que ver con la gente como con los gobiernos pues es el tipo de cosas que, tal y como yo lo veo, empieza en casa. En los balcones, en los dormitorios y en las cocinas.

Las palabras de ese poli demente recientemente suspendido de sus funciones, las opiniones de Sotres o, por lo mismo, las de Arturo Reverte hace que la gente – una gente que por difícil que pueda parecer todavía les respeta – se sienta imbuida de esas ideas que además de erróneas son muy fascistas y potencialmente letales.

Y sin embargo, ¿Por qué todo parece tan familiar? Pues porque mientras una observa lo que ocurre, la realidad parece disolverse, convertirse en las silenciosas imágenes de alguna antigua película en blanco y negro: escenas de niños muriéndose de hambre en el Yemen mientras Arabia Saudita los masacra gracias – entre otras cosas – a las armas que les vende nuestro Gobierno; escenas de explosiones increíbles en Beirut, interminables columnas de gente enferma y agotada apiñada en el Gurugú, en el campo de Moria (Lesbos) o en Gaza (Palestina). ¿Qué? ¿Qué pasa? ¿Exagero? Esto que hacen los Gobiernos occidentales (no solo los caretos primigenios) ¿no se llama fascismo? Pues entonces, ya me dirán qué es o cómo lo llamamos. ¿Es posible que la historia se haya puesto a rebobinar y que Trump, Netanyahu, Amanecer Dorado, el Le Penn francés o el Sr. Abascal sean, simplemente, una pantalla?

Porque si ellos son una pantalla, son una pantalla estupenda: Colonialismo, apartheid, esclavitud, limpieza étnica, guerra bacteriología, armas químicas, armas nucleares, armas de todas clases… se lo han inventado prácticamente todo. Han saqueado naciones, aniquilado civilizaciones, exterminado poblaciones enteras y además lo reconocen y presumen de ello. Todo – menos el poder y el dinero – les importa una higa. Así que miren, casi sí, casi me atrevería a decir que además de fascistas son también hidepu. Y perdonen la franqueza.

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1 Comentario

  • Magan
    19 de agosto de 2020

    Con su permiso Doña Pilar, yo no creo que se les pueda calificar de «Fascistas» , en mi opinión el término más adecuado sería el de «Estalinistas de comunismo» ideología verdaderamente especialista de asesinatos en masa y genocidios.

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