Un arco iris de gasolina

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Después de la lluvia, en la acera, la gasolina hace como un arco iris. Habitamos en una fotografía, creo que Yo tendría unos 4 años y mi prima Yoli 6, hablo de memoria. En la foto salimos los dos desnudos, debía de ser verano, probablemente el mes de Agosto, de esos Agostos, secos y húmedos a la vez,  que  si tenías la suerte de vivir en el pueblo te daba la libertad de ser libre, aunque a esa edad esa libertad forma parte de ti. Luego el tiempo, las convenciones, las armaduras que visten la piel, van haciendo ese espacio más pequeño hasta que llega el momento en el que te avergüenzas de tu propia desnudez o, mejor dicho, de mostrarla.

En aquella época la frontera que nos separa del pudor y de la vergüenza no existía y Yoli y Yo simplemente saltábamos bajo el arco de agua que formaba la manguera  con la que combatíamos el calor jugando con él. En la foto nada de eso aparece, solo Yoli y Yo tal y como nuestras madres nos trajeron al mundo. Ella con su sonrisa contenida, su mirada achinada y curiosa y su pelo cortado «a lo chico». Y yo una cabeza más bajito y con una lata de gasolina en la mano.

Dicen que  los recuerdos más antiguos que podemos tener es a partir mas o menos de esa edad. También es cierto que, a menudo, construimos recuerdos a partir de imágenes  que nos llevan a recrear lo que creemos que estábamos haciendo en ese momento y así alimentamos el pasado con las pinceladas de un presente acumulado, cada cual con los colores que se han ido posando en su particular paleta. No sabría definir la frontera entre lo real y lo imaginado, tampoco creo que importe demasiado, pues el relato se construye desde un lugar diferente al de la razón, desde esa geografía emocional tan difícil de ubicar en el mapa de lo vivido, pero que sabemos que forma parte de nosotros, una parte fundamental sin la cual, por lo menos para mí, perderían el sentido todas esas cosas que no alcanzo a comprender.

Quizás  con el arte suceda algo parecido, o con un tipo de arte, el que se mueve en unas coordenadas diferentes, dentro de las no-fronteras que rompen todo marco que intenta racionalizarlo. Tal vez  porque nos interroga desde lo emocional y desde ahí nos traslada a una de esas fotografías de infancia donde el idioma era otro, un idioma universal que, a medida pasan los años, vamos olvidando y ese olvido nos aleja, hace que no nos reconozcamos, que construyamos diferencias como muros infranqueables, como celdas de aislamiento, como compartimentos estanco que solo se abren desde dentro. Olvidamos ese lenguaje y la incomunicación que nace  del ruido que lo sustituye nos provoca miedo  a lo des-conocido. Como si te conociera y poco a poco me fuera olvidando de ti. Te fuera des-conociendo. De ti nunca me olvidaré Yoli.

De esos “manguerazos” de bochorno empapado de sudor,  de correr desnudos por el cemento que se nos pegaba a las plantas de los pies y que empapábamos de agua para crear una improvisada alfombra y así sobrevivir a las ascuas del asfalto, solo queda una fotografía.  Un alegato inconsciente a favor de una infancia «desnuda», con todo lo que ello puede dar de sí a una mente revisionista que quiera utilizarlo al servicio de su causa. Por cierto Yoli y Yo no nos hacemos responsables del uso que de ello puedan hacer, fue un acto de vida, no necesitamos fabulaciones teóricas que alimenten mega-teorías. Eso sí, de la mezcla del agua y la gasolina que derramamos por el suelo surgió un arco-iris increíble, como si los colores brotaran del cemento y la tierra se rebelara contra quien quiera pisarla y doblegarla a golpe de alquitrán. Como veis yo también caigo en la trampa e interpreto el pasado poniéndolo al servicio de mi particular imaginario (mea culpa). Pero es que teníais que haber visto ese arco-iris, la fuerza de sus colores; parecía como el hermano «punk»  de ese otro que nace de la naturaleza mezclada. Como si fuera el hijo bastardo de una sociedad pos industrial que quiere  imitar a la naturaleza desde la suciedad y crear belleza desde ese lugar.

Creo que el arte, que las intervenciones artísticas, en el medio urbano o rural, en cualquier medio, forman parte de esa fotografía en la que un niño y una niña derraman una lata de gasolina sobre el cemento mojado y de ahí surge un arco-iris tan inesperado como jodidamente hermoso. De esa belleza simplemente es,  que crea una pigmentación llena de todo eso que no sabemos, que no podemos y que no queremos explicar con la razón.

No sé dónde he puesto esa fotografía, tengo que preguntarle a Patxi o a Esti a ver si la tienen por algún lado. Estoy seguro de que mi prima Esti la tiene, porque lo guarda todo, es como un coleccionista de arte que sabe que todo pasa, y que los recuerdos necesitan su lugar para poder volver y transitar esas geografías perdidas pero que, sin embargo, nos ayudan, de alguna manera,  a encontrarnos o, por lo menos, a no perdernos demasiado y tener un lugar donde volver aunque sigamos caminando.

«Captar en lo que se ha escrito, el síntoma de lo que se ha callado» (Nietzsche), Ojalá…

Te quiero Yoli.

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