“Durante el confinamiento, no ha habido recursos presenciales para las mujeres que sufren violencia de género”

A problemas habituales como el control de los hijos o de los dispositivos móviles en las más jóvenes la pandemia sumó el encierro de las mujeres con sus maltratadores en sus casas.
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El consuelo del acompañamiento es el trabajo esencial a la hora de atender mujeres que sufren violencia de género en sus relaciones de pareja. La asociación Consuelo Berges lo tiene en su alma y también en su nombre, denominada así en honor a la escritora y periodista cántabra que fue una de las voces más reivindicativas por los derechos de las mujeres y el voto femenino durante el siglo XX.

Tras veintiocho años de vida, la asociación especializada en la lucha por la defensa de los derechos de las mujeres ha atendido a más de 9.800 mujeres en situación de vulnerabilidad, violencia o maltrato para que, a través de los servicios que prestan, puedan salir adelante y superar esa realidad.

Una realidad que se ha vuelto mucho más difícil tras la pandemia provocada por la COVID-19, que ha dejado a muchas mujeres aisladas y mucho más vulnerables frente a sus agresores. “Si el confinamiento ha sido duro para todo el mundo, imagina el caso de ellas, que muchas han tenido que convivir las 24 horas con su agresor, viviendo la violencia junto a sus hijos y sin tener la opción de salir a pasear o a trabajar para huir unas horas de su maltratador, que era la vía es escape de algunas, aunque no todas”, explica la psicóloga del colectivo, Rebeca Martínez.

Es por este motivo que, durante el confinamiento, la asociación trató de hacer un seguimiento a las mujeres que atienden de forma telemática, a través correo electrónico, teléfono o grupos de whatsapp. “Nunca perdimos el contacto, trabajamos con ellas todas las semanas, les ponía tarea para continuar el proceso terapéutico, o, si había una urgencia, tenía un teléfono para atenderles las 24 horas del día en cualquier día de la semana”, cuenta Rebeca.

Pero pronto se dieron cuenta de la necesidad que ellas tenían de un contacto por lo que, a finales de mayo, se convirtieron en el primer recurso de Cantabria en volver a atender de forma presencial a mujeres que sufren violencia machista. “La cercanía es un pilar fundamental para nosotras y ellas echaban en falta la compañía de las demás mujeres, porque algunas se han tenido que enfrentar a situaciones críticas y muy conflictivas que han vivido solas”, insiste la psicóloga de la asociación.

A la situación sanitaria y la que vivían en sus casas se ha sumado la falta de respuesta de las administraciones públicas que, en muchos casos, ha sido insuficiente. “Durante el confinamiento, no ha habido recursos presenciales para las mujeres que sufren violencia de género”, denuncian. El trámite de poner una denuncia, que es un paso muy difícil para estas mujeres, se convirtió en una experiencia mucho más dura. “Se las obligaba a ir solas, no podían hablar antes en persona con el abogado de oficio y se las exigía que lo explicaran rápido para volver a casa a confinarse, en muchos casos con su maltratador”.

Son muchos los profesionales que aún no han retomado las asistencias presenciales, como es el caso de psicólogos o trabajadores sociales, así como abogados de oficio en algunos casos. “Esto ha provocado una revictimización secundaria para ellas, al no darles un trato cómodo y cercano que es lo que necesitan”.

“HAN CRECIDO DE MANERA EXPONENCIAL LAS MUJERES DERIVADAS DESDE CENTROS DE SALUD”

Este ha sido un año atípico, en el que han bajado las denuncias por violencia machista pero, sin embargo, se ha aumentado el número de llamadas al 016, el número de atención a mujeres que sufren violencia de género, que no deja rastro en el registro telefónico. “Lo importante es que después haya una actuación, que estas mujeres encuentren la ayuda que buscan”, insiste Rebeca.

Para la Consuelo Berges, que este lunes ha presentado una guía contra la violencia de género, también han cambiado los ritmos y han apreciado diferencias con respecto a años anteriores. “La pandemia ha modificado cómo llegan las mujeres a nuestra asociación”, relata Rebeca.

Y es que, anteriormente, el 70% de las mujeres llegaban por iniciativa propia, ya fuera porque conocían el recurso o ellas o sus familias lo buscaban, mientras que el 30% las derivaban de otras administraciones como servicios sociales, agentes sociales que trabajan con ellas o algún centro de salud. “A partir de la pandemia, al retomar la atención presencial con mujeres nuevas, hemos observado que han crecido de manera exponencial las mujeres derivadas desde centros de salud”.

Son mujeres que han tenido como principal apoyo sus médicos o médicas de cabecera, así como el personal de los centros. En la mayor parte de los casos, acudían para intentar paliar la sintomatología que solía consistir en ansiedad o depresión relacionadas con la violencia psicológica, y que estos profesionales han relacionado con la violencia en pareja, gracias a una formación con perspectiva de género que es más necesaria que nunca para luchar contra la violencia machista.

Al derivarlas a su asociación, Consuelo Berges cuenta con un equipo multidisciplinar que comienza con la coordinadora y trabajadora social, que es quien evalúa a estas mujeres para averiguar si hay violencia machista o no. De no apreciarla, se les ofrece un servicio de mediación que es incompatible para las que sí sufren violencia. “Para que exista una mediación debe haber una relación de igualdad que claramente no existe cuando hay maltrato y una parte ejerce un control sobre la otra”.

“Esto es importante resaltarlo porque nos han llegado mujeres a las que les hemos detectado esa violencia y que vienen con una mediación hecha, por parte de profesionales que no están formados en este tipo de violencia, y que les han empujado a una custodia compartida cuando hay un menor de por medio”.

En el caso de que sí se aprecie la violencia, cuentan con una asistencia psicológica y jurídica, en caso de que haya que ayudarlas en algún proceso legal. La primera labor corresponde a Rebeca, cuya primera misión consiste en ayudarles a identificar esa violencia que están sufriendo.

La violencia puede presentarse de diferentes maneras pero la psicológica es la más invisible de todas. “Es muy sutil, empieza con un control, con cuestionarla en todo y humillarla, chantajes y manipulaciones, que se van normalizando hasta que las propias mujeres no pueden reconocer lo que les está pasando”, explica Rebeca. “Hay que tener en cuenta que todos y todas partimos de un patriarcado en el que se han generado unos roles de género desiguales y parte del trabajo es que las mujeres aprendan a tener relaciones sanas”.

“NO ME RECONOCÍA EN EL PAPEL DE VÍCTIMA”

Es el caso de Yolanda (nombre ficticio), quien llegó a la asociación en febrero del año pasado y acaba de recibir el alta, aunque permanece en contacto para ayudar a otras mujeres que han vivido su misma situación.

Ella acudió de un modo reticente, aconsejada por su padre que buscó ayuda tras detectar su situación. Cuando asistía a las primeras sesiones psicológicas, se negaba a reconocer que lo que vivió durante casi veinte años fuesen malos tratos.

Homenaje a las mujeres asesinadas en España este 2018. FOTO: Óscar Allende.

“No me reconocía en ese perfil, yo tengo el carácter fuerte y le victimizaba mucho”, cuenta, pidiendo anonimato. Como muchas, justificaba las agresiones de su exmarido y llegó a retirar las denuncias que la policía y el hospital ponían de oficio tras cada agresión importante.

Él tenía problemas con las drogas y adquirió unas deudas que pesan también sobre la espalda de Yolanda, lo que acabó motivando su decisión de separarse. Sin embargo, llegó a volver con él y no fue hasta que intentó matarla frente a sus hijos cuando despertó de esa espiral de violencia. “Mi principal miedo era dejarle solo con los niños, y llegó a pedir la custodia compartida. Afortunadamente, pese a que retiré las denuncias, pude probarlo y la custodia me la dieron a mí”.

La sentencia, no obstante, recogía la posibilidad de que, si él mejoraba en el futuro, podría tener opciones de recuperar la custodia, lo que a ella le llenaba de temor. Esto se ha acabado después de que él haya fallecido, aunque muchas de las deudas contraídas por él han sido heredadas por ella y sus hijos.

Esa luz al final del túnel que sintió con su desaparición no es del todo brillante, ya que la familia de él se ha unido al maltrato, aprovechando las visitas de los niños para malmeterlos contra ella. “Les dicen cosas malas de mí, les hacen prometer que no me lo dirán y luego los niños lloran por sentirse culpables de incumplir sus mandatos”, explica.

También han llegado a denunciarla por no poder cumplir el régimen de visitas en pleno estado de alarma. “He ganado el proceso, pero todo esto era para generarme ansiedad”.

“LOS HIJOS SE USAN COMO HERRAMIENTAS DE CONTROL”

Esta situación es habitual en una situación de malos tratos. “Los hijos se usan muy a menudo como herramientas de control”, cuenta Rebeca, que también trabaja en reestablecer el vínculo entre madres e hijos. “Los niños suelen reproducir la violencia que ven y, al ver a su madre maltratada, pueden dejar de verla como una autoridad y buscan repetir los mismos roles para imponerse a ella”, explica la psicóloga. Una situación en la que Yolanda se reconoce, aunque el vínculo está reestableciéndose.

El 016 es el teléfono de atención a las víctimas de violencia de género. No aparece en la factura, pero sí hay que borrarlo del listado de las llamadas realizadas desde el móvil

El caso de los niños es uno de los grandes pendientes en la violencia machista, ya que hay que recordar que estos también son víctimas que, en muchas ocasiones, están expuestos al maltratador al obligarles a visitarlo periódicamente. “Los usan así para continuar con el maltrato”, explica Rebeca, que insiste en la necesidad de que se escuche más a los menores.

A veces es a través de agresiones, pero también con métodos más sutiles e igual de dañinos como las manipulaciones o las amenazas. “Cuando una mujer no sabe reconocer su propia violencia, es difícil que lo haga si a sus hijos no los pegan. Por eso tampoco es justo que le pregunten a ella si él es buen padre. Yo misma pensé que sí porque a ellos no llegó a pegarles nunca, pero era obvio que no cuando me pegaba y humillaba delante de ellos”, cuenta Yolanda.

“CADA VEZ DETECTAMOS UN NÚMERO MÁS SIGNIFICATIVO DE  JÓVENES Y ADOLESCENTES”

Esa violencia que se normaliza desde la infancia es la que trata de reconducir la asociación Consuelo Bergés a través de talleres de prevención de violencia machista que ofrecen en colegios e institutos.

En estos talleres buscan concienciar contra el maltrato, ayudar a detectarlo y a buscar relaciones sanas e igualitarias.

Pero también hay sorpresas desagradables, ya que Rebeca relata que están detectando discursos de justificación y negación de la violencia machista que están calando entre los más jóvenes.

“En la asociación, cada vez detectamos un número más significativo de chicas jóvenes y adolescentes. Es positivo, porque eso implica que cada vez se pide más ayuda, tanto por su propia iniciativa o a través de amistades o sus padres, pero también es negativo que sea un número tan grande. Es algo preocupante y que nos asusta mucho”, explica Rebeca.

Son chicas muy jóvenes, adolescentes, como lo fue Yolanda cuando comenzó su relación. “El principio era precioso, pero pronto dejé de salir con mis amigos y dejé de lado a mi familia para estar solo con él. Así se empieza”.

Ella llegó a consentir que les instalara una aplicación del móvil que controlaba todos sus pasos y sus movimientos.

“Lo veía normal, él tenía celos y yo no tenía nada que esconder”. Y es lo que les pasa a muchas chicas jóvenes, que siguen justificando que sus novios las controlen o espíen su teléfono móvil, confundiendo los celos con el amor.

En ese punto, aunque no aprecien el peligro de esas actitudes, la pesadilla ya ha comenzado. Lo importante es detectarla y acotarla cuanto antes.

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