Mientras el debate público iba por la alta velocidad, las preocupaciones ciudadanas constataban los problemas de mantenimiento, retrasos y averías que sufre el transporte más cotidiano, el de las cercanías.

Crisis como la del MetroTus santanderino –el sistema de autobuses con lanzaderas y carril rápido que contribuyó a retrasar más al extrarradio del centro– evidenciaron la importancia del transporte público, y el malestar que puede ocasionar su mal funcionamiento.

Sumado a movimientos en defensa del uso de la bicicleta para desplazamientos diarios, más allá de los usos de fin de semana, deportivos o turístico, como Cantabria ConBici, el debate sobre la movilidad va ganando espacios.

En especial, además, a raíz de la pandemia: la necesidad de más espacio para favorecer el distanciamiento de seguridad, la reducción de frecuencias –con escenas de concentración de usuarios cuando lo que se recomienda es más espacio—o el mayor contacto con municipios más pequeños, todo ello ha hecho aflorar la necesidad de mejoras en los sistemas de transporte público.

Es una reivindicación que también llevan haciendo tiempo colectivos especializados en la situación del transporte como las Mesas de Movilidad.

Y que también entronca con las peticiones de mejoras del transporte público como forma de reducir la contaminación que vienen lanzando grupos como la Alianza Cántabra por el Clima.