La venganza, el amor: Medea y Paradjanov

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“Mi venganza es el amor”, exclama repetidas veces el personaje de “Paradjanov, la celebración de la vida”. Propósito que puede hacer suyo Medea, personaje de “Medea Treno”, que comienza constatando que “de la inteligencia no brota nada inteligible; nada razonable de la razón pura”.

La razón pura es excluyente, no deja un espacio para la sensibilidad y la emoción. Solo el amor -o el desamor, cuando tanta carga de amor lleva- puede cubrir sus deficiencias. El amor esa pasión noble, que habita en lo hondo del corazón, y se activa, cuando la razón no atiende a razones, y se deja arrastrar por pasiones innobles -la ambición, el poder…-, que bullen en los resquicios de las entrañas.

            Dos propuestas escénicas, que se han ofrecido en la Teatrería de Ábrego, los pasados días 16 y 17 de abril, respectivamente, dentro de la VII Muestra Internacional de Teatro Unipersonal SOLO TÚ, que, con ellas, ha superado la mitad de su trayectoria. Dos propuestas, en las que el amor, por el que  y se mata y muere –“Medea…”- o se vive y se quiere vivir -“ Paradjanov…”- se erige en el criterio ético a seguir, lamentando el Destino, como Medea, o combatiéndolo, sin lamentarlo, como Paradjanov.

Hay más de un punto en común en ambos personajes, sin perjuicio Trede sus diferencias: el principal, a partir del cual, se pueden establecer las diferencias, es su carácter trágico, no en el sentido agónico de Unamuno, sino en el heroico del filósofo francés Clément Rosset. De ahí, que en ambos el amor sea la venganza. La de Medea por los desprecios infligidos a su amor propio, y a su dignidad, como persona y como mujer, por parte de quien, Jasón, la traicionó y la abandonó. La de Paradjanov como bastión de resistencia de su espíritu frente a las torturas en su cuerpo.

(En este punto, entiendo que no es necesario contar aquí la historia de Medea ni la biografía de Paradjanov. Quienes hayan asistido a las representaciones, o ya las conocían, o las conocerán, tras haber visto las funciones)

Rafael Benito, de Alauda Teatro, autor e intérprete de “Medea Treno”, y a quien se debe la dramaturgia, centra la atención en los momentos, en los que Medea ha decidido matar a sus hijos, a los que ama, como venganza, momentos en los que afloran el recuerdo de circunstancias existenciales, que la han conducido a ello.

Por su parte, el actor portugués Sérgio Novo, dirigido por Pati Domenech, que es también responsable de la dramaturgia, ponen en escena a un Paradjanov  en situación de sufrimiento físico y moral, desde la que grita un canto trágicamente vital. Su lamento es vitalista, heroico, como el de Medea, siendo fúnebre, no es menos heroico, “sin queja”, como se puntualiza en el programa de mano. Ambos aceptan su destino, rebelándose, paradójicamente, contra él. Una rebelión dirigida por el amor.

Con estéticas escénicas diferentes, las dos representaciones comparten más de un componente, todos arropados en el poético: el de “Medea…”, de todo elegiaco; hímnico, el de “Paradjanov…”. Trágicos y heroicos, ambos. En una y otra funciones, los rituales de vida o de muerte, requieren una escenografía, en la que los objetos adquieren una relevancia, tanto expresiva como significativa. Son muchos los objetos, que se relacionan con los personajes y entre sí. Tienen en común su origen natural, expresión de la inocencia de la tierra (Nietzsche). En “Medea…”, una superficie de agua, por la que navega la nave, en la que Jasón, tras traicionar y abandonar a Medea, llega a otra superficie de tierra, Corinto, donde satisfacer su ambición. Y el fuego en una prenda, que viste muerte. Y las ramas secas de un árbol, con las que Medea arma dos cuerpos desarticulados, los de sus hijos, para después matarlos, y ponerlos amorosamente sobre las aguas, en pos de su padre, que los mató en vida, atentando contra el amor de la madre. Todo ello a la sombra de un árbol de la vida, al que le crecen las ramas, como actos y acciones de la existencia, que aparentan un equilibrio sólido, pero al que una adversidad. vital rompe el equilibrio, y desmorona todo el entramado existencial.

El simbolismo de los objetos y sus relaciones es tan preciso, como estremecedor. No menos los es, el simbolismo, que se expresa en “Paradjanov…”, donde los objetos no son ramas secas no aguas enturbiadas ni árboles que se deshojan, sino objetos naturales, que remiten a la voluntad de vivir: copas de vino, flores, frutos de la tierra, con su jugo, con los que combatir las insidias, las amenazas, las torturas, que infligen un dolor, resistente a la muerte.

Hay también en “Medea…” y en “Paradjanov…” la intención, cumplida, de reivindicar la dignidad de la condición femenina, defendida por las propias mujeres. Ya es significativo que Rafael Benito se ponga en el papel de una Medea, que no acepta su destino, sino que le hace frente con la contundencia de quien no se deja llevar por él, sino que es ella quien lo decide.

Por su parte, en “Paradjanov…”, sus artífices  se valen de tres personajes femeninos de otras tantas tragedias griegas -Julieta, Desdémona, Lady Macbeth-, tres antiheroínas, con destinos trágicos, decididos por otros, que se reivindican a sí mismas, con voces y palabras de hoy, y podría haber interpretado por Svetlana Ivanovna, segunda mujer de Serguei Paradjanov, muerta prematuramente, a la que dirige una carta de amor combativo y la hace presente, trayendo a escena  los sombreros  preciosos que la adornaban.

En “Paradjanov las interpretan las actrices Maria do Carmo Teixeira (portuguesa), María Vidal (española) y Narine Grigoryan (armenia), en secuencias cinematográficas, al estilo del cine realizado por Serguei Paradjanov, con lo que en el escenario conviven tres lenguajes, el teatral, el cinematográfico y el poético.

Las diferentes estéticas, para cumplir parecidas intenciones con lenguajes distintos, por más que poéticos, condicionan diferenciadas técnicas de trabajo actoral. Rafael Benito mueve a su personaje con la lentitud de un espíritu cansado, y lo dice con la voz dolida y la gravedad, que exige un relato de profunda perturbación emocional.

Su gesto es pausado y su palabra intensa, alimentada en textos de Eurípides, Homero, Nietzsche, Keats, Hölderlin y Rilke, palabra en la que lo lírico se compadece con lo trágico. Las músicas  de Bach, Beethoven y Monteverdi añaden solemnidad a lo ya, de por sí, solemne. La interpretación que de Serguei Paradjanov hace Sérgio Novo rebosa fuerza, vitalidad, rabia…que se compadecen con la ternura de las evocaciones y la reflexión, por más que agitada, con palabra contundente y decidida, por más que poética, y gesto de quien se defiende atacando con las armas del amor y de la vida.Tanto en “Medea…”, como en “Paradjanov…” se componen dos espectáculos de una sobrecogedora belleza, que apela al sentido y la sensibilidad. Y a la reflexión.

Podría decirse que con Rafael Benito, Medea, con rescoldos en el corazón, sirve la venganza fría, como dicen que se sirve, aunque con Sérgio Novo, Paradjanov, con el corazón exaltado, la sirve caliente. Una y otro la sirven en la bandeja del amor. Pues, como repite Paradjanov, “ningún amor es feliz”. Pero es amor.

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