Estado de alarma

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6.01 . La alarma suena, como cada mañana de Lunes a Domingo, no hay espacio para el paréntesis de fin de semana. Te gusta ponerla un minuto después de la hora en punto, quizás por esa manía tuya de no ajustarte del todo a los tiempos marcados. Un pequeño reducto de resistencia en unos tiempos donde todo se programa, donde todo se cuadricula en una hoja de excel para que el mundo tenga sentido. Ese minuto se convierte en tus sesenta segundos de insumisión al mundo. Que el mundo gire, me da igual , yo sigo en mi mundo un minuto más. Y te imaginas a ese mundo loco, del que en un minuto formarás parte, girar con su implacable maquinaria, aplastar a quien no sigue su ritmo, pasar por encima a quien no está preparado, y empujar a quien va demasiado lento para asimilarlo y necesita mas tiempo del que tiene. Como a ti. Lo empuja como cuando la cola no avanza y ves cerrarse las puertas del metro o el autobús y no puedes esperar al siguiente y la gente se abalanza unos sobre otros hasta acabar con la cara aplastada contra el cristal mientras ves los andenes pasar y las estatuas de quienes no han corrido la misma surte que tú. Están inmóviles, estupefactos porque por un minuto su día ha reventado y se ha venido abajo. Lo que queda del día tendrán que correr, sudar, llorar, gritar, enfadarse, empujar, desahogarse con quien se encuentren a su paso, intentando recuperar ese minuto perdido. Ni siquiera saben que hacer el tiempo que tienen de espera hasta el siguiente autobús, hasta el siguiente metro. Algunos, incapaces de quedarse quietos, salen corriendo creyendo que podrán llegar a la siguiente parada a tiempo de cogerlo. Lo que sea con tal de no pensar en lo que se te viene encima, si estoy corriendo no estoy pensado, pero me descalabro por el camino, sudado llego, sin saber si ese era mi destino. La puerta se cierra de nuevo y ya no sabes donde has dejado tu minuto perdido. Otros buscan desesperadamente un taxi, da igual el precio, la distancia que te separa, quizás así puedas incluso llegar antes, llegar el primero, aunque eso te cueste un día de tu sueldo, o de tu pensión o de pagar lo que no tienes. Una carrera donde cada segundo se paga al precio de la milla de oro. Cada segundo va acumulándose en forma de estrés y ansiedad como una bomba de relojería que nadie sabe cuando va a estallar pero que sabes que estallará fijo. Y que a la onda expansiva no le importará a quien se lleve por delante, sea en forma de hijo, empleado, amigo, pareja, o uno mismo. Si me hubiera adelantado solo un minuto, piensan otros que de pie en el andén se desesperan intentando hacer encaje de bolillos con los cuadrantes de una mente organizada en cuadrículas. Tengo que deshacerme de los círculos, los círculos no me llevan a ningún lado, solo a un bucle interminable de vueltas y vueltas, las cuadrículas son la solución, ahí estoy a salvo, encapsulado en la medida exacta de mis sentimientos para que todo encaje y pueda sobrevivir a otro día. Además todo tiene forma de cuadricula o cubo; las casas donde vivimos, cuatro paredes que te aplastan, los vehículos en los que nos metemos, para ir de un lado a otro, cuando decimos esto no me cuadra tiene que ser por algo, y los ataúdes donde nos entierran tienen forma de rectángulo. Demasiados pensamientos acumulados, suerte que llega el siguiente metro: he tenido que esperar todo un minuto piensas mientras se abalanzan al compartimento cuadrado que durante unos minutos será tu particular ataúd en vida, hasta llegar a la oficina, a la sala de espera, a la entrevista de trabajo, al aula, a la celda. Todos, por cierto cuadrados, como una caja en la que meter las cuatro cosas que la vida te permite llevar contigo y guardarlas para que nadie te las robe, en una caja fuerte, que por cierto es cuadrada, como el banco que la guarda y que firma tu orden de desahucio. Los móviles también son cuadrados cuando llamas y está comunicando o es demasiado tarde o te inventas una excusa que tape el boquete que la pérdida de ese minuto ha provocado en tu vida. Joder que agobio.

El reloj de tu mesita es cuadrado, pero bueno, eso es “por casualidad”….Todo lo que ha pasado durante ese minuto te lo has pasado dormido, en tu mundo, algo así como que se parece el mundo que yo me bajo, pero en formato “el mundo puede esperar” que siga con su locura que yo me tomo un minuto para respirar. Suena la alarma, las 6.01. Miras a tu alrededor. Ha finalizado el estado de alarma oyes decir en la radio. Coges la mascarilla, el gel hidroalcóholico. Nada ha cambiado. Piensas en ellos y esperas que estén bien, que no les haya pasado nada malo. Que no se contagien. Todo va demasiado deprisa y esto aún no ha acabado. Enciendes la tele, que por cierto, es cuadrada igual que el ordenador desde el que escribes. Estado de alarma.


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