El duende ha dejado el Parque para siempre

Bruno, el dueño de la posada de Cicera, falleció inesperadamente ayer unas horas antes de recibirnos. Sus vecinos le despiden acogiéndonos en mitad de su dolor.
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Día 2. Cades-Cicera

Siempre he pensado que para ser bueno el ejercicio del periodismo exige una difícil y equilibrada dosis de narración informativa -ahora la llaman story telling- y creatividad para la ficción.

La crónica de unos hechos, cuando se trata de narrar algo tan irrelevante como un viaje personal, requiere el manejo del lenguaje y la imaginación suficiente para que los datos cuadren y logren interesar a quien lee al otro lado de la pantalla.

UN POCO DE TODO

Juan, el valenciano que regenta La Casona del Nansa en Cades

Desde el domingo, trato de narrar mi paso por el Camino Lebaniego añadiendo la cantidad adecuada de información relevante y los detalles frívolos suficientes para enganchar a los curiosos sin aburrirles.

Pero lo que una crea de este oficio poco tiene que ver con lo que la profesión exige.

Ayer lunes salí temprano de la Posada del Nansa en Cades (Herrería), camino de Cicera, con el ánimo de encontrar algún detalle a partir del que contar una historia.

La despedida del director de la Posada del Nansa, Juan, ya me regala algunas perlas. Es un valenciano que decidió refugiarse un tiempo del estrés ocupándose de llevar el hotel de unos amigos. Nos ha dado toda una lección sobre la gestión turística y los riesgos de invertir en hostelería que bien podrían llenar líneas de esta crónica. Además, anoche nos sirvió la gasolina necesaria para recargar las pilas: rabas y cocido montañés.

Iba pensando en escribir sobre gastronomía cuando la soledad de mis pasos y el vacío de los pueblos que fuimos atravesando me hizo pensar en la crisis económica que vivió Cantabria cuando Europa decretó la cuota láctea y lo duro que debió ser, socialmente, encontrar alternativas económicamente sostenibles.

LUIS Y DIANA

Luis, el compañero de Diana

Por eso, sometí a un tercer grado a Luis y a Diana nada más llegar a nuestro destino: Cicera, uno de los pueblos que componen el Ayuntamiento de Peñarrubia. Son una pareja joven. Regentan el único bar y tienda del pueblo. Luis es de aquí; Diana llegó hace 7 años desde Rumanía. Sobreviven de las ventas de la temporada alta, cuando la había, antes de que una pandemia se cruzara en nuestro camino. Su historia es la de muchas de las personas jóvenes que no renuncian a vivir en un lugar tan bello como tranquilo y aislado.

BRUNO, EL DUENDE DEL PARQUE

No son los únicos. En su pueblo hay otro negocio: la Posada ‘La Escuela de Cicera’. Su propietario es Bruno. Llegó de Santander buscando una vida tranquila y desconectada del estrés urbanita hace 18 años. Decidió vivir otra vida. Montó el único alojamiento para ‘turigrinos’ en varios kilómetros a la redonda. Vive solo con una perrita de aguas y un gato siamés. Lleva una vida tranquila, de atardeceres de humo y música, paseos por el monte y esperas de clientes. En Instagram se hace llamar ‘El duende del Parque’.

Posada La Escuela de Cicera

Bruno debía ser nuestro anfitrión la noche del lunes al martes. Al llegar, avisamos llamando por teléfono, pero no atiende. Luis advierte que es posible que haya salido a dar un paseo. Insistimos.

Acudimos a la puerta de la Posada por si hubiera vuelto. Nuria, Ángela, Rocío y Emilio nos oyen llamar. Observan con preocupación la falta de respuesta. «No es normal. Si espera clientes, Bruno no sale al monte», apuntan.

No tardan en consensuar la decisión de dar parte al servicio de emergencias. Creen que algo ha pasado.

Pero cuando haces crónicas de viajes irrelevantes crees que la realidad nunca enturbiará la ficción que has creado en tu cabeza.

UN FINAL INESPERADO

La preocupación de los vecinos de Bruno es el enganche perfecto para hablar de la solidaridad vecinal en los pueblos aislados de la montaña cántabra, donde todos se preocupan por todos hasta límites exagerados, cuando se mira como yo con las gafas de quien llega de la ciudad.

Una patrulla de bomberos, una ambulancia y dos agente de la Guardia Civil han llegado desde Potes en media hora. Cuando tienes una urgencia en Cicera tienes que esperar al menos media hora.

Ángela con la perrita

En mi libreta he anotado: «verás cuando el pobre Bruno vuelva de su paseo y vea que los Bomberos han reventado su ventana» y he disparado la cámara para tener el momento retratado. La anécdota del enfado de Bruno iba a resolver media crónica, pero el periodismo es una cosa y la realidad otra.

Justo después de entrar por la ventana, uno de los jóvenes agentes ha pedido a todos salir. La primera en escapar de la Posada ha sido la perrita. Ángela la ha sujetado y notado su miedo.

«Bruno está dentro, ha muerto». Porque la vida no es lo que cuentan las crónicas, la vida es lo que pasa cuando decides vivir.

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