Sin reliquias no hay paraíso

El debate sobre la autenticidad de las diferentes variantes del Camino Lebaniego recuerda extrañamente a la carrera y disputas por las reliquias para atraer peregrinos en la Edad Media.
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Día 3. Cicera-Potes

El día que el conde de Liébana decidió levantar una iglesia nueva para impresionar a sus vasallos se le olvidó un detalle imperdonable.

Poco importó que eligiera un espacio sagrado para los pobladores de la Cantabria precristiana, que trajera a los mejores arquitectos y artistas mozárabes e invirtiera un capital en las canteras de la zona. Al conde se le pasó por alto lo único que contaba en el siglo X si querías triunfar en la carrera peregrina: una reliquia que atrajera el interés, más bien la devoción, de los creyentes, tan creyentes como para dejar que su fe les arrastrara por caminos inhóspitos de media Europa.

UN POCO DE HISTORIA

Tamaño despiste le costó el berrinche de ver pasar de largo a cientos de peregrinos. Le duró poco el disgusto.

La vista desde el Camino Viejo

La nobleza siempre supo salir del apuro, así que el conde encontró rápido una solución: pedir a los monjes de unos kilómetros más adelante que le cediesen los huesos del antiguo obispo de Astorga, aquel que tras peregrinar a Jerusalén logró salvar de los persas parte del brazo izquierdo de la Cruz en la que fue martirizado Jesús de Nazaret: Santo Toribio.

Los restos de un santo eran el reclamo perfecto en el siglo X, pero el plan del conde salió sólo regular. Básicamente los monjes le mandaron a paseo. La respuesta debió incomodar al conde. Incomodar nivel te mando una tropa a asaltar el monasterio para llevarme los restos del santo sí o sí. Pues ni por esas lo consiguió.

El conde se arrepintió de la osadía y acabó mandando una carta a los monjes para disculparse. La culpa y el arrepentimiento, dos clásicos de la penitencia espiritual, que en este caso sólo sirvieron para dejar la prueba por escrito de la ocurrencia del conde.

Ésa es sólo una versión reducida y algo exagerada del detallado relato sobre el origen e historia de la iglesia prerrománica de Santa María de Lebeña que ayer nos contó María Luisa, la guía que paciente espera en el pórtico del templo la llegada de peregrinos y turistas.

LA RUTA

Maria Luisa

Santa María de Lebeña es probablemente la joya arquitectónica más destacada de la etapa Cicera-Potes. Bueno, la joya de todo el camino, si se me permite exponer mi debilidad por Santa María, en la que nada más entrar he reconocido los arcos de herradura y los capiteles vegetales de la Córdoba andalusí en la que crecí, y mi admiración por el talento narrativo de María Luisa, que con datos, anécdotas y una fina ironía nos cuenta más verdades que cualquier guía para viajeros. Y por el ridículo precio de 2 euros. Es imposible no pararse a pensar lo barato que sale el conocimiento y lo cara que es la ignorancia.

En nuestra tercera etapa en busca de la clemencia de Santo Toribio, nos hemos parado en Santa María de Lebeña por puro empeño personal. Por eso y porque en esta etapa caminamos con El Peregrino. La noche anterior, lo ocurrido en Cicera, nos convirtió en «los otros». Extraños como él en el dolor y el difícil suceso de los vecinos de Cicera, compartimos albergue, cena y horas de conversación. Nos hemos conocido lo necesario para recorrer juntos el camino.

Santa María no se encuentra en nuestro recorrido y eso a pesar de estar casi a medio camino entre Cicera y Potes, en mitad del valle y dentro del recorrido oficial del Camino Lebaniego.

FLECHAS HACIA EL ALTAR

Pintada contra Cabañes

De hecho, todas las flechas rojas de Lebeña señalan hacia ella, guiando a los peregrinos hasta su altar antes de subir en dirección a Cabañes.

Y entonces ¿por qué no iba a estar Santa María en nuestro recorrido? Porque nos hemos puesto puristas, como los exquisitos de la tortilla de patatas o del flamenco auténtico, y hemos seguido las indicaciones del Camino Viejo que localizamos unos días antes en varios foros montañeros y que confirmamos charlando con los amigos de Bruno en su despedida del Parque.

LOS PURISTAS

Sí, como en el flamenco, como en la tortilla de patatas o en la paella, en el Camino Lebaniego también estamos los puristas, quienes sostenemos que a los sitios se va por donde se va. Todo un ejercicio de rebeldía a pesar de lo conservador del argumento. Rebeldía porque desde el último Año Jubilar de Santo Toribio de Liébana decir que no es necesario pasar por Cabañes para llegar al monasterio parece merecer la excomunión en algunos círculos.

El paso más complicado del Camino Viejo

El recorrido por la margen derecha del Nansa en este último tramo hasta Potes desde Lebeña fue impulsado en contra de la ‘tradición’ peregrina que pasaba de largo Santa María para subir por la margen izquierda sorteando el vértigo de las pedreras de la montaña y lo aéreo de su paso.

No es que el conde se haya reencarnado en funcionario municipal, ni nadie haya mandado a las tropas para obligar a los turigrinos a hacer más kilómetros y sortear mayor desnivel, es que once siglos de peregrinación han ido transformando las motivaciones para lanzarnos a los caminos y ya no cuentan las reliquias, ahora manda el capital.

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