Los grandes independientes

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T. D. Allman, periodista estadounidense, es autor de una de esas citas sobre el oficio, que se le graban a una a fuego: “El periodismo verdaderamente objetivo – dice – es el periodismo que no sólo capta los hechos correctamente: capta el significado de los hechos correctamente y no solo convence hoy, sino que resiste la prueba del tiempo. Lo respaldan no solo “fuentes dignas de todo crédito” sino el despliegue de la historia. Es periodismo que diez, veinte, cincuenta años después del hecho continúa sosteniendo un espejo veraz e inteligente ante los hechos”.

Hechos:

La investigación del periódico Público sobre los manejos del emérito de la que, al parecer, ni la Prensa ni el resto de los medios, ni de las instancias públicas quieren darse por enterados. Llevamos ya días recibiendo bombazos:

“El ‘caso Gürtel’ dejó al descubierto el entramado de evasión de capitales fraguado en torno a la cuenta ‘Soleado’, que gestionaba el socio y asesor de Los Albertos, Blanco Balín, y emergieron comisiones de decenas de millones para Juan Carlos I que el bróker suizo Fasana ocultaba en paraísos fiscales y con testaferros como Álvaro d’Orleans-Borbón”.

Y nada.

¿No es un poco-mucho vergonzoso?

Otra cita, esta vez de C. Cockburn:

“Nunca te creas nada – escribió – hasta que lo nieguen oficialmente”.

Por cierto, en la Facultad no nos enseñaron que el Estado miente por costumbre. Pero no hizo falta, lo aprendimos enseguida. Claro que para lo que nos sirvió…

El poder opaco – y la Monarquía no puede ser un poder más opaco – detesta a los periodistas que hacen su trabajo, los que no están dispuestos a comulgar con ruedas de molino, examinan tras las fachadas y levantan piedras. Las pedradas que a estos profesionales les caen encima, arrojadas por manos laureadas (y algunas otras) son – de siempre – su insigne honor. Algo a lo que no están dispuestos a renunciar porque saben que va en ello su dignidad.

En estos tiempos de “multimedia” corporativos dirigidos por unos pocos poderosos supeditados a los beneficios y a los efluvios mefíticos del poder, son muchos los periodistas que forman parte de un aparato propagandístico sin apenas darse cuenta. Y otros, por supuesto, dándosela y, además, pagados. El poder (mayormente económico, pero también político) compensa su colaboración con propinas y pequeños reconocimientos: un lugar en la mesa – o debajo de la mesa, como perros – tal vez una emisora o una licencia para explotar alguna televisión (¿verdad Inda?). Y de repente, ahí los ves convertidos en portavoces de los portavoces, repetidores de consignas de sus instructores, putos lacayos.

Por suerte, no todos son así y hoy quisiera celebrar con agradecimiento las honrosas excepciones de profesionales, en este caso los de Publico, cuyo desacato al autoritarismo les permite advertir a sus lectores acerca de lo que hay. De lo que verdaderamente hay.

¡Salve, compañeros!

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