Esa gota de sudor

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Hay años que vivir peligrosamente es algo así como una proposición indecente a la que aunque te niegues no te queda mas remedio que aceptar el chaparrón y bailar bajo la lluvia. Hay años de esos marcados en rojo en el calendario como los meses de octubre que van a la caza de un otoño tardío, de un invierno temprano o que salen huyendo de veranos con las faldas y a lo loco, o caminando entre naranjos, cerezos en flor, o vareando lo que queda de ese amor que cuelga de las ramas, como si de un precipicio se tratara. Y no sabes porque te empeñas en mirar hacia abajo, quizás porque te cortaron las alas al nacer y eres como esos ángeles con caras sucias que deambulan por las calles con esa sensación de se me olvida algo y no se qué es que tenemos a veces. O que llevamos siempre con nosotros, como una marca de agua que nos identifica en las ruedas de reconocimiento a las que nos somete el autobús cada mañana, el metro o el tranvía.

De pie en el andén o dentro del vagón, agarrado a la barra con el brazo estirado la mañana te empuja con su traqueteo de frenazos o carriles, o carreteras secundarias. El desodorante se convierte en un artículo de lujo en una playa donde nunca sale el sol. Y aunque amanece, que no es poco, tú sigues con la mirada fija en el horizonte lejano del rostro de otro desconocido. ¿Sabes esa forma de mirar que te mira pero que no te ve? ¿Que se fija en ti y te atraviesa como si buscara un punto concreto y tú eres lo que se interpone? Algo así como un tiro en la nuca de una indiferencia aprendida desde hace tanto tiempo que no hay ni buen a ni mala intención, simplemente el traqueteo del metro, del tranvía o los vaivenes del autobús. Bueno, de lo malo, malo hoy te echaste desodorante del bueno, y aunque sientes el nacimiento de la gota de sudor en tu axila emprender su viaje por la parte liberada de tu cuerpo, sabes que eso queda entre tú y ella. Una mirada de soslayo para comprobar que todo va bien y de nuevo la vista a ese ningún lugar en el que estás empadronado.

El tiempo lento de Kurosawa se vuelve insolente cuando se trata de llegar pronto a tu cita, o de salir de ese puto atasco en el que estás metido, cuando tienes prisa por salir de ese embrollo sentimental en el que tú misma te has metido. O cuando estás en la sala de espera esperando los resultados o que te digan algo sobre su estado. Por mas que lo intentas eres incapaz de sumergirte en su atmósfera. Cuando te propones ir mas rápido tampoco logras llegar antes, simplemente lo que consigues es tropezar con la misma piedra tantas veces que podrías tener tu propia cantera, además de tu propia línea de desodorantes para que no se note que la ansiedad es esa piel que llevamos pegada a nuestra propia piel y que ya ni nos damos cuenta. Al pasear no paseamos, caminamos mas deprisa como si tuviéramos que llegar a algún lado. Programamos las vacaciones, quienes pueden darse ese lujo, como si de un cuadrante de trabajo se tratara. Nos obstinamos por recuperar nuestras vidas, con sus rutinas y así volver a la normalidad, con recuperar las certezas y las certidumbres donde nos sentíamos a salvo.

Los precipicios son algo curioso, bueno, me refiero a un tipo de precipicio, el que siempre ha estado ahí pero no habíamos visto hasta que damos un paso en falso, o hasta que tropezamos con un obstáculo que la vida nos pone o que nosotros mismos hemos ido construyendo mas o menos conscientes. Como comerte un ácido porque crees que es lo mas parecido a que los sueños se hagan realidad. No ver el precipicio se convierte en una forma de superveniencia, quizás ser demasiado consciente no te dejaría caminar. Quizás de ahí nace el arte, la imaginación, los cuentos, el cine, el irte de vacaciones, de compras, quizás haya mil tipos de pastillas, legales y no para evadirte de tanta sobredosis de realidad que duele: con forma de mascarilla, de barriga inflada de desamor, soledad, frustración, o de muertos en el mar, o en las fronteras, de asesinados o de otra puta guerra que nadie entiende y que compite en el tablón de anuncios de nuestra conciencia con …….(los puntos suspensivos rellénalos tú, y yo también los míos, por su puesto).

Tal vez por eso es tan difícil mantener el equilibrio entre tantos hilos, filos, pastillas, terapias y libros de auto-ayuda. Es cierto, no todos los filos son iguales, los hay acolchados, o incluso mas anchos unos que otros.

Nuestra rutina vive al margen del precipicio, de la muerte, del dolor, y por eso no sabemos afrontarla cuando llega, o cuando de una u otra manera aparece en nuestras vidas en forma de enfermedad, pérdida de un ser querido, pandemia o desodorante.

Mientras, esa gota de sudor va haciendo mella y camino al andar y sueña con acabar como una de esas que te empapan cuando haces el amor. Aquí el tiempo de Kurosawa tendría su lugar. Sin prisa y respirando hondo.

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