Verano azul y Aniceto el vencecanguelos

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Hay marcadores generacionales, verano azul la serie, es uno de ellos, llorar por chanquete, perdón por el espoiler a milenial de gustos retro. Volver a ese lugar del que ya ni te acordabas como si no te hubieras ido nunca. Eso solo lo consigues cuando te reencuentras con algo o con alguien que llevabas muy dentro. Puede pasar con una serie como la que ponemos de ejemplo, y al volverla a ver de nuevo te preguntas que habrá sido de ellos; en algunos la muerte hace tiempo que dejó de ser una ficción y la realidad dialoga con una imagen del pasado traída al presente y te muestra las marcas del tiempo, como si de una reunión de antiguos alumnos se tratara.

Pasa con una serie, con un libro, con una persona; recuerdo revolver entre las cajas de libros amontonados, llenos de polvo o degradados por la humedad, y caminar entre ellos como si de un yacimiento arqueológico se tratara. Por cierto que Indiana Jones también es otro marcador generacional de un cine considerado ya como clásico para muchos jóvenes. Así el blanco y negro pasaría a ser como una especie de prehistoria cinematográfica perdida en el origen de los tiempos. Cosas del tiempo que diría Platón en su diálogo con Timeo de camino a la eternidad. Aunque efímero como el instante inexistente que diría Aristóteles:

“parte del mismo pasado y ya no existe, y la otra parte del futuro y no existe todavía; y sin embargo, esta hecho de aquellos. Es difícil concebir que participa de la realidad algo que está hecho de cosas que no existen”.

Si que es difícil si, casi tanto como actualizar un recuerdo, despojándolo del paso del tiempo y todo lo que sucedió después. El tiempo desnudo parece algo imposible cuando lo vestimos del ser humano. Mientras, el silbido de la banda sonora de ese verano tan azul como la serie de Picasso cuyo nombre tiene su origen en el suicidio de su amigo Carlos Casagemas (el 17 de febrero de 1901), que dejó a Picasso lleno de dolor y tristeza. Algo así como la nostalgia cuando se posa y encuentra acomodo en el presente. Así, el tiempo pasa a ser una especie de diario de bitácora de tu existencia que va cambiando a medida que pasa.

Mientras recorres el yacimiento de libros amontonados en la galería de tu casa en el pueblo sientes que cada portada, que cada título es el marca páginas de un momento de tu vida, de muchos momentos, y ahí es donde realidad y ficción dialogan escribiendo el relato de los sentimientos. Y te paras en cada uno de ellos, solo un instante a modo de saludo solemne, de reconocimiento, de gratitud. Cuando llegas a “Aniceto el vencecanguelos” te paras en él y el tiempo se para en su recorrido de páginas recuperadas del pasado y se hace tan presente que las leyes del universo se hacen a un lado para dejarte mas espacio para sentir. La tapa semiblanda con el rostro de un joven con la barbilla apoyada sobre su mano y el codo sobre el pupitre. El fondo azul recorrido por un barco de vapor; es imposible contener la sonrisa, tan desnuda como el tiempo que te recorre despojándote de los años, de las experiencias vividas, las buenas, las malas, las medio pensionistas, por un momento que se alarga, que estiras, los años se evaporan y vuelves a ese mismo lugar hecho de tiempo. Lo mas parecido a un viaje en el tiempo te dices mientras miras de soslayo algunos de los libros de la colección de Julio Verne que tus padres te compraron cuando los porteadores de libros eran viajantes que iban de casa en casa por los pueblos vendiendo enciclopedias para conocer un mundo que aún no sabia de internet ni de aldeas globales.

Y te reunías junto a tus vecinos en la trastienda del bar de “El Puente” para escucharle. Y sentías que formabas parte de algo importante al ver como la gente le miraba sin decir ni “mu”, atentos en ese espacio de saber y tiempo improvisado. Nada que ver con tertulias literarias, ni los cafés. En esos libros se escondían las respuestas a muchas de las preguntas que ni siquiera sabías que tenías, solo una curiosidad que palpitaba dentro de ti con tanta fuerza que el mundo se concentraba en esas cuatro paredes, con el olor a café recién hecho, con el ruido de los parroquianos jugando a las cartas o tomándose algo, al otro lado de la puerta. Y sin embargo, todo desaparecía de la mano del viajante. Y con las enciclopedias te regalaban una colección de libros de Julio Verne, y un reloj de pared cuyo tic, tac aún permanece sujeto a su sencillo mecanismo como puente entre el ayer y el hoy.

Y con “Aniceto el vencecanguelos” en la mano resuelves el secreto de ese título tan raro y de las historias que contaba tantos años después. Vence- canguelos, joder, historias para afrontar tus miedos de infancia; por fin lo entiendo. Y te lo guardas para contárselas a tu hijo y tal vez ver con él Verano azul, y sentir que el tiempo pasa como si no pasara el tiempo.

Nota: Tengo que escribir una versión para adultos de «Aniceto el vencecanguelos». Lo necesitamos incluso mas que ellos.

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