La iglesia de la gente cumple 120 años: del pueblo a la ciudad

La iglesia de Nuestra Señora de La Asunción de Torrelavega cumple hoy domingo 120 años. Un aniversario marcado por la pandemia y que, volviendo la vista a 1901, desvela un cambio de paradigma vital que hoy analizamos junto con la labor social que ha desarrollado en este tiempo
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Es jueves, son las 11 de la mañana. Faltan apenas tres días para el aniversario de la parroquia de Nuestra Señora de la Asunción de Torrelavega y, nada más llegar, podemos observar cómo avanzan los preparativos estéticos. Una grúa coloca un gran cartel en la portada del templo con el lema “1901-2021. 120 años donde están las personas: Ayer hoy y siempre”. Nos acercamos a la sacristía, donde ya espera Maribel Arce, responsable actual del templo. Lleva 42 años integrada en la parroquia. “Una vida”, reconoce.

Una vida, también, para muchas de las personas que han pasado por esta parroquia torrelaveguense. La de aquellos que dedicaron su tiempo de manera desinteresada para ayudar a construir esta comunidad que sorprende desde el inicio. La actividad dentro del templo es llamativa. “Es lo habitual, aquí siempre hay gente”, asegura Arce, que añade que “es uno de los objetivos principales, crear comunidad, que la gente participe activamente en la vida de la parroquia y que la sienta como su casa”.

De pueblo a ciudad

El 29 de enero de 1895, la reina regente María Cristina concedió a Torrelavega villa el título de ciudad, lo que significó un aumento demográfico importante y una mejora de las condiciones sociales, económicas y comerciales. En ese momento, la vieja iglesia de la plaza del Grano era una iglesia pequeña y deteriorada, por lo que el párroco don Ceferino Calderón, con visión de futuro, decidió apostar por la construcción de un templo acorde con el título recién concedido.

Fue él quien creó el Círculo Católico de Obreros, el preventorio para niños tuberculosos y el Asilo San José, además del periódico local El Adalid. Le sustituyó don Emilio Revuelta, que permaneció en Torrelavega desde 1911 hasta su fallecimiento en 1954. “Un sacerdote que unió al pueblo en una etapa complicada”, según nos comenta don José María Díaz, párroco de Ganzo y experto en la historia de la parroquia y de la ciudad. “La iglesia, más que como un edificio, se debe observar como una comunidad de personas”, argumenta.

Los amargos años 80

Los años 80 fueron la etapa de explosión de las iniciativas sociales en la parroquia y en Torrelavega. El Hogar del Transeúnte, las asociaciones vecinales, entre las que destaca la Asociación Río Indiana, ubicada en los bajos de la casa parroquial; se fomentó la acogida y apoyo en una vivienda de personas con dependencia del alcohol, el embrión de Alcohólicos Anónimos en la ciudad. También se pensó en los jóvenes que salían del reformatorio de Viérnoles y quedaban abandonados por las calles, para lo que se trajo a los frailes amigonianos para gestionar La Casa de los Muchachos, proyecto nacido también en la parroquia.

Un grupo de militantes de la parroquia creó en los 90 la Hermandad Obrera de Acción Católica (HOAC), de la que surgió un grupo de misioneros que estuvo un año en Camerún. Los encierros laborales en la iglesia, apoyados a finales de los años 70 y 80 por el párroco don Cristóbal Mirones fueron otro de los grandes hitos que muchos recuerdan en Torrelavega. Pero uno de los grandes retos de los años 80 y 90 lo representó el problema de la drogodependencia. Por ello se creó en Torrelavega Proyecto Hombre, que disponía de un local en las dependencias parroquiales.

Los párrocos y los diferentes integrantes de la comunidad se han ido adaptando, y aún lo hacen, a las necesidades de la ciudad. Una de las iniciativas actuales más definitorias es el proyecto La Campa, fomentado por el actual titular, don Juan Carlos Rodríguez, y que en estos tiempos de pandemia se mantiene en pausa, pero que a lo largo de los últimos años ha pretendido y conseguido integrar en la vida de la ciudad a miles de migrantes llegados al barrio de la Inmobiliaria y a Torrelavega.

Pandemia

“La pandemia lo ha cambiado todo”, reconoce Maribel, que recuerda, con lágrimas en los ojos, los viejos tiempos: “Hace años se hacían excursiones de 30 y 40 autobuses, en cada celebración la iglesia se llenaba. Imagínate todos los bancos llenos, 500 personas aquí dentro”. Se vislumbra en sus ojos y en sus gestos el sabor del recuerdo, cargado de emoción, sí, pero habla alguien que sabe que nada volverá a ser igual. Y ella lo sabe bien, porque lo ha vivido casi todo en ese templo y aún lo hace. “He pasado mucho tiempo aquí, formo parte de esta familia y me siento muy orgullosa de ello”.

Observamos cómo ciertamente la crisis sanitaria ha cambiado las cosas: marcas en los bancos que indican donde sentarse, voluntarios en la entrada y a la salida para desinfección de manos; distancias y todo lleno de carteles informando sobre las medidas sanitarias para tener en cuenta. En realidad, poco cambia respecto a cualquier otro espacio público, pero llama la atención la intensidad con la que se cumplen las normas y que todos allí dentro, pese a todo, lucen una sonrisa.

Salimos de allí, tras despedirnos de Maribel Arce, y, de camino al coche, nos planteamos en qué punto un lugar llega a convertirse en una segunda casa y cómo un grupo de personas en tu segunda familia. Nos preguntamos qué pasa ahí dentro para que tanta gente haya dedicado su tiempo y sus vidas a colaborar con la parroquia. Y nos da la sensación de que hay algo más duro que nada y contra lo que en ese lugar saben luchar: la dura y ruda soledad.

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