El refugio como única salida

Este domingo se celebra el Día Mundial de las personas refugiadas, una jornada que pretende dar visibilidad a las situaciones de violencia, pobreza, exclusión y otras tantas que obligan a millones de personas a huir dejando todo atrás
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Laura salió de su Colombia natal junto a sus hijos hace algo más de 5 años. Lo hizo aconsejada por un abogado y con el apoyo de los cuerpos de seguridad que llevaron su caso. Calificar su experiencia como un caso puede llegar a resultar atrevido, incluso puede que insultante. Sí, es un caso más, como los de millones de personas que se ven obligadas a escapar de sus países por motivos relacionados principalmente con la vulneración de derechos humanos, la persecución, la violencia o la pobreza, pero ante todo es una experiencia que ha dejado huella en Laura y en sus hijos.

Ellos cuentan ahora con seguimiento y protección y no pueden ni deben relajar las medidas que, en realidad, nadie les ha impuesto, pero que deben tomar para evitar ser localizados. Resulta imposible hacerse a la idea de las sensaciones que vive un refugiado.

“Al principio, al caminar por la calle, iba mirando a todos los sitios. Al escuchar un coche acelerar o a alguien gritar, me estremecía pensando que iba a ocurrirme algo”, recuerda Laura, que tuvo que recibir asistencia médica para curar las heridas internas provocadas por años de violencia. También sus hijos. Y es que las secuelas psicológicas hacen aún mella en ellos. Pese a esto, el gesto de su cara cambia cuando Laura habla del presente y de sus expectativas: “Ahora nuestra vida tiene sentido y siento que formamos parte de la sociedad, de una comunidad”.

CÍRCULO DE SILENCIO

Es sábado y faltan apenas diez minutos para que las campanas de la iglesia de Nuestra Señora de La Asunción de Torrelavega repiquen marcando las siete de la tarde. Laura se encuentra junto a decenas de personas en los jardines de los alrededores del templo esperando a que dé comienzo el Círculo de Silencio con motivo del Día Mundial de las Personas Refugiadas.

Conoce a algunos de los asistentes, que la saludan, pero ella se muestra distante y reservada en todo momento. “Me cuesta mucho confiar en la gente, aún siento que no debo hacerlo. Me siento mucho más libre que en mi país, pero estoy viviendo un proceso de reconstrucción interna que va a llevar tiempo”, afirma convencida mientras observa los preparativos del círculo.

El testimonio de Laura, que, por motivos de seguridad, no es el nombre real de nuestra protagonista, resultaría intenso y devastador para cualquiera. Desde la adolescencia sufrió violencia física y psicológica en su entorno familiar. Posteriormente, esta se trasladó a su matrimonio, en el que soportó todo tipo de agresiones, vejaciones y perjuicios que han marcado su vida y que hacen que su relato dibuje una imagen plástica capaz de hacer comprender el nivel de crueldad que se puede llegar a alcanzar, así como la capacidad del ser humano para superar lo intolerable.

EL INFIERNO

“En mi situación, el infierno habría sido un lugar al que ir de vacaciones. Sentía que no tenía voz, nadie me escuchaba, hasta que alguien lo hizo y me ayudó a salir de todo aquello”, asegura. El primer paso lo dio tras una vista en un juzgado local, en la que el juez pudo comprobar el verdadero carácter del exmarido de Laura. Tras esto, la Justicia le ofreció ayuda y un cuerpo especial de las fuerzas de seguridad la apoyó y la ayudó a abandonar el país junto a sus hijos rumbo a España.

Desde su destino original, Valencia, llegaron a Cantabria, donde, tras un largo proceso, Laura y sus hijos recibieron el estatus de asilados, además de protección internacional, con arreglo a la Convención sobre el Estatuto de los Refugiados del 28 de julio de 1951, en la que se definió quién es un refugiado y el marco de derechos y obligaciones de estos y de las naciones que otorgan el asilo.

“Nunca podré volver a Colombia, pero al menos ahora mi vida va tomando forma y cuento con seguridad para mí y para mis hijos, algo que nunca tuve allí”, comenta Laura tras finalizar los cinco minutos de silencio y después de la lectura del manifiesto que pone fin al encuentro organizado desde el proyecto Lacampa, de Cáritas Diocesana de Santander y la parroquia de Nuestra Señora de La Asunción de Torrelavega.

En palabras de Estefanía Chaves, educadora social y responsable de sensibilización de Cáritas Diocesana, “mediante acciones como esta, pretendemos hacer un doble llamamiento. En primer lugar, a la clase política para que trabaje en modificar las leyes de migraciones y extranjería, que tanto perjudican a las personas que se ven obligadas a abandonar su tierra y, al tiempo, buscamos llamar la atención de la ciudadanía para que sienta al extranjero como un hermano y se fije en lo que nos une y no solo en lo que nos separa”.

PROYECTO LACAMPA

Las labores de integración y promoción de la convivencia en la sociedad actual resultan imprescindibles. El encuentro de culturas, costumbres y formas de percibir la realidad entre los locales y las personas migrantes no siempre es fácil.

Por eso, desde Cáritas Diocesana y la parroquia de Nuestra Señora de la Asunción se puso en marcha en 2006 el proyecto Lacampa, con sede en el centro parroquial, frente al templo, en pleno centro de Torrelavega. Cuenta con diferentes espacios donde se imparten conferencias, talleres, se proyectan contenidos audiovisuales o simplemente se puede pasar un rato charlando.

La pandemia ha puesto en pausa la dinámica del centro, pero el proyecto sigue en marcha. “Lacampa ha tenido un impacto claro en la convivencia en la comunidad parroquial y en el barrio y se ha conseguido sensibilizar a la sociedad torrelaveguense, que ahora percibe la inmigración de otra manera”, afirma Chaves.

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