La libertad del feminismo: Diálogo con el artículo “Mahoma era un talibán”

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Los conceptos son imágenes. Crean nuestro imaginario, son las representaciones que aparecen en nuestra pantalla mental y que hemos elevado a una categoría tal, que este mundo parece intransitable sin ellos. Los conceptos en realidad no son nada. Imágenes que se desvanecen, pero cuantas guerras personales y mundiales se han declarado sobre esto… imágenes, imágenes y nada más.

Leo un artículo que se titula “Mahoma era un Talibán” firmado por Hakima Abdoun Serrak, activista. Me llama la atención; curiosa forma de mezclar conceptos en este título, ¿qué hay detrás de esta manera de construir imágenes? Lo leo hasta el final y trato de entender lo que encuentro en el camino. Lo primero que pienso es la relación entre el el título y el artículo, parece un cuerpo desconectado de la cabeza. Entiendo que haber escogido el término “Mahoma” para designar al Profeta del Islam no ha sido arbitraria. Pues imagino que se ha hecho en consonancia al tono que Juan Damasceno imprimió al nombre griego “Moamez” y que puso en circulación allá por el siglo VIII para referirse a Mohammed, a quién por cierto calificó de “anticristo”. No estoy segura de si este ha sido el objetivo de escoger este título.

Desconozco también porque a lo largo del artículo no hay ninguna relación directa con el título o porque leo afirmaciones como estas: “La ley islámica obliga a los padres a enseñar a sus hijos a rezar a los 8 años, a los 10 años a insistirles para que lo hagan y a los 12, si se niegan a rezar, deben matarlos. No lo digo yo, lo dice el libro sagrado.” Me deja un tanto perpleja esta lectura del texto coránico, no sé si responde a una interpretación personal de algún pasaje o simplemente es el formato que ha tomado en su vida personal el acto de la oración.

Pero la cuestión parece que no tiene nada que ver con el carácter hermenéutico que pesa sobre este texto sagrado a lo largo y ancho de la historia. “No hablo –dice la autora– de interpretaciones, hablo de lo que está escrito en el Corán. Es un libro realmente peligroso para la humanidad.” Las palabras si no las lee nadie, si no pasan por el filtro de nuestra visión, que siempre es particular, concreta e histórica, no son nada. Hagamos el ejercicio de imaginar a un niño cualquiera llorando, en seguida las emociones que ya anidan en nuestro interior, afloran y nuestra tripa se arruga. Ahora pensemos que ese niño es nuestro hijo. Las intensidades cambian, lo que nos conmovía por dentro ahora se siente como un huracán. Creo ver algo así en este artículo, lo mueve la emocionalidad y uno ve en los conceptos, uno interpreta, lo que le interpelan las imágenes a sentir.

Quisiera alejarme lo suficiente de este texto para entrever que existe una crítica personal hacia el contexto musulmán en el que ha crecido la autora del artículo. No es necesario hacer un gran esfuerzo, puesto que yo también he crecido en ese contexto, como mínimo yo también provengo de una familia musulmana. He vivido la situación que plantea de esta forma: “las mismas niñas no participan ni en excursiones ni en colonias, ¿por qué? La excusa perfecta siempre ha sido por motivos económicos, el colegio lo traga, son inmigrantes por lo tanto son pobres. Cualquier colegio prefiere callar y aceptar las órdenes de los padres, el famoso pin parental, que solamente nos lo aplican a nosotras, por miedo a la Islamofobia.” A pesar de la cercanía de estas experiencias y a pesar de la complejidad que supone extrapolar las experiencias individuales a principios generales o definitorios de grupos, lo único que realmente me intriga es indagar en el tono, en el carácter de estas palabras, en la modulación de cada frase.

Llevo tiempo leyendo artículos firmados por mujeres con nombres que nos llevan a pensar que han crecido en estos contextos musulmanes. Sí, también es mi caso, formaría parte de este gremio de musulwomen, si se me permite la injerencia anglosajona. El denominador común de estos artículos es sacar a la palestra mediática los estragos del islam, especialmente, del europeo, en la liberación y emancipación de la mujer que, se sobreentiende, haya nacido y crecido en un contexto familiar musulmán. Además, en este discurso es imprescindible señalar todos aquellos mecanismos que a modo de habitus nos constriñen, tales como el hyiab, el burkini, la segregación sexual…y como no, el conformismo de la izquierda europea que en nombre de la igualdad y del preciado “diálogo pluricultural”, legitiman y amparan todas estas prácticas en tanto que “inherentemente culturales”.

Me pregunto qué función tiene seguir mirando lo que “hacen” ellos, ellas, la izquierda supongo, la política tal vez, los y las islamofans (en contraposición a islamófobos) …a veces utilizar esta 3ª persona del plural nos exime hasta tal punto de nuestra responsabilidad, que olvidamos que no por llamar a Mahoma, talibán, seremos mujeres más libres.

Quisiera a veces entender que el feminismo es más un compromiso de autorresponsabilidad, de retomar nuestro poder individual sin que esto conlleve un ejercicio de dominio sobre los demás. “Mahoma era un talibán” es un artículo movido sobre la proyección en los demás, que se legitima en la autodefensa y esto en mi opinión, nos resta, nos quita la fuerza para construir un discurso nuevo, nos coloca en una posición de desventaja, porque solo podemos definirnos desde lo que ese otro discurso niega acerca de nosotras. Y esto equivale a decir que solo podemos ser libres en la medida que el discurso musulmán (fundamentalista o no, en todo caso de corte religioso) nos niega la libertad. Creo que hay pruebas más que suficientes que aún cuando la religión llega al final de su historia, o al menos no tiene la fuerza suficiente para moverse en el ámbito político y público, la libertad y su ejercicio pleno siguen siendo un problema individual considerable que nos quita el sueño y nos complica la existencia.

Un día, hablando con un filósofo, llegué a la conclusión de que ser libre es poder estar en cualquier lugar. Nos cerramos mundos cuando tomamos esta deriva defensiva. En medio de un trabajo de investigación, se me presentó la oportunidad de hablar con un imán de ideas muy controvertidas acerca del castigo corporal sobre las mujeres. Desde luego, habría hablado con él, no porque quisiera darle publicidad o credibilidad a su discurso, sino por el ímpetu de reflexionar, de entender y sobre todo de que el ejercicio filosófico prevalece por encima del desacuerdo que pueda sentir hacia ciertas ideas.

La imagen de Fawzia Koofi negociando los acuerdos de paz con los líderes talibanes en 2020 cara a cara, cuando ese mismo año había sufrido dos atentados que intentaron acabar con su vida, describe muy bien esa autorresponsabilidad que en su posición implica un riesgo brutal. A pesar de la poca claridad sobre la autoría de estos ataques, hay algo en esta mujer que te deja en silencio, creo que es su entereza y firmeza, a sabiendas de que está en el lugar más antagónico para este ejercicio.

La pongo de ejemplo, porque nosotras, que hemos nacido y crecido en Europa, tenemos un contexto de diálogo y un espacio de libertad en los cuales no debemos preocuparnos por si las balas nos silban al oído. Como mucho algunos proyectiles llenos de mala baba, pero que no requieren de grandes cirugías. Las mujeres que hemos crecido en contextos musulmanes, sufrimos de un síndrome particular y un tanto paradójico que nos bloquea por completo: creemos que somos las únicas que podemos decir algo sobre el islam, es más, creemos que somos las únicas que podemos construir discursos críticos entorno a ello. Si alguien con nombres y apellidos españoles anuncia algo acerca de esta religión, sea quien sea, parece que no tiene la potestad suficiente para ello. ¿Es demasiado enrevesado llamarlo “occidentalofobia”? Quizás sí, pero la poesía a veces está reñida con el rigor lingüístico y los conceptos, al fin y al cabo, no dejan de ser imágenes y nada más.

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