La vida de antes

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Desde que la pandemia tiñó del mundo con el negro de la enfermedad y la muerte y, sobre todo, durante el confinamiento, que puso al país en prolongada cuarentena domiciliaria, es mucho lo que novelistas y pensadores han escrito: estos profetizando, ya desde el principio del drama, sobre cómo afectaría a la condición humana, individual y socialmente, el desastre, dicho en corto, si saldríamos mejores o peores, sin que les falten argumentos para defender la posición intelectual tomada. A estas alturas de crisis, tan prolongada, como profunda, unos y otros han quedado en tablas sobre el tablero de las predicciones, pues todo apunta a que vamos a seguir siendo los mismos.

Los novelistas, también algún poeta, escribiendo en verso o en prosa, en un intento, más que de comprender, de situarse, han dedicado su oficio a diseccionar, día a día, un tiempo que transcurre raro y peligroso de piel hacia fuera, y que tiene su trasunto de inseguridad, perplejidad, incertidumbre y miedo, de piel hacia dentro. Y no faltan escritores, que han movido su pluma al ritmo, tan pausado como amenazador, de un tiempo, en el que las emociones no fijan su rumbo, y están necesitadas de alguna orientación, a la vez que de adquirir, más que un sentido, que también, un destino, al margen, tanto de los pesimismos de los agoreros de lo peor, como de los optimismos de los entusiastas de lo mejor.

Este último es el caso de la última obra publicada por Antonio Muñoz Molina, “Volver a dónde”, título sin interrogación, que ya permite la presunción de que tiene claro a donde ir. La obra es un ejercicio de memoria, envuelto en la poética de un tiempo pasado, no necesariamente mejor, pero sí más seguro, por propio, que cualquier vaticinio de índole intelectual, cuando no intelectualista. Una memoria que es refugio al que acogerse, y a la vez terreno por la que transitar en paralelo a las inquietudes del tiempo presente.

El escritor cuenta en primera persona lo que ve y escucha de cuanto está ocurriendo, mientras escribe, algo que todos sus lectores ven y escuchan. Pero también cuenta recuerdos de una vida que vivió en distintos momentos de su existencia, no tanto por eludir o modificar lo que pasa, que no se deja, como para oponer a lo que pasa, de lo que es objeto, lo que pasó, de lo que fue sujeto, y lo sigue siendo en el recuerdo. Lo que pasa, que todos sabemos por los medios de comunicación, y en nuestro propio entorno, el autor lo observa, además, desde su balcón, cuando anochece, con una copa de vino, como adelanta gráficamente en la portada del libro la ilustración de Miguel Sánchez Lindo.

Y lo cuenta: que si botellones, sin mascarillas ni medida alguna de protección, que si aplausos, que si caceroladas…a lo que añade lo que todos escuchamos en canales de televisión y emisoras radiofónicas: que si la falsedad en informaciones importantes, como el número de contagiados y, sobre todo, de muertos, que si grescas entre los políticos…añadiendo al relato la denuncia de las mentiras, la indignación por las actitudes y actuaciones de la (sub)clase política, como hace cualquier bien nacido, aunque no lo escriba en libro (significativo es a este respecto la referencia a su amigo, el doctor Bouza, que fue llamado por la autoridades sanitarias, para labores de orientación y organización, pero que a los pocos días presentó su renuncia, por cuanto las desavenencias entre los políticos le hicieron comprender que tenían muy poco interés en la situación, grave, sanitaria, y regresó, con toda su carga de prestigio a cuestas, a su puesto de trabajo en el hospital, desde donde escuchar los aplausos de las ocho de la tarde-noche, desde los balcones, también desde el del escritor).

El balcón de Antonio Muñoz Molina cuenta con pequeñas plantaciones de flores y hortalizas, que atiende cuidadosamente, sin perjuicio de que también acuda a su atención un amigo, jardinero y horticultor profesional. Esa huerta y la del Botánico madrileño, que el autor visita con frecuencia, son el “túnel del tiempo”, que le transporta a unas vivencias pasadas, en las que sus abuelos, su padre, sus tíos surcaban la tierra, la araban, la sembraban, y de ella vivían, vendiendo las cosechas en su tienda del mercado de abastos.

A la supuesta nueva normalidad, que tanto se va pareciendo a la precedente, Antonio Muñoz Molina responde con la vieja normalidad que habita en su memoria, la que vivió en su infancia y adolescencia, en un mundo en el que pocas cosas eran de color de rosa, pero que fue en la que se forjó contracorriente -su reticente disponibilidad y sus escasas habilidades para la agricultura provocaron más de una desavenencia con su padre- para llegar al mundo de hoy, donde sus facultades adquiridas se muestran impotentes ante una pandemia, perversamente gestionada en España y en el mundo, según sus lúcidas apreciaciones. (Este libro podría estar firmado por Luis Landero, que tantos son los parecidos que presentan los orígenes de sus biografías, si no fuera porque ya vertió el contenido de su memoria en “El balcón en invierno”. Otro balcón).

Esta obra, para la que el autor no ha desaprovechado la oportunidad que un virus le ha ofrecido, haciendo difusa la raya que separa oportunidad de oportunismo, desentona en el conjunto de su producción, y es solo asimilable, salvando la distancia de los temas, a “Ardor guerrero”, en lo que ambas puedan tener de obras alimenticias, como así consideraba Buñuel sus películas mexicanas.

Con la compañía literaria de los Episodios Nacionales, de Galdós, y los Diarios de Thomas Merton, Antonio Muñoz Molina escribe 228 parágrafos, que podrían ser algunos menos, por cuanto el mismo momento biográfico d e uno se prolonga en el siguiente, seguramente divididos por no alargar la extensión. En ellos entrevera la vida que vive con la que recuerda, sin la pretensión de mostrar esta feliz, ni endulzar con ella aquella.

228 parágrafos, y una fotografía de cierre, en la que aparece un matrimonio, el de los abuelos del escritor, sentados en la arena de una playa, y entre ellos, de pie, un niño recién salido del agua, el padre del autor. Memoria de memorias, que responde a la pregunta sin interrogaciones del título, con su tilde en el adverbio, en este caso, espacio-temporal: un volver a la vida de antes; de antes, ¿de qué, de la pandemia? No, a la vida de antes de antes. Mejorando lo presente.

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