Mi tío Herminio

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Eso no es el “rotavato”, tú a lo que te refieres es al “braván”, el “rotavato” vino después, es la maquina con aspas rotatorias que levanta y remueve la tierra. Madre mía, cuántas horas, madrugones y manos encalladas que primera eran manos en carnes vivas, nos habríamos ahorrado si en nuestros tiempos hubiéramos tenido por lo menos uno de esos, dice mi tía al otro lado del teléfono.

La primera parte es literal, la segunda es un añadido que nace de tantas conversaciones que hemos tenido en casa acerca del mismo tema. La belleza del “dalle”, de la “trincha” o la azada, del “hacha”. Por cierto, hablando del hacha, el último día que subí al pueblo cumplí la promesa que siempre hago y solo a veces cumplo, he de reconocerlo, de picar leña para mis tíos. Recuerdo cuando era chaval como íbamos al monte a por tractores de leña; traerlo y tener la motosierra para poder cortarlos en grandes e irregulares discos circulares, de diferentes formas y tamaños. Amontonarlos en la “leñera”, volverlos a cortar a un tamaño mas o menos adecuado para que el hacha o el hacho, según los lugares, pudiera hacer su trabajo. Claro está que si no había quien levantara el hacha mal íbamos. Y ahí estaba mi tío Herminio midiendo las horas del día por montones de leña.

No es difícil para un niño construir una imagen idealizada en torno a esa imagen recortada por la luz de media tarde, de silueta alzada rompiendo el aire con la hoja afilada hasta quebrar el tronco. Y ese sonido seco, contundente, contra la madera, que se parte en dos en un instante, lanzando a ambos lados los leños resultantes. Creaba una épica de fuerza, del hombre en soledad contra la naturaleza. Algo cotidiano, pero los ojos de un niño, ya se sabe, tienden a la ensoñación y a traducir en palabras lo que dice su mirada. Aunque las palabras eran escasas, únicamente la boca abierta mirando la escena.

No siempre la hoja atravesaba tan limpiamente la madera, de hecho, la mayoría de las veces encontraba en su camino nudos que la dejaban atrapada. Cuando esto sucedía, sin inmutarse, mi tío abuelo Herminio levantaba de nuevo el hacha con la madera incrustada en su doble hoja y repetía de nuevo el movimiento con mas fuerza si cabe. Casi nunca a la segunda, no le quedaba otro remedió, rebufo mediante, que volver a acometer ese nudo insumiso esta vez golpeando de canto el hacha contra el tronco que usaba como soporte para apoyar el resto. La técnica no era casual, hacerlo así era la única forma de doblegar el nudo. Y aún así no siempre lo conseguía. No toda la madera es igual. No era lo mismo cuando la leña era de roble, de pino o de castaño. No deja de ser un poco como el carácter o la personalidad de la gente. Si te fijas bien, hay todo un tratado del ser humano en lo cotidiano, en como se maneja en su entorno, en como lo afronta y en como se relaciona con él. También es fácil, si solo nos quedamos con la parte de la historia que se muestra a simple vista, no ver lo que hay detrás. La espalda reventada de tanto doblegarla ante la madera para no morir, literalmente, de frío en inviernos donde no había ni luz, ni gas, ni nada más que esa leña que ardía mas rápido de lo que se cortaba. Aunque no toda arde ni calienta igual. O, mejor dicho, de lo que costaba cortarla y traerla. Antes que los tractores, motosierra y hacha, estuvieron las parejas de bueyes tirando de los troncos…(esa es otra historia). En esta mi tío Herminio se perfilaba con los brazos en alto y el hacha sobre su cabeza para partir en pedazos la leña que luego ardería en la chapa y en la chimenea y permitiría atravesar las inclemencias in-negociables del invierno y sus nieves. Y tras esa imagen lo que no se veía; la espalda reventada, la ciática, la artrosis, el dolor escondido y nunca mostrado que aparecía de madrugada cuando el cuerpo mas o menos en calma se rebelaba contra tanta dureza. Lo recuerdo anciano y solo tenía 60 años o así. Si el tronco hubiera sabido lo duro que era quizás hubiese aflojado un poco el nudo. Quizás pase lo miso con las personas.

Cada vez que cojo el hacha, y me pongo a picar leña, me acuerdo de mi tío y siento esa necesidad de hacer lo mismo, como homenaje, como vínculo, como forma de mantener vivo ese recuerdo de infancia y como costumbre. Sin embargo, es obvio que no es lo mismo.

Ahora en la “leñera” hay una maquina que corta los leños con una hoja afilada incorporada. Dos poleas integradas suben y bajan el filo gracias a un pequeño motor que hace que la hoja de metal atraviese el tronco, haya o no haya nudo de por medio.

Tal vez como la sociedad esta en la que vivimos hace con las personas. No sé que pensaría de todo esto mi tío Herminio.

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1 Comentario

  • Adrián Ribao
    7 de enero de 2022

    Me ha encantado el artículo Jose!

    Me alegro de leer esto de alguien con quién además compartí clase en el instituto 🙂

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