La gran familia del Hogar Belén

Hace 22 años que se puso en marcha el Hogar Belén en Santander. Inicialmente fue un centro para enfermos de SIDA y actualmente se ha convertido en lugar donde personas enfermas sin red de apoyo familiar y en situación de exclusión social encuentran un 'hogar' atendido por una comunidad religiosa en colaboración con Cáritas Diocesana de Santander.
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Desde que el Hogar Belén abrió sus puertas, hace ya 22 años, las hermanas de la Caridad de Santa Ana en colaboración con Cáritas Diocesana de Santander se ocupan de que la casa funcione de forma adecuada, atendiendo las necesidades de sus ‘habitantes’. La hermana Rosario, enfermera jubilada y superiora de una comunidad  integrada en estos momentos por cinco hermanas, nos recibe y nos guía por las instalaciones.

Hasta la casa llegan personas enfermas sin una red de apoyo familiar y en situación de exclusión social que encuentran aquí un lugar en el que recuperarse, sintiéndose siempre acompañados y apoyados, fundamentalmente por las hermanas, pero también por una educadora de Cáritas Diocesana de Santander y por un grupo de voluntarios que acude a la casa para compartir su tiempo con ellos.

LA RUTINA DE LOS DÍAS

Actualmente hay cinco personas residiendo en el Hogar Belén. Nunca son más de ocho porque, según explican, sería imposible ofrecer el acompañamiento necesario a más personas a la vez. La hermana Rosario nos cuenta que el día comienza con el desayuno, a partir de las nueve y cuarto y que, como sucede en las casas, cada uno elige su menú para comenzar la jornada. Hay zumo, pan con mantequilla, fruta, café, leche y también alguna sobra del día anterior que siempre le apetece a alguno. Eso es así si no hay alguna consulta programada por la mañana, porque entonces hay que estar listo a la hora que llega la ambulancia para acercar hasta Valdecilla al enfermo, acompañado siempre por una hermana. “Valdecilla es nuestra segunda casa. Nosotras acompañamos en las consultas externas, y también todo lo que podemos durante las hospitalizaciones. En urgencias pasamos mañanas, tardes y noches. Allí ya nos conocen. Somos la familia de nuestros residentes. Si están hospitalizados, hacemos visitas diarias y también estamos allí cuando pasan los médicos e informan sobre su hospitalización”, nos explica.

Hogar Belén es un proyecto de Cáritas Diocesana de Santander en coordinación con las Hermanas de la Caridad de Santa Ana. Se puso en marcha hace ya 22 años como casa de acogida para enfermos de SIDA, pero los avances médicos en el tratamiento del VIH han hecho que ahora se acoja a personas con patologías muy variadas, siempre que no requieran cuidados hospitalarios continuos. Muchas veces, los centros sanitarios como Valdecilla, Sierrallana o Santa Clotilde contactan directamente con la casa para ver si pueden recibir a pacientes que ya no necesitan atención hospitalaria, pero carecen de una red de apoyo para acompañarles en su rehabilitación posterior. En otras ocasiones llegan directamente a través de Cáritas y también hay residentes que están enfermos y cumplen en la casa la prisión condicional.

Mientras charlamos, entran dos residentes y se paran a saludar. Han salido a dar un paseo y ya regresan a ‘casa’.

RECUPERACIÓN INTEGRAL

Los días en el Hogar Belén están marcados por las necesidades médicas individuales. Muchos llegan hasta aquí para recuperarse de una enfermedad o de una intervención quirúrgica. Algunos antes estaban en la calle. Literalmente. Rocío es la educadora de Cáritas que trabaja con ellos. Nos cuenta que además del apoyo para la convalecencia, se ofrece una atención integral: “Aquí llegan personas que vivían en la calle. Sin horarios, sin seguir el tratamiento, sin tarjeta sanitaria, sin documentación, sin papeles… hay de todo. El mérito en su recuperación es de las hermanas pero, además, les tramitamos cuestiones administrativas importantes, como la tarjeta sanitaria, la pensión no contributiva o la renta social básica…lo que hacemos es ayudarles a encauzar su vida en general”.

Cáritas siempre trabaja con un itinerario. Cada persona que entra en la casa tiene el suyo. De Hogar Belén se sale tras una evolución y se canaliza la mejor salida posible. Nadie está obligado a permanecer allí en contra de su voluntad. Cuando se recuperan, tienen la oportunidad de seguir con su vida. Si necesitan un recurso asistencial, se les facilitan las gestiones para que puedan ingresar en un centro específico. Cada cual sigue su camino. La hermana Rosario lo explica: “la estancia en la casa no es fija. Eso no podría ser, pero sí que es el cauce para mejorar a la persona”.

Y como en todas las casas, hay tareas domésticas que se reparten. Un calendario en la cocina indica los turnos para poner la mesa y recogerla. Dos cocineras se encargan de preparar la comida cada día, atendiendo las necesidades individuales. Uno, comida sin sal, otro, dieta blanda y, en general, comida casera, de esa elaborada con ingredientes naturales, mucho cariño y cocinada a fuego lento, sabiendo que los comensales disfrutarán de ese momento compartido en torno a los platos. Como no son muchos, incluso a veces atienden algún capricho y preparan algún guiso especial que ellos mismos solicitan.

Disponen también de una sala de juegos y un salón donde reunirse a ver la televisión, charlar o participar en juegos de mesa. Allí encontramos a dos residentes jugando al dominó con una voluntaria. Luego en la planta central de la casa, cada uno tiene su dormitorio individual con cuarto de baño.

LIBERTAD

En el Hogar Belén cada residente hace la vida que puede, en la medida que su estado de salud se lo permite. Entran y salen de la casa y participan en las actividades que se ofrecen en Santander. Algunos van a los talleres de Cáritas, otros acuden a clases en los centros cívicos o van a la escuela de adultos. En pandemia todo eso se cortó, para evitar contagios. Las hermanas suspendieron incluso su salida semanal para asistir a misa en San Cándido. Y consiguieron que el virus no entrase en la casa, lo que hubiese sido especialmente preocupante. Entre otras patologías, actualmente hay un trasplantado de médula y otra persona con carcinoma. Situaciones de gran riesgo si contraen el covid. Pero ahora la normalidad, siempre con prudencia máxima, ha vuelto a la vida de la casa. La hermana Rosario reconoce que la pandemia fue dura. “Algunos no entendían que no se podía salir, no fue fácil. Somos como una gran familia y la convivencia tiene sus más y sus menos”.

CARIDAD

En la planta más alta viven las hermanas. De cinco, cuatro están jubiladas, pero ninguna se queda de brazos cruzados. Además de la hermana Rosario, que es enfermera, tres son auxiliares y una licenciada en física. “Mientras podamos echar una mano, seguiremos haciéndolo. Desde que se puso en marcha la casa estamos aquí al servicio de los residentes. Esta tarea responde a nuestro carisma. Nosotras, las Hermanas de la Caridad de Santa Ana vivimos la caridad estemos con quien estemos”.

Ya anochece cuando salimos de la casa. Nos despedimos de las hermanas, de los residentes que juegan al dominó en el salón, de la voluntaria que ha ido a pasar la tarde y también de Rocío, la educadora de Cáritas.

Tras la visita, comprendemos las palabras que la hermana Rosario nos dijo al poco de encontrarnos: “esto no es un hospital, esto es una casa grande”.

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