Azucena Valdés, la periodista cántabra que viajó a Polonia para poner rostro a las personas que huyen de la guerra

Hace 70 años, su abuela salió de Polonia en un tren al igual que ahora lo hacen cientos de miles de ucranianos para abandonar un país en guerra.
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Viajar a Polonia no es algo extraordinario para Azucena Valdés. Su abuela nació allí y  habitualmente visita la parte de su familia que continúa viviendo en Polonia. Sin embargo, el viaje que acaba de realizar ha sido totalmente distinto. No ha visto a tíos ni a primos sino que se ha quedado en casa de unos amigos  en Cracovia, a tres horas en tren de  Przemyśl, la frontera  con Ucrania. Dos meses después de que estallara la guerra , ha querido aportar su granito de arena para ayudar a esas miles de personas que cruzan la frontera sin saber hacia dónde se dirigen ni cuánto tiempo tardarán en volver a sus casas, si es que eso sucede algún día.

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Azucena es periodista. Periodista con espíritu solidario. Antes de viajar se informó muy bien de los requisitos para viajar hasta allí y contactó con distintas organizaciones que trabajaban en la zona.

Decidió que una forma de echar una mano podía ser la de contar al mundo, a través de sus redes sociales, lo que allí estaba viendo, para lo cual se dedicó a fotografiar a la  gente que encontraba en la zona de la frontera. Madres con niños, chicas jóvenes, personas mayores, voluntarios… y con cada fotografía contaba parte de la historia que había detrás de esas caras. «Ves gente mayor y algún chico, algún matrimonio pero allí hombres hay pocos, en su mayoría menores de 18 años o mayores de 60. He conocido infinidad de madres con sus hijos que hace tres días estaban en su casa, jugando al fornite, yendo al colegio y ahora, de repente se encuentran sin nada, con todas sus cosas en una maleta o ni eso, porque mucha gente lo único que tiene es  una bolsa del supermercado con cuatro pertenencias».

Artem (15) y Yullia (14) y su amigo Lesha (13)

HISTORIAS DE LA HUIDA

Así, sin movernos de casa, pudimos conocer a través de las redes sociales de Azucena  a los hermanos Artem (15) y Yullia (14) y su amigo Lesha (13),  «que llegaron a Cracovia el 6 de marzo. Dejaron a sus padres en Kyiv, aunque no están en el frente por motivos de salud. Ellos están viviendo con sus madres en un hotel, pero quieren regresar a sus hogares. No asisten a la escuela, estudian on-line. No entienden que haya personas tan malas como Putin.» Con estas palabras contaba la periodista cántabra la historia de los protagonistas de la imagen.

Y a estos tres jóvenes siguieron otras muchas historias, como la del activista de 44 años  Adrian Harasym, «que es de Kyiv, pero lleva más de seis años viviendo en  Cracovia y acoge en su casa a un grupo de parientes. Todos los días, al mediodía y más tarde por la noche va a Rynek G łóny para marchar junto con una docena de personas hacia la embajada estadounidense para exigir que se ponga fin a la invasión de su país».

Alina Pekar

Gracias esta periodista cántabra supimos también que, en este momento, en Polonia, los ciudadanos ukranianos que llegan en calidad de refugiados, pueden obtener un n°de identificación oficial, PESEL. Con ello acceden a servicios de salud y ayudas sociales. Más de 700.000 personas lo han solicitado ya. Y nos presentó a Alina Pekar: «tiene 52 años, es de Kyiv y vive en Cracovia desde hace un mes y medio. Aquí recibe tratamiento para el cáncer que padece. Su marido y su hijo permanecen en Ukrania».

‘The Worship Center’

CENTROS DE REFUGIADOS, VOLUNTARIOS…

Nos describió el ambiente del centro de refugiados  ‘The Worship Center’, en Cracovia, donde preparar la cena, wasapear o jugar con otros niños es lo habitual en un día cualquiera. «Unas 25 personas viven temporalmente allí, de camino a otros países o lugares, mientras esperan reunirse con sus familias. A pesar de las terribles circunstancias, no faltan el buen humor y la esperanza.»

Jacek Orawczak

Y nos presentó a Jacek Orawczak, 23 años, estudiante de teología y colaborador con Cáritas Cracovia. «No es cura todavía, dice, pero está en ello. Acude a menudo al espacio de World Central Kitchen instalado en la Kraków Płaszów, donde se ubica la estación de trenes. Aquí echa una mano donde es necesario».

Conocimos también a Erika Kirichenko, una rusa de 31 años que estaba echando una mano. «Vive en Londres desde hace un tiempo y en cuanto supo qué estaba ocurriendo vino como voluntaria a Przemyśl, a 14 km de Ukrania. Dice que le ayuda a sentirse mejor consigo misma».

Azucena cuenta que voluntarios ha conocido un montón y procedentes de todas partes del mundo. Gente que ha cogido vacaciones para ir a ayudar en lo que haga falta y gente que incluso ha pedido excedencias en sus trabajos para viajar hasta allí.

La lista sigue. «Yo quería ir a conocer gente y que me contaran sus historias. Todas parecen similares, pero cada una es única. Dos meses después del inicio de la guerra, el aspecto que presenta la frontera de  Przemyśl poco tiene que ver con las imágenes del inicio del conflicto, cuando las tiendas de campaña y la sensación de caos era total. Ahora ya no hay tanto flujo de gente», nos explica Azucena quien añade que ahora incluso hay personas que están regresando a Ucrania. «Algunos con idea de quedarse, pero otros muchos vuelven para ver a sus maridos, hijos o hermanos y comprobar que están bien».

Azucena destaca la actitud acogedora de la población de Cracovia que ha abierto sus casas para acoger a los más de 170 mil ucranianos que se calcula han llegado a esta ciudad cuya población no llega a las 800 mil personas. «La gente ha empatizado con estos vecinos que huyen de la guerra. Nadie habla de política. La voluntad pasa por ofrecer ayuda». Esa es precisamente otra de las cosas que ha llamado la atención de esta periodista. «Nadie habla de política. La gente está pendiente del instante en el que viven.»

Dorka Gorek Paulus en el centro. Azucena Valdés abajo la segunda por la izquierda

LA MISMA HISTORIA, 70 AÑOS DESPUÉS

Azucena cuenta que cuando estalló la guerra y todo el mundo vio las imágenes de miles de personas en la estación intentando subir a un tren, su madre le dijo que exactamente esa escena era la que su madre (la abuela de Azucena) había vivido hace 70 años. Entonces fue en una estación cerca de Moszna (ese es el nombre de la cafetería que la hermana de Azucena tiene actualmente en Reinosa). Su abuela, Dorka Gorek Paulus iba con una hermana y con su madre, pero entre el tumulto se perdieron en la estación. Dorka consiguió coger un tren en el que llegó hasta Alemania. Allí conoció a su abuelo, un español que había emigrado y con el que tiempo después regresó a Cantabria. Pasaron años hasta que localizó a su madre y a su hermana, que seguían en Polonia, pero nunca más volvió a verlas. «Aquí se quedó toda su vida. Mi madre y yo viajamos hace 11 años para reencontrarnos con esa parte de la familia a la que no conocíamos. Recuerdo que cuando el primo de mi madre la vio se quedó impresionado, pues dijo que era el vivo retrato de la hermana que había quedado en Polonia», nos cuenta Azucena.

Recién llegada del viaje, ya está organizando sus vacaciones para regresar un par de semanas en verano.

Cuando, antes de despedirme, le digo que es muy valiente por hacer esto, casi se indigna. «Valientes son esas madres que salen del país con sus hijos sin saber qué va a ser de ellos o si volverán a ver a su marido y padre».

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

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