Multitudinaria asistencia a la concentración en defensa de GSW frente al ataque especulativo de los fondos

La lucha del metal contra la precariedad y el asalto de los fondos a la economía real resume el panorama laboral
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¿A qué suena la guerra? ¿A qué suena la guerra contra los fondos?

Hay días normales y ciudades pequeñas en las que a veces en una decena de metros cuadrados se concentra todo. Santander está llena de pianos en la calle estos días porque hay una acción que busca sacar pianos a la calle: nos acabamos de encontrar con uno en Puertochico. Enfrente, literamente, empezaban a llegar los participantes en las marchas cívico sostenible culturales deportivas que en realidad son marchas militares (organiza el Clúster de Defensa, es decir, las empresas del sector y lo evidencian los uniformes de los participantes).

Escasos metros antes, en el Paseo Pereda, frente al sol, la Bahía y la sorpresa de los paseantes, cientos de manifestantes participaban en otra lucha, y, fuera tópicos con eso, es la de la defensa de las empresas industriales frente al asalto de quienes son ahora la principal amenaza al sector: no son los precios de la energía ni –faltaría más—los sueldos de quienes los sacan adelante, sino la voracidad de los fondos financieros que se están metiendo en todos los sectores de la economía.

Y que están aprovechando la petición de rescate público del grupo CELSA (propietario en Cantabria de emblemas industriales como GSW, la histórica Nueva Montaña Quijano) para tratar de hacerse con casi la mitad de la propiedad.

Un poco de contexto: el grupo CELSA, en manos de la familia Rubiralta, tenía una abultada deuda. Llegaron los fondos financieros, buitres y oportunistas, y se la compraron, convirtiéndose en acreedores de una deuda que no se generó con ellos. Paradojas financieras.

Los problemas de CELSA siguieron y pidió el rescate a la SEPI, una empresa pública estatal. Y en ese proceso los fondos han dejado claras sus intenciones: quieren casi la mitad de la propiedad y no están dispuestos a dejarse sin cobrar absolutamente nada de la deuda que no se contrajo con ellos –condición, la de reducir el importe, que planteaba la SEPI y que es una práctica de lo más común en cualquier proceso de reclamación de deudas empresariales o concurso de acreedores, pero que son normas que para los fondos no parecen regir–.

La exigencia de los fondos pasa por crear nuevos vehículos financieros y domiciliar instrumentos fuera de España, lo que tanto la empresa como los sindicatos –ya hemos dicho que fuera tópicos, aquí hay un frente unido—creen que alejaría el propio rescate al incumplir sus condiciones. Y, por tanto, comprometería la viabilidad de la fábrica.

A los fondos esto no les preocupa especialmente: vienen de intentar despidos en la antigua Unitono antes de vender su parte en el pastel del telemarketing y acaban de dejar en chasis la cadena de perfumerías Douglas, antes de irse a por el siguiente sector.

Los nuevos dueños de la economía no apuestan precisamente por la estabilidad: ni dos años duró la propiedad de los fondos que tenían los nuevos cines Bahía Real –los de las butacas casi sofás—y tres ha tardado un fondo tejano en querer deshacerse de las fábricas gallegas de Ferroatlántica, en un proceso en el que podrían ganar, como mínimo, 30 millones de euros. En GSW la rentabilidad a la que aspiran es de un 80% por una deuda que no se contrajo con ellos y por una empresa en la que no han invertido.

La multitudinaria asistencia a la concentración tiene más valor toda vez que se ha convocado de urgencia, sobre la marcha, esta misma mañana, frente a la sede de Deutsche Bank en el Paseo Pereda.

Y se suma a otra preocupación para un sector que tira de la economía, que estaba consolidado, pero al que la patronal PYMETAL parece querer abocar a la misma precariedad que domina el resto del mercado de trabajo en Cantabria: la huelga del metal, en su octavo día ya, que se vive entre insultos, mareos en la mesa negociadora y presencia policial que parece una extensión de uno de los extremos de la mesa “negociadora” (sic, porque negociar implica avanzar, ceder y cerrar algún avance, y eso no está pasando: al contrario, lo que parecía una negociación salarial se ha convertido en un intento de retroceso general del sector por parte de una patronal que no está integrada en CEOE).

De este modo, la lucha del metal se convierte en el resumen de por dónde van los tiros de la economía: entre el miedo a ser unos precarios más y la amenaza cierta de acabar vendidos en lotes a los mercaderes que hace diez años, con el rescate bancario y la vivienda como primer anticipo del botín de la anterior crisis, empezaron a hacerse con nuestras vidas, como una plaga de langostas que va de sector a sector mientras arrasa con los cimientos de la anterior.

Fuera, suena el Para Elisa en un viernes en que Santander es un piano, Santander es un desfile.

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