El corro sin las patatas

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Naranjas y limones…Cuando el Otoño no se reconoce en su estación del año. Cuando las hojas se secan pero por el calor sofocante, por las bofetadas de vienta sur, cuando no “enraiza” el frío o la lluvia… El verano es implacable; como si quisiera imponer su hegemonía estacional más allá del calendario. Un mordisco a la primavera para hacer del abril y sus refranes solo un espejismo. Las aguas mil, no son ni aguas cien, ni aguas diez, solo las cuatro gotas que se resbalan en las grietas de la tierra seca e inaccesible como lápida de muerto que no quiere que le visiten, ni que le recen, ni que le lloren.

Y así los ramos de flores se secan. La azada golpea con toda la fuerza del ancestro y rebota contra el suelo, o deja una línea marcada, un pequeño surco incapaz de abrirse camino mas allá de la superficie. Nada que ver con los surcos que hacías en la huerta para plantar los puerros. Una hilera de delgados brotes que en seguida se fijaban a la tierra y hundían sus raíces. No era una tierra fácil, en la montaña no lo es, pero sí agradecida si la trabajas. Y se te viene a la cabeza que esa tierra y esas raíces son como las personas que lo habitan o mas bien al revés. Personas aparentemente “difíciles” pero agradecidas si las trabajas, cuando las conoces, cuando las vives mas allá de la imagen distorsionada que el filtro del estereotipo nos impone.

Tus labios agrietados no saben de saliva que los calme, que los cure, que les permita resbalar por el pasaje de tu lengua. Eso ya no es verano, es desierto, una desierto que avanza donde incontestable. Nada de regadíos, nada de trasvases, nada de desaladoras, ni renovables que no llegan, que no renuevan, que solo especulan. Nada de “ríos correr cordones coger, ríos corriendo cordones cogiendo”. El río se asfixia y el agua al cuello se convierte en distopía soñable, aunque solo sea por oposición. Te seduce el opuesto, porque no aguantas más. En otro lado del mundo un hielo invernal, una inundación que arrasa con todo, que anega campos y casas, que ahoga a todo lo que se encuentra a su paso fantasea con el calor de un sol castigador.

Por oposición de los extremos tendemos a elegir el ajeno, pero solo porque el propio lo sentimos como el “no puede haber nada peor”. En invierno cuando te quedas sin agua caliente y tienes que ducharte si o sí, y no queda otra. El agua tan fría que te corta la circulación a cuchillo. El verano cuando podrías freír huevos sobre el cemento y te apartas porque te derrite las suelas al primer contacto. Desgajándose de ti. Las naranjas resecas, solo con piel, los cerezos sin flor o con esa flor a destiempo que no sabes que hace ahí y como a los “plumeros” les sacas una foto, solo porque “hace bonito”. Y el “hace bonito” arrasa con todo bicho viviente que encuentra a su paso. Los mercadillos con productos típicos envasados al vacío, y lo “típico” inventado como marketing para promocionar aquello que esquilmamos.

El regusto a ceniza oculta el olor a castañas sobre la tierra húmeda. Los incendios campan a sus anchas sobre la yesca y solo saben prender y correr sin nadie que les detenga. Por los caminos del pueblo solo corre el aire que aviva el fuego. Porque no queda nadie, porque pasan muchos, pero nadie se queda, nadie permanece. Tal vez porque la tierra cada vez mas no maltratada por el hombre no se deja echar raíces por miedo a recibir otro golpe más. Y los limones se pudren en el suelo, como las manzanas, como los higos de las higueras agujereados por las golondrinas, por los cuervos o las urracas. Ya no anidan golondrinas, ni quedan cuervos apenas, y las urracas no encuentran nada de valor que atesorar y viven del estraperlo del brillo del sol al mediodía.

Hace años que somos incapaces de hacer un corro, no hay niños suficientes y las patatas dejaron de plantarse, decían que salía mas barato traerlas de Valderredible que “doblar el lomo” para sacarlas del la tierra. Lo mismo dirán de los tomates, de las acelgas, de las alubias. De cambiar la “chapa”, la cocina de leña por el butano y luego la calefacción de gas.

Pero cada vez resulta todo mas caro y el abuelo sonríe con una mezcla de sorna, orgullo reivindicado y clemencia por el desahuciado. “Ojalá me hubieras acompañado o prestado mas atención cuando picaba la dalla, cuando iba a la huerta, cuando salía a por leña o cuando plantaba las patatas. Sabía en que Luna cultivar cada cosa. Ya verás cuando se vaya la luz y no sepamos ni encender un candil o buscar las velas, o tejernos un triste jersey. No se trata de volver al pasado dice el abuelo, ni de idealizarlo. Pero yo creo que nos estamos “pasando de rosca”. Hasta las témporas se han vuelto locas. Y ni naranjas, ni limones, ni patatas, ni corros, solo “carros y carretas” de vidas vaciadas.

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