«Al principio pensábamos que iba a ser imposible limpiar aquello»

20 años después del hundimiento del Prestige, El Faradio habla con personas que colaboraron en la limpieza del vertido. Pescadores que entraban en puerto con sus barcos cargados de chapapote, estudiantes, trabajadores, amas de casa o jubilados que dedicaron su tiempo libre a limpiar playas y acantilados tras lo que fue la mayor catástrofe ecológica de la historia de España.
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Quillo tenía 25 años cuando vio por primera vez las manchas de chapapote desde el ‘Marcelina Lecue’, el pesquero más grande de San Vicente de la Barquera en el que hoy, 20 años después, sigue faenando.

Días antes se había enterado del naufragio «por la tele» pero reconoce que «lo que menos pensaba es que el chapapote iba a llegar hasta aquí». Un pensamiento compartido con la práctica totalidad de la población que escuchaba, leía y veía en medios de comunicación cómo las máximas autoridades del país explicaban que del barco salían unos «hilillos de plastilina» sin mayor importancia.

Las flotas pesqueras de Cantabria habían terminado hacía poco la última costera del año y esos días andaban a cerco, «a chicharro o a caballa», alargando la temporada hasta Navidad, cuando paran unos meses.

LIMPIAR EL MAR

Sin embargo, el ‘año del Prestige’ no solo no pudieron parar, sino que tuvieron que intensificar su trabajo y se vieron obligados a emplearse a fondo en  la dura tarea de limpiar el mar. Limpiar el mar. Nada menos.

Los hilillos de plastilina se convirtieron en una mancha enorme que cubrió el mar produciendo una auténtica catástrofe ecológica.

«Estuvimos unos cuantos meses, ya no recuerdo cuántos, recogiendo chapapote. Nos dieron unas palas y unos trajes y cada mañana salíamos en el ‘Marcelina Lecue’ a cargar chapapote en unos contenedores que llevábamos en el barco. Lo teníamos todo forrado con plásticos, porque aquello lo manchaba todo».

Recuerda que fue muy duro, que algunas veces no tenían mascarillas y que muchas tardes regresaban a casa con fuerte dolor de cabeza. «Lo que más me impresionó fueron las manchas tan grandes de petróleo y luego las aves muertas, impregnadas de chapapote, muchas incluso vomitando el líquido negro».

Las aves muertas las vimos todos por televisión, pero solo hacía falta acercase a la costa para presenciar en directo el dantesco espectáculo. Arenales negros, rocas negras y aves muertas o agonizando cubiertas de chapapote.

Quillo recuerda también cómo el puerto de San Vicente se transformó. Mientras la lonja estaba vacía, las grúas ocuparon el espacio para cargar y descargar los contenedores que sustituyeron a las cajas de pescado en los barcos. «Las grúas cargaban los contenedores en unos camiones. Así un día tras otro, sin descanso. En el ‘Marina Lecue’ diariamente entrábamos a puerto con unos 10 contenedores  totalmente cargados».

Un trabajo que comenzaba bien temprano, muchas veces antes del amanecer. «Salíamos a las cinco o las seis de la mañana. Sobre las 10 llegaba un barco que nos llevaba a todos unos bocadillos para coger fuerzas y seguir trabajando sin descanso en la limpieza del mar. También se montón un comedor en el puerto, por si alguno volvía a tierra para comer. Todo se transformó».

«ALGÚN DÍA SE TENDRÁ QUE ACABAR»

20 años después, Quillo sigue faenando en el ‘Marina Lecue’. Nunca ha vuelto a ver nada parecido y espera no volver a verlo. «A veces encontramos mercancía que ha caído de algún carguero, tabaco o , en una ocasión, champús, pero solo eso». Recuerda que, una vez que el mar estuvo limpio y salieron de nuevo a faenar, comprobaron que la pesca seguía ahí. «Como el chapapote flotaba, fueron las aves las que más lo sufrieron, pero la pesca se mantuvo». Estos días, como hacía cuando el Prestige lo cambió todo de repente, el ‘Marina Lecue’ anda a cerco, a chicharro y a caballa.

COORDINANDO LABORES

Hace 20 años, Eva Bolado era secretaria de organización de ARCA. Activista convencida, cuenta para El Faradio que desde que vio los ‘hilillos’ lo tuvo claro: «basta que digan que esto no va a llegar para que nos llegue como una marea».

Así que mientras los supuestamente inofensivos ‘hilillos’ salían  del buque frente a las costas de Galicia, las principales organizaciones ecologistas en Cantabria, ARCA, Ecologistas en Acción, SEO y Mortera Verde, decidieron montar un dispositivo de alerta para observar si el fuel llegaba a las costas de Cantabria.

Cinco chicas conformaron ese primer comité de observación. Montadas en un coche, se desplazaron hasta la zona más occidental de la costa de Cantabria. Ese primer día no vieron nada sospechoso, pero poco después el desastre ya era perfectamente visible: «las siguientes salidas fueron totalmente deprimentes, frustrantes y terroríficas. Pasamos muchos meses pringados y nunca mejor dicho».

Durante todo ese tiempo Eva estuvo coordinando la tarea de los voluntarios, que llegaron en masa para limpiar las costas y playas de la región. «Solicitamos ayuda y nos pusimos con nuestra red de voluntarios al disposición del Gobierno de Cantabria para ayudar. Nos dieron material y estuvimos coordinando las labores de limpieza, recibiendo a los voluntarios, entregándoles la equipación necesaria y delimitando zonas», recuerda.

Así, mientras había empresas contratadas, la labor de los voluntarios fue clave para agilizar los trabajos. «Llegaba gente de todas las edades. Había abuelos, niños, adultos. Toda mi familia se sumó a la limpieza del chapapote». Los voluntarios recibían un mono blanco, mascarillas, botas, guantes, palas, cubos… todo el material necesario, «porque los vapores eran nocivos para la salud».

LOS VOLUNTARIOS

Uno de esos voluntarios fue Bruno, marino mercante de profesión y limpiador de playas y acantilados durante seis meses tras el accidente. «Me enteré de lo sucedido, como todo el mundo, por la prensa. Como profesional de la mar  seguí con atención el desarrollo de los hechos. Recuerdo que primero querían acercarlo al puerto, luego alejarlo… hasta que el buque se partió en dos y se hundió. Cómo no, recuerdo las declaraciones del gobierno quitando importancia a lo sucedido, cuando era evidente que lo que salía de allí no eran hilillos, sino toneladas de fuel, como se comprobó después».

Cuando el fuel comenzó a llegar a las costas de Cantabria, él fue uno de los cientos de voluntarios que estuvieron ayudando en las labores de limpieza. Primero se unió a las patrullas contratadas por el Gobierno Regional para recoger el fuel que iba apareciendo en la costa, pero recuerda que allí los voluntarios no eran del todo bien recibidos. «La gente contratada nos miraba con cierto recelo. Ellos hacían lo mismo que nosotros, pero a cambio de un sueldo. Era incómodo».

Así que decidió unirse a los voluntarios de Ecologistas en Acción que, según relata para EL FARADIO, estaban mucho mejor organizados. «Se dividía a los voluntarios en grupos: unos limpiaban el fuel en las playas, otros limpiaban las herramientas, había quienes ayudaban a vestirse a los que estaban en contacto con el chapapote….» Otro detalle que valora mucho del trabajo de las organizaciones ecologistas es que cuidaban muy bien todo el material y lo reutilizaban después de limpiarlo. «Los trabajadores contratados por la consejería, tiraban todo el material que se utilizaba cada día. Palas, botas, cestos, rastrillos…. a mí eso me parecía un despropósito, un gasto descontrolado e innecesario. En eso las organizaciones fueron mucho más responsables».

Físicamente, el trabajo era duro. Él estuvo colaborando todos los fines de semana durante seis meses. Cuenta que el chapapote se recogía y se metía en unos cestos de plástico, de donde luego se pasaba a bolsas de basura que se apilaban. Si la zona era de difícil acceso, un tractor entraba para cargarlas y llevarlas hasta unos contenedores enormes que luego eran retirados en camiones.

También recuerda una playa en la que estuvo trabajando, más allá de Comillas, donde las bolsas se sacaron de la playa con unos cables que se utilizaban para sacar las algas. Un sistema de poleas muy útil porque el acceso de otra forma era imposible.

Nada más llegar por la mañana, a eso de las ocho o las nueve, la labor era más complicada, sobre todo en las zonas rocosas, porque con el frío de la noche el pringoso fuel se endurecía, pero a medida que el sol iba calentando, se ablandaba y era menos duro extraerlo de entre las rocas. «Se metía por todos los huecos entre las rocas. Poco a poco cada día íbamos recogiendo y limpiando roca a roca. Al día siguiente, cuando llegabas, sobre todo al principio, todo estaba igual y a veces tenías la sensación de que aquello era un trabajo inútil. Pero lo importante era sacarlo, lo que interesaba era retirarlo de la mar. Sabíamos que cuanto más recogíamos, menos quedaba».

«AL  PRINCIPIO PENSÁBAMOS QUE ERA IMPOSIBLE»

20 años después, Bruno reconoce que la costa ha quedado bastante limpia, algo que achaca al importante trabajo realizado para retirar el fuel y a la ayuda del mar, batiendo sobre las rocas. «La verdad es que al principio pensábamos que era imposible. Nos preguntábamos cómo íbamos a sacar todo el fuel con cuatro paletas pero, poco a poco, fuimos limpiando la costa y el fuel dejó de llegar con la intensidad de los primeros días». Bruno compartió duras jornadas de trabajo con voluntarios de todas las edades llegados no solo de Cantabria. Los fines de semana, desde otras comunidades llegaban autobuses de gente para colaborar en las tareas de limpieza.

Gracias a esos cientos de Brunos, de Quillos y de Evas que sumaron sus fuerzas hace 20 años y que no desistieron cuando la limpieza parecía imposible de abarcar, hoy en Cantabria del Prestige quedan poco más que las fotos y los testimonios de quienes lo vivieron.

 

 

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