Ana Melgosa expone en Siboney y dialoga con Javier Moscoso en Gil

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‘El roce del columpio. El borde del objeto’ es el nombre de la exposición que se inaugura este viernes en la Galería Siboney con obras firmadas por Ana Melgosa que surgen de la colaboración entre la artista y el escritor Javier Moscoso.

Se trata de la primera colaboración de Melgosa con la galería Siboney de Santander, y para la ocasión presentan un proyecto gestado a lo largo de estos últimos quince meses, que toma como partida la serie de tintas sobre papel “El columpio”, sin duda fruto de la impronta de la obra de Javier Moscoso, -“Historia del columpio”-, y las futuras complicidades entre la artista y el escritor, que se ha implicado en el proyecto y ha realizado el texto del catálogo que se edita con motivo de la muestra..

‘Historia del columpio’ es precisamente el libro con el que Moscoso repasa «la fascinante historia, alejada del parque infantil, de un artilugio empapado de magia, pasiones, leyendas, ritos, goce, erotismo, diversión o muerte» y que ahora Ana Melgosa revisa en uno de los cuatro apartados de esta exposición. Los otros tres se corresponden a otras tantas series: La Cafetera (Superficie y borde); La Ciudad (Espacio) y El Piano (Tiempo).

ENCUENTRO EN GIL

Ambos mantendrán un encuentro en la librería Gil el sábado a partir de las 13:00 horas para charlar sobre esta exposición que se inaugura este viernes y se podrá visitar hasta el próximo 18 de abril en la Galería Siboney.

Javier Moscoso es quien firma el texto del catálogo de Melgosa con estas palabras:

«La obra de Ana Melgosa no versa sobre los objetos, sino la forma de mirarlos. No es un trabajo que busque enaltecer lo cotidiano, sino tergiversarlo. Su trabajo se inscribe en la senda de lo que podríamos denominar la metonimia estética. Los tropos con los que se construye este universo retórico pueden parecer sencillos, pero no así la manera en la que se nos presentan. Como los viejos fetiches, las mercancías de esta transacción emocional están dotadas de un valor añadido, de un supravalor, que se manifiesta sobre todo por la forma obsesiva de nombrarlos. Todo parece transcurrir de la manera adecuada hasta que aparecen una y otra vez los temas de su obsesión estética: la cafetera, la ciudad, el columpio.

Pero vayamos por partes. Para empezar el ejercicio artístico al que se nos convoca consiste en retorcer lo cotidiano. Nos la imaginamos en su estudio, contemplando un lienzo, bebiendo un Oporto, dejándose embriagar por la magia simpatética: la que depende de la transmisión de valores entre objetos funcionalmente idénticos. Su obra es un tratado sobre el valor de la anécdota, de lo aparentemente trivial, sobre la verdad que no tiene apariencia de serlo.

La obra de Ana Melgosa se sitúa en el campo de otras pinturas de lo objetual, de objetos desprovistos de sujeto, que no de agencialidad. En esas circunstancias, hay que pedir al espectador, al testigo de esta destitución, que se detenga, y al mismo tiempo, que no pare. El efecto estético es sobre todo resultado del desplazamiento de significado, pero también de un momento físico: el que va de una cosa a la otra, que es la misma. Fuera de este espacio inadvertido, hay una cierta impudicia en conversar con una cafetera desnuda, con un columpio inmóvil, o con una ciudad vacía, obscenamente apesadumbrada.

Pensemos ahora en sus objetos. De todos ellos el más perturbador es la máquina italiana. Probablemente sea difícil encontrar un artilugio que haya marcado de manera más radical el sentimiento de identidad cultural del siglo XX. La cafetera es la imagen del mundo global, de la Europa que conversa. Patentado en el Piamonte en 1933, la cafetera italiana ha sido el gran icono del mundo global hasta la democratización de la presión bárica, y sus malditas cápsulas, esas que sirven para promocionar la imagen de un tal George Clooney. Antes de que hubiera actores astronautas (Who else?), el café sirvió para inventar el desayuno. Melgosa lo persigue y lo desnuda a través de sus formas geométricas más simples, busca el rastro que dejan las líneas cuando se eliminan los espacios accesorios. Aquí no hay restos ni manchas ni salpicaduras.

¿A qué huele un columpio? ¿Quién no se ha montado alguna vez en un café? Tomemos el primer caso. El columpio también es una metáfora sólida, un artefacto simbólico. Ana Melgosa nos lo representa en reposo, quizá para ahorrarnos el lío monumental del trajín oscilante. Al contrario que en la mayor parte de las representaciones del artefacto milenario, (las más famosas de Fragonard, de Renoir, de Goya, pero también las de la pintura indostaní o las de la China imperial) nuestra artista lo interroga en sus formas melancólicas. Lejos de la histeria del ir y venir, del arriba y del abajo, sobre las que un autor oscuro ha escrito un libro célebre, ella fija la mirada en el columpio en el que nadie se mece. Triste imagen mucho menos explorada que la otra: la de la lubricidad, la de la impudicia, la de la virginidad. Pero es que Melgosa le lleva la contraria a todo el mundo. Allí donde el tal Moscoso quiso hacer una historia de la experiencia de la oscilación, Melgosa insiste, una y otra vez, en dejar que el columpio hable, nos hable, desde el silencio riguroso de su melancolía».

ANA MELGOSA

Ana Melgosa es una artista plástica, formada entre Bilbao y Zaragoza, – estudió Arte en la escuela Leku Eder de Bilbao, así como en Escuela de Artes aplicadas y Oficios artísticos de Zaragoza -, que ingresa como copista, en la academia de dibujo del Museo de reproducciones de Bilbao, donde es alumna del pintor Manuel Balsa, y que ha trabajado como restauradora de obras de arte. Ha participado en talleres y cursos técnicos celebrados en la UIMP y en la Universidad de Cantabria, así como en la Cátedra del Museo del Prado.

Autora de una extensa obra, en buena parte inédita, que se ha ido pudiendo ver por la región a lo largo del tiempo; En 2013 de la mano de Gloria Bermejo en el Castillo de Argüeso; En 2017 y en el Observatorio del Arte de Arnuero una muestra que bajo el título “Loop & línea” reunía trabajos suyos junto a los de su hija, -la fotógrafa afincada en N.Y. Rocío Segura- en una suerte de imaginería de deslizamientos y variaciones; Ya en Santander, -y también en 2017-, presentó en el Museo de Prehistoria y Arqueología de Cantabria (MUPAC) la exposición “Háptica y Óptica de la Prehistoria”, en la que la artista invitaba al visitante a realizar dos viajes, uno «por el afuera», ligado a la contemplación del paisaje helado de la prehistoria, de la mano del homo ópticus, y otro «interno e íntimo» acompañando al homo hápticus dentro de la cueva, un mundo de sombras y predominantemente táctil, que por otra parte se correspondían a las dos vertientes de la muestra, la emocional y la intelectual; Ya en 2018, expuso en la Fundación Bruno Alonso una nueva muestra, “Ventana de P.V.C.”, que posiblemente sea la que más directamente está relacionada con la exposición de Siboney, si bien la actual exposición es más monocroma, se trata predominantemente de tintas, frente a las acuarelas coloristas.

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