ENTREVISTA

«Hemos pasado de tener un pueblo a tener un decorado»

Desde su Ruiloba natal, el periodista Rubén Díez Caviedes analiza el proceso de gentrificación rural y lanza su libro 'Historiones de la Historia', un anecdotario que reescribe el relato tradicional desde la periferia del poder
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La Historia, así, en mayúsculas, son muchas cosas. Son hechos, por supuesto. Pero un montón. Y teóricamente tienes que tener una visión global de ellos porque son necesarios para comprender el presente. De modo que ese objetivo imposible de saberlo todo de todos los tiempos –y al que aproximarnos o en medio de la vorágine diaria que dificulta la atención, o en un momento de la vida, el escolar, en el que no siempre se está preparado para las complejidades y matices- hace que la Historia sea también, una selección, de unos hechos frente a otros. Y, en consecuencia, un relato, es decir, una historia, ya en minúsculas, que sea fácil de digerir, con sus buenos y malos, su introducción-nudo-desenlace, su necesidad de final, objetivo o reto que superar, y los sesgos desde cuando se cuenta.

Todo eso ha hecho que la Historia, contada como historias, haya dejado descolgados muchos “historiones”, esa palabra con la que venden las noticias –también tienen parte de relato- los periodistas a sus jefes cuando vuelven a la redacción.

Son los ‘Historiones de la historia’, el libro que acaba de sacar Rubén Díez Caviedes, periodista cántabro, conocido por proyectos como Jot Down. Editado por GeoPlaneta, está ahora en plena gira de presentación, que de momento le lleva esta semana en Cantabria a la Feria del Libro de Torrelavega el viernes 9 , y a la Casa del Libro de Santander el sábado 10 a las 19.00 horas.

Desde Locusta, una envenadora profesional del siglo I en Roma, al desplome de una iglesia entera en Turingia en el siglo XII durante una reunión de nobles, obispos, etc..que acabaron en una fosa séptica, pasando por viajes transoceánicos precolombinos y un descubrimiento precoz –y frustrado- del aluminio , hasta el sorprendente historión de las jóvenes que aseguraron ser la reencarnación de Juana de Arco –engañando incluso a los hermanos de la heroína francesa-. Hay emperadores transexuales, hooligans bizantinos, mujeres que sobrevivieron a naufragios, y foco en lugares y épocas en los que parecía que no pasaba nada, de la Edad Media al inmenso Asia central.

De todo ello, de las historias que se quedan descolgadas pese a su potencial, de la realidad que parece ficción y que sucedió de verdad, o del poco peso que se ha dado a las mujeres en el relato de la historia charlamos, al día siguiente de otro evento apocalíptico histórico más –el apagón- en la cafetería Pravda en Santander.

Hay una historia que está sucediendo en tiempo real y a la que Rubén Díaz Caviedes, viviendo en su Ruiloba natal, se atreve a ponerle un final, no feliz: el de la gentrificación de su propio pueblo. Una palabra, gentrificación –sustitución de los vecinos de toda la vida por otros con mayor capacidad adquisitiva- en la que enseguida visualizamos barrios de ciudades y en la que los sesgos no siempre permiten asociarlo a nuestros propios pueblos.

Caviedes describe que en su pueblo la gentrificación en Ruiloba, espoleada por la cercanía con un hiperturístico Comillas o por su atractivo emplazamiento en una zona tranquila cerca del monte y el marno es una hipótesis ni una posibilidad”. “Es un hecho. Y ya está hecha», zanja.

«Lo que antes eran casas de vecinos, ahora son residencias de verano para una élite muy concreta. No hablamos de turismo de paso ni de veraneantes de siempre. Hablamos de grandes propiedades ocupadas durante pocos meses y vacías el resto del año», explica, relatando las consecuencias -la «disfuncionalidad»- que tiene ser una Moraleja –urbanización de lujo a las afueras de Madrid- llena de «apellidos de renombre, familias históricas de este país, generales, ministros de otras épocas».

«No hay panadería, ni barbero, ni supermercado. Solo quedan un par de bares. No hay economía local. Y tampoco hay relevo generacional. La gente joven no se puede quedar. Y si te vas, ya no puedes volver”, enumera, matizando que su postura no es contra el turismo y añadiendo al diagnóstico las dificultades para comprar vivienda allí por la presión en los precios que imponen estas segundas residencias.

Pero también los problemas para heredar una casa familiar para vivir ante la imposibilidad económica de que uno de los herederos pueda asumir el pago del total a los otros, nuevamente por esa escalada inmobiliaria. “Esas casas acaban cerradas, vacías o vendidas. Lo que debería ser un legado se convierte en una barrera», resume, anotando las diferencias con otros fenómenos a los que estábamos acostumbrados (las segundas residencias de Noja, por poner un ejemplo). ”Allí vuelven los mismos cada verano. Aquí ya no sabes ni quién está ni cuándo. Hemos pasado de tener un pueblo a tener un decorado», lamenta.

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