El Sáhara Occidental: la herida que España sigue ignorando
Cada día nos duele Palestina. Cada imagen de Gaza bombardeada, cada testimonio de una madre palestina que ha perdido a sus hijos, nos conmueve y nos indigna. Y con razón. Pero al mirar hacia Palestina, no podemos permitirnos olvidar otra ocupación, otra causa justa, que sigue viva a escasos kilómetros de nuestras costas: la del pueblo saharaui.
Desde hace casi 50 años, el Sáhara Occidental vive bajo la ocupación ilegal de Marruecos. Medio siglo de exilio para decenas de miles de saharauis que sobreviven en los campamentos de refugiados de Tinduf, en pleno desierto argelino. Medio siglo de represión, desapariciones, torturas y vulneración sistemática de los derechos humanos en las zonas ocupadas. Medio siglo de un silencio vergonzoso por parte de la comunidad internacional. Pero, sobre todo, medio siglo de hipocresía y traición por parte de España.
Porque España no es una espectadora neutral en este conflicto. Como antigua potencia colonial y administradora del territorio, España sigue siendo la potencia responsable hasta que se culmine el proceso de descolonización, tal como establecen las resoluciones de Naciones Unidas. Los Acuerdos de Madrid de 1975, por los que el régimen franquista entregó el Sáhara a Marruecos y Mauritania, fueron ilegales. España nunca transfirió la soberanía porque no podía hacerlo. Lo único que traspasó fue su cobardía, su abandono y su complicidad.
Y así seguimos. Gobierno tras gobierno, color tras color, España ha preferido mirar hacia otro lado, plegándose a los intereses económicos, al chantaje migratorio y a la presión diplomática de Marruecos. La reciente decisión de reconocer la ocupación marroquí como “solución” al conflicto no solo es una traición a los saharauis, sino también una traición a la legalidad internacional y a los valores democráticos que decimos defender.
Es imposible no ver los paralelismos con Palestina. Son dos pueblos hermanos en la resistencia. Ambos sufren ocupaciones ilegales, ambos enfrentan regímenes coloniales que vulneran sus derechos con total impunidad, ambos han sido traicionados por la comunidad internacional. Pero hay una diferencia dolorosa: mientras Palestina sigue en el foco mediático —y es justo que así sea—, la causa saharaui ha sido condenada al olvido, a la indiferencia, al silencio.
Y, sin embargo, el pueblo saharaui sigue resistiendo. En las jaimas del desierto, donde generaciones enteras han crecido sin conocer su patria libre, se sigue enseñando la memoria de la resistencia. En las calles de El Aaiún, Smara o Dajla, la juventud saharaui desafía la represión con banderas y gritos de libertad, sabiendo que se juegan la libertad y, a veces, la vida. En la diáspora, en las universidades, en los foros internacionales, la voz saharaui se sigue alzando, digna y firme.
Su lucha es una lección para todos nosotros. Una lección de dignidad, de perseverancia, de justicia. Porque la causa saharaui no es una cuestión de geopolítica lejana. Es una cuestión de principios, de derechos humanos, de responsabilidad histórica. España tiene una deuda pendiente con el Sáhara. Y no se salda con palabras vacías ni con gestos hipócritas. Se salda asumiendo nuestras obligaciones, defendiendo el derecho inalienable del pueblo saharaui a la autodeterminación, y exigiendo el fin de la ocupación marroquí.
No podemos seguir aceptando la normalización de la injusticia. No podemos resignarnos a que el Sáhara quede relegado al olvido diplomático mientras sus gentes siguen sufriendo y resistiendo. Cada gesto de solidaridad cuenta. Cada palabra, cada denuncia, cada acto de apoyo es un paso hacia la justicia.
Hoy más que nunca, cuando el mundo mira a Palestina, debemos recordar también al Sáhara. Porque no son luchas separadas. Son la misma lucha: la del derecho de los pueblos a decidir su futuro, a vivir en libertad, a existir sin opresión.
El Sáhara sigue ahí. Su pueblo sigue resistiendo. Y no están solos, seguiremos a su lado.
No los olvidemos.