Lucía Mbomío: «Cuando dependes de un papel y no puedes renovar a tiempo, de repente tus sueños se truncan»

Mbomío, periodista y escritora madrileña, se sumerge en las huertas del Sur para narrar las realidades que conviven asfixiadas bajo los plásticos y unas leyes de extranjería que fabrican nuevas formas de esclavitud
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“En las tierras de luz las sombras no solo son alargadas, sino muy pronunciadas, ahogan”. Así presenta Lucía Asué Mbomío Rubio el escenario en el que se desarrolla su nueva novela, La Tierra de la Luz. Un libro que plasma la realidad de los jornaleros inmigrantes en los invernaderos del sur de España, donde miles trabajan en condiciones extremas para abastecer las mesas de Europa, y que presentará este sábado 5 de julio a las 18.15h en la Feria del Libro de Santander (FELISA).

Con pinceladas de un realismo mágico al más puro estilo García Márquez en versión guineana, la obra nos trae la historia de Ngolo, una joven migrante que llega a España con sueños de convertirse en diseñadora de moda solo para enfrentarse a una realidad de explotación y lucha. “Me pareció interesante reflexionar sobre lo que implica la luz”, explica Lucía, sobre todo porque para que pueda haber tanta verdura y fruta durante todo el año, para que estemos consumiendo productos que antes eran estacionales, “tiene que haber mucha luz”. “Quería mostrar cómo efectivamente esa luz, desde un punto de vista literal y figurado, también tiene consecuencias en términos de calor extremo, de esa lupa que provoca que se amplifiquen todas las desigualdades que se dan dentro de los plásticos, pero que también el calor sea mayor y, además, incidir en todas esas sombras que se están dando y que son las que provocan que la producción sea la que es, ingente, y que haya fruta y verdura en supermercados proveniente de los “sures” de Europa, porque no solo hay huertas en Andalucía o en el sur del Estado español, sino también en Italia o en Grecia”, indica Mbomío.

El recurso de la luz y la belleza literaria enhebran las líneas de este libro para contrarrestar con la dureza de sus historias, una forma de escribir que, como cuenta Lucía, viene de la necesidad de que fuera algo “súper sensorial” para que se entienda desde el minuto uno. “La primera página ya te está diciendo que no es un libro fácil, pero es bonito porque van apareciendo lazos entre mujeres que son súper sólidos, y vemos cómo la amistad se convierte en otra forma de decir amor, y eso me parece bellísimo, no por cómo lo haya escrito yo”, bromea Mbomío.

“Ese realismo mágico también me viene bien para las descripciones de sentimientos, porque yo soy bastante “raspa”, soy de madre Castellana y de padre Fang, que es uno de los pueblos que habitan en Guinea Ecuatorial, y es verdad que lo de hablar de sentimientos o expresarlos no es mi fuerte”, cuenta la periodista. “Me cuesta escribir de ellos porque yo misma soy de guardarme mucho los sentimientos, de tirar más, de apretar los puños y no de lágrimas. Entonces, el realismo mágico me sirve para eso”, indica.

Tierra de la Luz de Lucía Mbomío

Aunque es verdad que, para la escritora, más que realismo mágico se trata del imaginario Fang que hereda de su padre. “Tengo suerte de tener un padre que me contase sus historias, porque hay veces que los padres, las madres, las familias migrantes no cuentan mucho de sus vivencias anteriores a llegar, puede que estén transmitiendo cultura a través de la comida, a través de la música, a través de cómo se comportan y cómo se relacionan aquí, pero no siempre están contando cómo han sido sus países. En muchas ocasiones existe el deseo de esos padres y madres de que sus hijas e hijos se integren en el país en el que han nacido, como si eso pudiera servirles para ahorrarles racismo, ahorrarles xenofobia, para que estén integradas en un territorio al que, por otro lado, también pertenecen, pero no siempre cuentan, al menos en el caso de Guinea Ecuatorial”, señala Lucía.

“Cuando tú escribes se te cuela la vida y cada vez eres más desvergonzada, especialmente cuando eres una tía que se ha protegido, que eres como una cebolla, mil capas. Diría que expresar sentimientos y estas historias heredadas ha sido uno de los mayores ejercicios de vulnerabilidad y desnudez cuando te ha tocado ser fuerte a la fuerza, desde que eres pequeñita, que es una cosa que le pasa mucho a las infancias migrantes o a la ascendencia migrante, que están muy adultificadas, que viven racismo desde pequeñas, que no lo cuentan en su casa porque de alguna manera quieren proteger a sus padres y a sus madres, y porque también si se lo contaran quizá no les dejarían salir a la calle, o porque asumen que hay emergencias mucho más grandes en sus hogares y por eso prefieren callar”, muestra Mbomío que, quizá por todos esos motivos, cuando escribe sí se permite quitarse ciertas corazas.

El muro del laberinto administrativo

Mbomío enumera muy bien todas las trabas a las que se enfrenta Ngolo en su situación de “inmigrante irregular” y su capacidad de resistencia. Una resistencia muchas veces idealizada desde la visión occidental privilegiada, historias de superación de estas migrantes, mujeres fuertes que nunca quisieron ser así, simplemente la vida las obligó a endurecerse. “Yo misma soy otra privilegiada. De hecho, este libro es el producto del privilegio, de poder tener relativo tiempo, pedí dos meses de excedencia en el trabajo para poder terminarlo”, señala la escritora, y se pregunta “vale, yo tengo un privilegio, pero, ¿Qué hago con él? Decidí hacer “trabajaciones”, y en mis vacaciones en lugar de irme a la playa pues me fui a Almería con la gente de allí, con eso que llaman segundas generaciones, por no llamarlas españolas, españoles, almerienses, sino esa otra cosa que nunca es de aquí, también he estado con mujeres de los asentamientos, he estado en Huelva con las personas que están viviendo y luchando, y amando, y apoyando, y creciendo, porque eso también trato de mostrarlo en el libro, que la vida son muchas cosas, pero decidí hacer algo con ese privilegio, y no solo emitirlo, como digo, y sentía que al final el audiovisual, los artículos, siempre están limitados a un espacio, a un tiempo, a unos caracteres, y esas historias son enormes”, apunta Lucía.

Y es que, aunque se hable de ayudas, la realidad es que “hay una especie de laberinto administrativo que impide que puedan convalidar títulos, que puedan empadronarse y por tanto conseguir ese permiso de residencia, que no de trabajo, que eso viene después”, motivo por el que decidió contar no sólo una historia o dos, sino que esta novela se convirtiera en “un mundo en donde caben un montón de historias, de orígenes, de porqués, de sueños, de sueños rotos, de vergüenzas también, de “pensé que haría pero jamás hice”.

La alcorconera incide en esa cuestión administrativa, pero también sobre las diferentes realidades y no solo la imagen tópica que ofrecen los medios de comunicación de: persona negra, recién llegada, hombre, varón, joven, en patera. “Eso es una verdad, pero solo es una verdad dentro de las infinitas realidades que se dan. Me resultó interesante reflexionar acerca de esas personas que vienen a estudiar, como es el caso de la protagonista, Ngolo, que además saca muy buenas notas, viene con su familia, se trata de una diáspora asentada como es la mía, la ecuatoguineana, que a priori yo entendía que tenemos una red lo suficientemente sólida como para poder permitirte caer unas cuantas veces y sostenerte, y la realidad es que no es así, que al final cuando dependes de un papel y no puedes renovar a tiempo, de repente tus sueños se truncan, pero tu vida al completo también, porque de repente Miedo, como nombre propio, con mayúscula, se apodera de tu estómago, y ya hay un montón de cosas que no puedes hacer, que no quieres hacer, y te cambia el ánimo, y te cambia la vida”, lamenta Mbomío.

Habla de Miedo, pero también de Nostalgia, una sensación que sigue atrapando a las generaciones nacidas en España. “Mi padre tiene 86 años y llegó hace 60. Sigue echando de menos cada día de su vida, su tierra, y eso duele, la nostalgia puede ser algo corpóreo, que eso es lo que trato de hacer en el libro, como ese hermano siamés que se adhiere al hombro y que provoca que la gente camine de lado, pero además es tan grande, tan grande, que provoca que sus hijas la heredemos”, cuenta la periodista.

Formas contemporáneas de esclavitud y las “dos realidades”

Hay un hilo conductor que aparece durante todo el libro y que pareciera imposible hablar de él en el siglo XXI, pero es la esclavitud. “Existen historias terribles que siguen sucediendo, nos llegan con cuentagotas, pero de tanto en tanto vemos noticias como la que salió hace poco del tipo que había intentado atropellar a alguno de sus trabajadores porque se quejaron de que les había pagado mal; o la desaparición de algunas de las personas que trabajaban en la tierra. Esto está pasando ahora en España”, denuncia Lucía.

Esta situación y muchas otras problemáticas también las aborda su anterior novela, Hija del Camino, que cuenta la historia de una hija española, de madre blanca y de padre negro, que se siente “entre dos mundos”, un sentimiento del que también hablaba la periodista Ebbaba Hameida en El Faradio la pasada semana. Una crisis de identidad y dualidad inherente a las personas que tienen que migrar, pero hasta en las que nacen aquí, como Lucía. “Es heavy que yo ni siquiera emigré, como tantas personas que somos de nuestros barrios, somos de aquí. Pero nos siguen haciendo la pregunta con eco, desde que eres pequeña: “¿de dónde eres?”, Y tú dices, “de España, de Madrid, de Alcorcón…” y sigues explicando y sigues rascando porque por tu apariencia no te lo preguntan por la misma razón. Si a ti te confunden con una guiri, no son las mismas connotaciones que si te confunden con una persona migrante del sur global. No tiene absolutamente nada que ver, tú no serás víctima de identificaciones por perfil racial, no te va a criminalizar por tanto tu vecindario por el hecho de que siempre te están parando, probablemente no te pregunten cuánto cobras, probablemente no te encuentres con episodios de xenofobia o de racismo desde que eres pequeña”, explica Mbomío sobre estas realidades.

De todas maneras, para la periodista no es tan constructivo hablar tanto de racismo como sí lo es hablar de identidad, que es algo personal, intransferible, contextual. “Cuando yo era pequeña a mí me decían negra de mierda, vete a África, y ahora soy dominicana, o cubana, o demás, ¿no? A cada banderita le ponen una serie de expectativas, características, etc, ahora ya me leen como una persona mestiza y bla, bla, bla. Me da rabia hablar de racismo, creo que nos quita mucha alegría. La identidad es algo que se construye también desde parámetros de alegría, de belleza, de cosas ricas, y es que yo he construido mi identidad como ecuatoguineana, segoviana, pero, sobre todo, mujer que se siente de Alcorcón, de mi propia casa”, apunta Mbomío.

Además, recuerda la belleza de vivir en un Alcorcón “de barrio” donde “se escucha música de África Central, donde nos llegan VHS que vamos a buscar al aeropuerto como el mayor de los tesoros y que ponemos en el vídeo, y que estamos bailando toda la mañana, copiando los pasos que se hacían en la tele de Camerún; donde olía a pollo con salsa de cacahuete, y para mí era lo mejor del mundo, y no solo eso, sino el propio ritual de mi padre moliendo el cacahuete cada mañana; donde se usaban dos lenguas y donde se escuchaban dos mundos”, eso le parece mucho más interesante que hablar de racismo.

Esta red de barrio y comunidad es la constatación de que muchas personas estaban viviendo exactamente lo mismo, en momentos distintos y en lugares diferentes, experiencias intersubjetivas motivadas por una estructura que provocaba que sus vivencias fueran coincidentes. “Con nuestras amigas blancas (que nos quieren con toda el alma) por mucho que lo contáramos, pues no entendían nada, como que nos preguntaran cuánto cobramos y que tú se lo contabas a tus amigas blancas y te decían, joder, qué mala suerte, tía; creo que es bastante significativo el hecho de que en la primera comida que tuve con las que ahora son mis amigas negras, preguntáramos cuándo fue la primera vez que nos pegamos en el colegio, porque todas nos habíamos pegado, o casi todas, a pesar de ser empollonas, pero desde pequeñas sentimos que nos teníamos que defender, que nos ha tocado ser paquidermas y tener la piel muy gruesa, a pesar de que nos llamen cristalitos y piel fina y demás, pero la realidad ha sido la contraria”, relata la periodista, puesto que, partiendo de todas esas vivencias intersubjetivas, “hay una historia de una tipa que se busca, que aquí se siente de allí, allí se siente de acá, y que finalmente, y esto no es spoiler, encuentra la oportunidad de sentirse de todos los lugares a los que pertenece, y no sólo sentirse de lugares, sino también de momentos, y crear nuevas matrias que pueden tener que ver con recuerdos, con conversaciones, con personas y no con banederismos”.

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