Zubelzu abre el debate sobre el precio de la reconversión industrial

Éxito en el estreno en Embajadores Santander del documental que aporta nuevos testimonios, imágenes y, sobre todo, miradas a la represión a la protesta obrera de Reinosa en 1987
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Lo bueno de estrenar en casa (o lo más cerca posible, en Santander, toda vez que en Reinosa aún no ha podido ser) es que entre el público, además de caras amigas, compañeros de clase, amigas de tu madre o las caras familiares que hacen cercano un pueblo, también hay protagonistas directos de la historia que cuentas.

Desde adolescentes de los 80 que tiraron piedras a la Guardia Civil para defenderse de lo que fue una invasión en toda regla, hasta las mujeres que iniciaron, poco después, un movimiento de recuperación de la memoria más inmediata, prácticamente recién vivida, ante la dolorosa manipulación de la mayoría de los medios de la época, que presentaron a los vecinos de Campoo casi –y sin el casi– como etarras.

El estreno de ‘Reinosa 1987: El precio de la reconversión industrial’, documental dirigido por el campurriano Richard Zubelzu –un niño que miró los incidentes desde la ventana de su casa, en lo que sería uno de sus primeros recuerdos compactos– y con la producción de Magda Calabrese –junto a varios colaboradores, son Objetivo Family– llenó las tres salas de Embajadores Santander, los antiguos Groucho, incluyendo una nueva recién creada. La velocidad de venta de entradas continuaba para este viernes y se han habilitado sesiones la semana que viene, que se pueden consultar en la web y que prueban el interés por recuperar uno de esos momentos en los que cruje la historia.

La herida de Reinosa aún late

LA MEMORIA DEL PÚBLICO

La herida late en recuerdos que todas y todos contaban, en los coloquios posteriores, moderados por los periodistas de EL FARADIO Óscar Allende y Pablo Moreno, como si los hubieran vivido ayer mismo.

Está el “iros a la puerta de La Naval, que están vuestros padres peleando por sus puestos de trabajo”, que recordaba un crío de aquellos años, que les trasladó ni más ni menos que un cura. Los botes de humo que entraban en las casas –cuatro de ellos mataron a Gonzalo–, la enfermera que fue agredida, la periodista de RNE Marosa Montañés a la que los propios vecinos tuvieron que meter en un bar para protegerla, o las “mujeronas de Reinosa”, como las llamaban en Madrid, firmes en la defensa de sus vecinas y vecinos (“nos plantábamos en Madrid y nos tenían miedo”), que convocaron boca a boca la primera reunión para salvar la verdad, en un pálpito que llegó a congregar a 3.000 personas, que desembocó en auténticas cadenas humanas por la calle. Incluso la evidencia de que dentro de las tanquetas –porque fue una represión con tanquetas– los agentes consumían drogas: el olor a porro y testigos presenciales que les veían tomarse pastillas y volverse fuera de sí: “iban a por nosotros echando espuma por la boca”.

Fue algo más allá de un movimiento sindical, todos lo vivieron como lo que fue: todo un pueblo saliendo a la calle a defender su trabajo, es decir, su futuro.

DE LA MANIPULACIÓN MEDIÁTICA A LAS NUEVAS MIRADAS

En Reinosa estaban ya acostumbrados al movimiento obrero, ligado a la existencia de una gran fábrica como La Naval. El contexto es importante: ir a una manifestación, incluso llevar carteles a la Vuelta Ciclista denunciando su situación (sorpresa, los deportes mediáticos sirven para visibilizar causas masivas que cuentan con la simpatía del conjunto de la población), nos habla de un conflicto prolongado, de una agonía con la que se luchaba.

Ese contexto quedó fragmentado aquella Semana Santa del 87, en la que la concatenación de acontecimientos llevó a un foco mediático que sólo atendió a los hechos más inmediatos e impactantes. Y que llevó a que fuera de Reinosa, incluyendo en la propia Cantabria, se transmitiera una visión distorsionada que todavía duele: la de los “bárbaros del norte”. “Nuestros familiares no entendían que cortáramos carreteras. Y los medios nos machacaron, nos dieron por todas partes”. Por eso el empeño en que aflorara fuera la verdad, al principio sólo reproducida en publicaciones alternativas del ámbito de la izquierda extraparlamentaria, y que en Madrid consiguió asentar en los círculos de la movida ‘Forjas y aceros’, la canción que un Ramoncín entonces en el punk dedicó a lo sucedido.

De todo eso se habla en el documental, que ha conseguido localizar material inédito, desde imágenes de TV3 hasta fotografías de archivo personal literalmente salvadas de las últimas inundaciones de Reinosa, restauradas con paciencia y artesanía de las de antes. Hablando de fotos, el documental cuenta con el testimonio de Ángel Colina, ganador del Premio Ortega y Gasset por su icónica foto de los guardias civiles poniéndose a resguardo de la lluvia de piedras, con la que los vecinos de Reinosa pasaron ya no de defender los puestos de trabajo de todos a defender, directamente, su integridad física.

Porque en el trabajo de Zubelzu se evidencia que la lógica con la que actuó el cuerpo, con el franquismo más reciente de lo que gustaba admitir a un gobierno socialista, fue militar, tratando un territorio reducido y bien delimitado como un objetivo a conquistar e invadir.

La represión en Reinosa se usó para evitar un frente obrero en el norte de España

El cambio que se activó en la Guardia Civil hacia una mayor modernización es una de las pistas que sugiere el documental, mirando más allá de la memoria congelada en el tiempo. Nos habla también de la manipulación mediática, de los bulos antes de la preocupación por las fake news, y en este caso no a través de las redes sociales, sino de la prensa considerada seria.

Pero sobre todo, la reflexión, lanzada desde el mismo título, sobre la reconversión industrial, sobre si estábamos ya en un objetivo europeo de rebajar la carga de las fábricas para apostar por la –simplificamos– playa de Europa (incluso, en clave doméstica, de abrir una brecha en el norte, que hoy asoma en las diferencias entre Asturias y País Vasco respecto a Cantabria), en una mirada a la memoria que más que una descripción de hechos se vuelve reflexión abierta y que puede trascender más allá de Cantabria, a cualquier pueblo, de Vigo a Cádiz, que un día tuviera una fábrica y un futuro, y un mal día sintiera que se la arrebataran.


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