Capítulo 2: El asentamiento de la dictadura buscó legitimarse con sus “mártires” y el incendio del 41
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Superadas las urgencias del tiempo de guerra y culminada la invasión de Cantabria apoyada en los ejércitos extranjeros nazi e italiano, al franquismo le tocó convertir lo coyuntural –la victoria– en estable: dotarse de una estructura que sumara a lo militar lo político y social. El apoyo de la Iglesia fue clave en la parte social, llevando su mensaje a todos los templos y a los colegios que controlaba. La censura en medios de comunicación y el constante recordatorio de que el nuevo régimen era militar, por tanto, armado, hicieron el resto.
En ese asentamiento era importante la legitimidad para una dictadura que no tenía un poso histórico ni intelectual detrás (más allá de un entreguismo a la iglesia católica y de un anticomunismo en su versión más simple), y para ello el régimen tiró de las placas de las calles, vistas a veces como un mausoleo público de sus muertos, otras como un álbum de cromos de sus victorias. Ganar o perder, todo servía para alimentar el relato a quienes eran una hoja en blanco más allá de su capacidad de matar.
Así, el 30 de diciembre de 1940 se aprobó el nombre de Carlos Haya, piloto militar del bando sublevado, fallecido el 21 de julio de 1938 durante una operación aérea en el frente de Extremadura y que había participado en matanzas aéreas como la de la Desbandá, el bombardeo a mujeres y niños que huían a pie de Málaga a Almería. Convertido en figura heroica por la propaganda franquista, su nombre fue incorporado al callejero como parte del proceso de exaltación de los “caídos por España” o mártires nacionales.
Una suerte de martirologio que encajaba en la narrativa de la «Cruzada» (sic) y que nadie tachó de blasfemo, pese a que equiparaba al bando de una guerra interna en un país con los asaltos pasados y míticos a países con otros credos, o a que definía con expresiones que se usaban para santos de los primeros años del cristianismo a lo que no dejaban de ser militares que causaron muerte a prójimos.
En 1944, se añadió García Morato, considerado por la propaganda el aviador franquista más destacado de la Guerra Civil, muerto también en accidente. Otro mito para el legado.
Ese mismo año se inaugura la calle Pilar Primo de Rivera, hermana de José Antonio, el fundador de Falange –el que sería el partido único del régimen– y al frente de la Sección Femenina, que ejercía control moral de las jóvenes españolas. Una calle puesta en vida de la homenajeada, y que popularmente se conocía como de las viudas –había tres fincas cuyas propietarias lo eran– .
Y que en 2002 fue sustituida, sin los dramas de trastorno, reapertura de heridas o división que pronostica ahora la alcaldesa Gema Igual y el argumentario de quienes defienden la dictadura, por Javier González de Riancho, uno de los arquitectos que levantó el Palacio de La Magdalena. Tirando del argumentario municipal de que no tener calle es borrar de la historia, el franquismo había borrado a uno de los autores del que tal vez sea el edificio más emblemático de la ciudad.
EL INCENDIO COMO FUENTE DE LEGITIMACIÓN
Y en esas estaban los santanderinos cuando se produjo el incendio del 41, que realmente no abarcó toda la ciudad sino una parte del centro, y que sólo dejó un fallecido, uno de los bomberos que trabajaba en las tareas de extinción.
En realidad, la auténtica desgracia vendría después: el proceso de reconstrucción convirtió una expulsión temporal de los vecinos afectados, clases populares y marineras, en un traslado permanente, siendo sustituidos por los nuevos mandamases del régimen, militares, funcionarios y comerciantes fieles o arrimados.
Incendio de 1941: “La reconstrucción se convirtió en un negocio”
Los grandes propietarios incumplieron las normas en la reconstrucción de Santander
Todo sin la posibilidad de una movilización social contra quienes, recordamos, gobernaban desde las armas, mucho menos sin que se pudiera articular una protesta en la prensa o en las calles.
La reconstrucción expulsó a los santanderinos de toda la vida
Al franquismo el incendio le sirvió para prolongar la sensación de estado de guerra y alargar la propaganda, ligando la reconstrucción de las llamas a la de la propia guerra: “El caudillo que salvó a España salvará también a Santander”, llegó a decir José Luis Peña, ministro de Obras Públicas. Es a él a quien se refiere el túnel del Pasaje de Peña que conecta el centro con las estaciones, y tuvo ese homenaje en vida, en 1943,a sólo dos años del incendio.
“Santander sigue con el modelo de segregación social tras el incendio”
La mitología del incendio, que se vinculó –propaganda sobre propaganda– con el régimen en cuanto a solución («el caudillo, que salvó a España, salvará a Santander» continuó con el bautizo en 1945 de la calle Emilio Pino. Fue concejal conservador de los que quiso ayudar a la preparación del golpe de Estado que, hay que recordar, en Cantabria no triunfó, entre otros motivos porque la población tenía muy reciente las consecuencias trágicas de la violencia política: poco antes de la Guerra pistoleros falangistas habían asesinado al periodista Luciano Malumbres, director de La Región y del Ateneo Popular, una persona muy querida en la ciudad cuya muerte fue sentida y traumática para Santander.
Cuando el asesinato de un periodista desató una huelga general
Emilio Pino sería después alcalde y le tocó el incendio, con la posterior reconstrucción. Tan convulsa que se le acabaría llevando, políticamente, por delante, cuando la conflictividad que causó el expolio –las crónicas cuentan que hasta llegó a las manos en una discusión sobre expropiaciones– y su oposición a ella sirvió para sustituirle y que entraran en las instituciones ya los cuadros falangistas.
En este caso, no se le puso la calle en vida y se esperó, poco, a su muerte: la calle es del mismo 45. Y aunque es pequeña, una transversal con pocos números entre Lealtad e Isabel II, es muy simbólica porque lleva a las escaleras de la Catedral: desde allí arriba se percibe el nivel del desmonte que se hizo en una calle en la que se podía ir al mismo nivel hasta la cuesta de donde hoy sobrevive el cine Los Ángeles, vaciado para conseguir pisos con más alturas-.
Los reconocimientos a los responsables de la reconstrucción de Santander se extenderían durante décadas: con la calle Reguero Sevilla, en honor al gobernador civil de Santander durante la dictadura, con papel destacado en la reconstrucción tras el incendio de 1941, o Carlos Ruiz García, jefe de la Falange en los primeros años de la dictadura, ligado también a la fallida reconstrucción tras el incendio, que ordenó redadas contra homosexuales.
En cambio, nadie cayó en, dentro del lote del incendio, llamar a alguna calle como Cristina González Pintor, que no sólo participó en la reconstrucción y era santanderina, sino que fue la segunda mujer arquitecta titulada en España, un mérito propio y pionero más allá de haber sido designado cargo político por lealtad al gobernante de turno.
En la reconstrucción también hubo bautizos a medida del Régimen: se sacrificó el histórico nombre, todavía en el recuerdo de muchos, de La Blanca por San Francisco (1948). Poco a poco, la ciudad estaba dejando de ser lo que fue toda la vida.
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