
Cuando el asesinato de un periodista desató una huelga general
Santander, 3 de junio de 1936. Unos disparos en el bar La Zanguina –hoy es el Tívoli-, en la calle del Martillo, acabaron con la vida de Luciano Malumbres, periodista y director del diario La Región. Su asesino, el joven falangista Amadeo Pico Rodríguez, lo tiroteó a plena luz del día: sabía que en ese bar, al lado del periódico –con los años estaría allí la sede de ALERTA– es donde jugaba al dominó después de comer. Malumbres fallecería al día siguiente en Valdecilla, tras ser atendido antes en la Casa de Socorro. Para entonces, el periodista, muy popular en la ciudad, llevaba protección.
Malumbres, nacido en Palencia en 1890, había llegado a Cantabria en 1916 tras su paso por el ejército en la guerra de Marruecos, desde donde también ejerció como cronista para El Cantábrico. En 1933 fue nombrado director de La Región. Para entonces, había sido también presidente del Ateneo Popular, prestigiosa institución que acercaba la cultura al pueblo y que aglutinaba a figuras intelectuales relevantes de la época. El Ateneo Popular, que se dirigía a las clases populares y que atendía a las mujeres, sin cabida en el Ateneo convencional. también fue dirigido por el escritor Manuel Llano. Su última sede, incautada tras la dictadura, es hoy la del Ateneo. –No estaría mal una placa en recuerdo a lo que no deja de ser historia del centro–
Desde las páginas de su periódico denunciaba la explotación laboral, el caciquismo, y el poder de la Iglesia en la vida pública. La Región tenía una sección específica llamada ‘Lucha de clases’ en la que se hacía eco de los distintos conflictos sindicales, dentro de un compromiso con la causa obrera que le llevó a militar en la Federación Obrera Montañesa (FOM) y la Agrupación Socialista de Santander.
Su labor de denuncia de los caciquismos empresariales –con el seguimiento que hizo a la SAM, a la que siempre se ha vinculado la orden de su asesinato– le convirtió en un objetivo. La reacción fue fulminante: los comercios cerraron y sindicatos y agrupaciones obreras no sólo de Santander, sino de toda Cantabria, declararon una huelga general en Santander, seguramente la última en tiempos de la República en Cantabria. Los pistoleros fueron detenidos y se localizó a más implicados, conocidas del falangismo local, hubo plenos municipales de condena.
La capilla ardiente se instaló en la Casa del Pueblo, entonces en la calle Magallanes. El entierro, celebrado el 5 de junio, se transformó en una multitudinaria manifestación con más de 20.000 personas acompañando el féretro hasta el cementerio de Ciriego y de regreso a la ciudad, de la que queda un pequeño recuerdo en forma de una cancioncilla popular que hace años todavía entonaban algunos mayores de la ciudad, y que decía así: «Ya mataron a Malumbres / dos pistoleros fascistas / solamente por la causa/ de ser pobre periodista». Un mes después sería el golpe de Estado militar, la Guerra Civil y la dictadura franquista que instauró una censura permanente en prensa y la ilegalización de los sindicatos. Figuras como José Ramón Saiz Viadero consideran que la conmoción por este asesinato de una figura que era muy conocida y querida en la ciudad generó una mayor conciencia de las consecuencias de la violencia política que hizo que el golpe de Estado militar no triunfara en Santander.
Su compañera, Matilde Zapata, se hizo cargo del periódico y en 1937 se afilió al Partido Comunista, en medio de una campaña en su contra que la acusaba de haberse radicalizado a raíz de la muerte de su pareja –hoy es fácil ver el tufo machista de esa campaña en un tiempo caracterizado por un ambiente general de ideas firmes-. Intentando huir, fue capturada y sometida a lo que se llamaron juicios y no tenían las más mínimas garantías, (de hecho, la Fiscalía de Memoria Democrática de Cantabria está empezando a repararlos, siempre que se haga a petición de las víctimas), sin posibilidad de defensa o conocimiento previo de las «acusaciones», con condenas pre-escritas y que se imponían de una tacada a varios acusados. Fue condenada a muerte y asesinada en Ciriego, donde reposa. Para la historia, quedó su acto de dignidad, cuando se le comunicó que tendría dos sentencias de muerte e instó a su carcelero a que se guardara una para él.
89 años después, la memoria de Malumbres y Zapata sobrevive a duras penas. Ella da nombre a un foro del Colegio de Periodistas de Cantabria y hay publicaciones que han recuperado sus textos periodísticos. El recuerdo de Malumbres asoma cada año en artículos de prensa y libros sobre la Guerra, desde los que lo abordaron en su momento cuando era más difícil, hasta las nuevas publicaciones que están recuperando nuestra historia. Ambos tienen calles a su nombre, si bien no las calles principales de la ciudad, sino él en Nueva Montaña –donde también da nombre a una asociación vecinal- y ella en Valdenoja, cerquita de otra cántabra referente Consuelo Berges, en una calle que llegó a estar sin placa. Su sepultura, tras desaparecer o vandalizarse la lápida, fue intervenida de una forma artesanal que no se ajusta a la dignidad que debe tener un periodista que fue querido en vida, respetado en la ciudad por su defensa de los que peor lo pasaban y su lucha por la extensión de la cultura, un líder social de izquierdas cuya pérdida conmocionó y traumatizó a sus vecinos. Y cuya memoria, pese a todas las trabas, sobrevive.
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