Hegemonía industrial y subordinación ganadera: contexto de la crisis lechera de Cantabria durante la Segunda República
Cuestiones previas
La noción de burbuja, más allá de sus acepciones primitivas, nos remite también en la actualidad a un aumento descontrolado y más o menos acelerado de los precios o de las cantidades existentes de un bien o recurso hasta que llega un punto de insostenibilidad en el que estalla y genera una crisis cuyos efectos trascienden habitualmente sus límites específicos.
Por no remontarnos mucho en el tiempo, en el siglo XXI se ha popularizado el sintagma burbuja inmobiliaria y existe una percepción amplia de las condiciones y los mecanismos característicos del sistema capitalista en el que se genera. En el caso que nos ocupa nos referiremos, en sentido coloquial, a otra burbuja; esta se desarrolló en Cantabria y tuvo sus propias peculiaridades y modo de formación, además de una considerable trascendencia económica y social en el mundo rural, con notables repercusiones políticas y en los medios escritos de la época. Se trata concretamente de la burbuja láctea que se generó fundamentalmente en la década de 1920 y que explotó en tiempo de la II República.
El aumento y generalización del consumo de leche en los núcleos urbanos de España se remonta al primer tercio del siglo XX, constituyendo un factor clave en la transformación del sector ganadero. Se trata pues de un acontecimiento relativamente reciente. Alicia Langreo afirma que los primeros fenómenos de industrialización en el sector lácteo se produjeron en Cantabria y Cataluña a comienzos del siglo XX y fueron una respuesta al incremento de la demanda generado en las grandes ciudades, que determinó cambios en profundidad en los ámbitos preexistentes de la producción y comercialización.
En Cantabria el proceso de especialización en el ganado bovino fue extenso y continuado desde mitad del siglo XVIII, pasando por diferentes etapas asociadas a las necesidades del momento: desde el ganado de tiro, siguiendo por el de carne hasta llegar al de producción lechera, especialmente a partir de la segunda mitad del siglo XIX, con una orientación comercial progresiva, como apuntan Rafael Domínguez y Leonor de la Puente.
Esta evolución se fundamentó en la interrelación de una serie de factores, entre los que destacan el aumento de la demanda láctea del mercado urbano, la existencia temprana de una red viaria que facilitaba las comunicaciones con grandes centros de consumo (Madrid…), la introducción de razas foráneas de producción intensiva (principalmente la holandesa y la suiza), la cultura reproductora de la cabaña ganadera, la instalación en el primer tercio del siglo XX de pujantes industrias, significativamente Nestlé, Granja Poch, Lechera Montañesa y SAM, la transformación física del territorio (roturaciones para praderías) y legal (apropiación de comunales) y la mejora de los rendimientos.

Reportaje fotográfico de la visita de Alfonso XIII y Victoria Eugenia a la fábrica de “La Lechera Montañesa” en Torrelavega. Fotografías de Samot en La Unión Ilustrada, 1/9/1927
La conformación del distrito agroindustrial

Alfonso XIII recibiendo explicaciones del proceso de pasteurización en “La Lechera Montañesa”. Mundo Gráfico, 1/9/1927
A partir de esta caracterización general y centrándonos en el primer tercio del siglo XX pueden establecerse tres fases en el desarrollo de la ganadería e industrias lácteas en Cantabria. Una inicial, de configuración del complejo agroindustrial lechero, cuyo acontecimiento clave fue el establecimiento de la empresa suiza Nestlé en La Penilla de Cayón en 1905, pues, como subrayan José Sierra y Manuel Corbera, impulsó un conjunto de cambios en la sociedad rural y en el territorio de gran magnitud y en un corto periodo de tiempo. Desde un primer momento tuvo la vocación de ocupar la posición preeminente en el entramado empresarial de la provincia.
Entre los factores de localización destacan los estratégicos y de mercado (como la existencia de una demanda elevada y creciente de harinas lacteadas y la política proteccionista del momento que conllevaba la imposición de aranceles), los productivos (la trayectoria de mejora y especialización de la cabaña ganadera y el potencial productor de leche) y los relacionados con infraestructuras de transporte y ubicación (conectividad ferroviaria, carreteras y disponibilidad de suelo y agua).
Por lo tanto, la demanda industrial incentivó y aceleró la sustitución de la cabaña tradicional por razas foráneas especializadas en leche, siendo la holandesa frisona la preponderante; para su compra el crédito fue el principal instrumento financiero utilizado.Este nuevo horizonte, como ya señalamos en el primero de los artículos que dedicamos a la SAM el año pasado, propició también el cambio de perspectiva del campesino, que pasó a ver en la leche una oportunidad de negocio.
Domínguez y de la Puente, siguiendo a Ernesto Alday, plantean la hipótesis de que Nestlé indujo desde un principio este proceso “con el fin de hacer frente a las nuevas necesidades de alimentación de una cabaña en rápida transformación y difundir de paso la ideología de la pequeña propiedad para inmunizar contra las ideas socialistas a estas modestas familias rurales convertidas en práctico proletariado de pequeños propietarios o arrendatarios al servicio directo de los fabricantes de lacticinios, sus virtuales empresarios”.
La fase intermedia arranca hacia 1914, con el estallido de la I Guerra Mundial. La coyuntura bélica favoreció un notable aumento de la demanda de productos lácteos elaborados. En Torrelavega se fundaron en el año 1916 dos importantes empresas: La Granja Poch, que inicialmente se centró en el envío diario de leche pasteurizada a Madrid, y la Sociedad de Industrias Lácteas, que fabricaba mantequilla, quesos, leche condensada, etc. Por su parte, en el periodo de cinco años que duró la contienda, Nestlé multiplicó aproximadamente por 20 la cantidad de leche recogida y por más de 10 el número de abastecedores. Eran tiempos de bonanza en el que el precio de la leche pagada al productor experimentó una subida considerable.

El general Primo de Rivera visita las instalaciones de Nestlé en La Penilla. Nuevo Mundo, 6/9/1929
Ya en 1926 se creará también en Torrelavega la Sociedad Lechera Montañesa, conocida popularmente como “La Lechera”, cuya línea de elaboración de harina lacteada y leche condensada pretendió constituirse en una alternativa nacional a Nestlé, sin embargo sería absorbida por la compañía suiza tres años más tarde en lo que fue una iniciativa de concentración empresarial para despejar la competencia directa, tendente a lograr una hegemonía absoluta del mercado, el cual monopolizaba prácticamente con cantidades de recogida de leche que rondaban el 70%. Al mismo tiempo, en 1929 Nestlé inauguraba en su fábrica de La Penilla la línea de producción de chocolates con leche.
La ganadería pasó a formar parte del complejo lechero en una condición dependiente, dentro de un proceso de integración vertical inducido por la industria, que acabaría controlando el proceso productivo, el producto y fijando los precios. El resultado sería, por lo tanto,la subordinación de los pequeños productores, territorialmente diseminados, con respecto a las grandes empresas transformadoras, especialmente el grupo Nestlé, como han analizado Domínguez y de la Puente.
El interés estratégico de la industria de disponer de una oferta de leche abundante y estable condujo a tal estímulo de la producción que, cuando a lo largo de la década de 1920 se produjo un reajuste internacional de la producción industrial y descenso en el consumo de elaborados lácteos, se fue generando una demasía a la que no se le podía dar salida, lo que acabaría creando un desequilibrio estructural en el mercado, que las empresas, haciendo valer su supremacía, resolverían imponiendo su posición con respecto a los precios pagados a los ganaderos y con la imposición de tasas de recogida.
La crisis internacional desencadenada en el año 1929 acentuó la retracción del consumo y las ventas de productos lácteos elaborados, lo que agravó aún más la situación del sector. A esta pérdida de ingresos por rebaja del precio muchos campesinos respondieron con un aumento de la producción lechera para hacer frente a los créditos suscritos, lo que en la práctica supuso la retroalimentación del problema de excedentes. Esa imagen gráfica de la burbuja que hemos sugerido estaba ya formada.
Una respuesta a esta situación tuvo ocasión en 1926, con motivo del intento fallido de creación de una cooperativa ganadera que, desafiando el monopolio de Nestlé, englobara desde la producción de materia prima hasta su transformación industrial. El principal promotor fue Ernesto Alday, que era el mayor productor de leche de la provincia de Santander y, al tiempo, el principal suministrador de ganado selecto y director de la Colonia Agrícola “Polders de Maliaño”. En esta tentativa, que fracasaría fundamentalmente por problemas de financiación y los manejos de Nestlé, contó con los que luego serían los promotores, en 1929, de la cooperativa de Sindicatos Agrícolas Montañeses, SAM, Lauro Fernández y José Santos, cabezas visibles de la Federación Montañesa Católico-Agraria.
La etapa final se desarrolla en los años 30 y se caracteriza por el apogeo del conflicto económico y social motivado por la crisis de superproducción y la caída de la rentabilidad de las explotaciones. Bajo distintas denominaciones en función del momento: conflicto lechero, cuestión lechera, pleito lechero, huelga de la leche… ocupó infinidad de columnas en los diarios que se publicaban en Cantabria. Los dos artículos que siguen a este abordan este periodo a partir del estudio de dos estallidos que tuvieron lugar en el verano de 1933 y en la primavera de 1934.
Antes de finalizar trataremos brevemente dos puntos de interés que aportan elementos añadidos para entender el proceso. Se trata del tejido asociativo ganadero y de los recursos institucionales relacionados con el ámbito agroindustrial.
Asociaciones y sindicatos ganaderos
Frente al bloque unido que presentaban las empresas transformadoras, los ganaderos se presentaban divididos en asociaciones y sindicatos con intereses divergentes tanto por el tamaño, orientación de la producción y situación económica, como de la orientación política. Además, el funcionamiento y la oferta de servicios a sus afiliados de cada uno de ellos también era diferente. Las más representativas y protagonistas de este periodo fueron la Asociación Provincial de Ganaderos de Santander, la Federación Montañesa Católico-Agraria y la Federación Montañesa de Casas del Pueblo Campesino.
La Asociación Provincial de Ganaderos de Santander fue fundada en 1917 y agrupaba a las grandes explotaciones ganaderas de la provincia. Funcionó habitualmente a modo de empresa de servicios para sus asociados, a los que facilitaba el acceso a ganado selecto y productos tales como piensos, medicamentos, abonos, maquinaria. A finales de los años veinte se implicó en el conflicto lechero con la solicitud de subida de los precios de recogida y la participación en el Jurado Mixto de Ganaderos y Fabricantes de Productos Lácteos de Santander, aunque no respaldó, llegado el caso, la estrategia combativa del sindicalismo de clase. Algunos de sus socios, entre ellos Ernesto Alday, participaron del proyecto fallido de creación de una cooperativa que pudiera hacer frente al monopolio de Nestlé.
La Federación Montañesa Católico-Agraria agrupaba a decenas de sindicatos agrarios surgidos muchos de ellos en la primera década del siglo XX, promovidos al calor de la doctrina social de la Iglesia católica para la mejora de las condiciones de vida de los campesinos y como medida preventiva, en este caso, contra la difusión del socialismo en el medio rural. Julián Sanz Hoya señala que estaba ligada a los sectores más derechistas de la política montañesa y operaba de modo dependiente del Obispado a través de los consiliarios diocesanos; se integró en la Confederación Nacional Católico-Agraria (fundada en 1917). Desde sus inicios ofrecían a sus afiliados servicios de crédito (sistema de cajas rurales) y seguros mutuos para el ganado.
Tras el fracaso del intento de creación de la Cooperativa Ganadera Montañesa en 1928, impulsó la constitución de la cooperativa lechera SAM, que empezaría a producir en 1932, en un entorno industrial dominado por la factoría de La Penilla. Durante el conflicto lechero de los años treinta mantuvo una posición enfrentada con el sindicato socialista, no solo sobre el terreno (movilizaciones), sino también en las instituciones (Jurado Mixto…).
La Federación Montañesa de Casas del Pueblo Campesino, popularmente conocida como Casas Campesinas, fue promovida a comienzos de los años treinta por Matilde de la Torre. Se constituyó en 1932 con 21 secciones en otros tantos pueblos de Cantabria, fundamentalmente en el área del Besaya y en el del Pisueña (próximas, por tanto, a los principales centros de transformación), con sede social en La Llama (Torrelavega). Estaba integrada en la Federación Nacional de Trabajadores de la Tierra y adscrita a la UGT. Durante la II República fue aumentando su base social, que incluía a pequeños campesinos y a trabajadores mixtos, y capacidad de organización.
Promovieron, sin éxito, el establecimiento de un marco de relaciones contractuales con las industrias en el que estuvieran regulados precios, el suministro, que se eliminaran los “medidores” o intermediarios, es decir, los gestores al servicio de las compañías como primeros compradores de leche y encargados de los puestos de recogida, acusados de prácticas especulativas en sus funciones, etc. El planteamiento trataba de situar al ganadero como un verdadero asalariado frente a las empresas.
Matilde de la Torre nunca contó con excesivas simpatías en el socialismo cántabro, que se mostró, además, receloso hacia las organizaciones campesinas del norte por el componente de pequeños propietarios de sus miembros, como apunta Abdón Mateos. Fue la organización protagonista del pulso sostenido con la patronal lechera en Cantabria en los años 1933 y 1934, cuyo saldo fue netamente desfavorable para los intereses de los campesinos.
El entramado institucional
Durante la II República, independientemente de la orientación más o menos reformista de los diferentes gobiernos, existieron dos organismos de referencia para los actores de la cuestión lechera.
Por un lado, el Jurado Mixto de Ganaderos y Fabricantes de Productos Lácteos de Santander que, como otros Jurados de análoga naturaleza, fueron establecidos a partir de la legislación promovida por el ministro Largo Caballero a finales de 1931, eran herederos del modelo corporativo establecido durante la dictadura de Primo de Rivera. Se definían legalmente como “instituciones de derecho público encargadas de regular la vida de la profesión o profesiones y de ejercer funciones de conciliación y arbitraje”. Su composición, fijada por el Ministerio de Trabajo, era paritaria y reunía a representantes del sector ganadero y del industrial. Se encargó de fijar el precio de la leche y de la regulación de las tasas de recogida (establecimiento de cupos o cantidades por parte de las empresas en tiempos de acumulación de excedentes). Entre la representación ganadera se produjeron serios problemas entre las asociaciones a la hora de acreditar la participación, lo que responde a las diferencias profundas existentes.
Por su parte, la Comisión Mixta Arbitral Agrícola actuó como un tribunal de apelación en caso de recurso contra las disposiciones del Jurado Mixto, con intervención concreta en asuntos de precios y tasas de cantidad, en el que se debatían informes y adoptaban resoluciones, algunas de ellas de especial relevancia.
En la práctica, este entramado institucional careció de la capacidad para compensar el desequilibrio de fuerzas existentes en el distrito agroindustrial, mostrando una falta de operatividad en el abordaje de los problemas más agudos que se plantearon. La dilación en la resolución de alguno de ellos respondió a la displicencia de la parte más poderosa, más interesada en la aplicación de la normativa de orden público que en el establecimiento de un acuerdo marco, asimilable al de otros países del entorno, y a la debilidad de los gobiernos de la República a la hora de hacer cumplir las disposiciones legales a las empresas.
El papel de los gobernadores civiles de la provincia fue de especial relevancia a la hora de dar salida a los conflictos planteados, adoptando un doble papel: por una parte, agentes de autoridad. y por otra, mediadores para propiciar la vuelta a la normalidad.
SIGUE EN : El pleito lechero de 1933 en Cantabria
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