Arte forjado

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Hasta hace no mucho tiempo, la escultura en metal, no digamos si en hierro, fue considerado un arte menor, que no podía competir con obras escultóricas en mármol o piedra, incluso en madera. Se diría que hoy ha alcanzado el reconocimiento merecido. No debe pasarse por alto que no fueron pocos los artistas modernistas, que forjaron sus obras en hierro, y que con ellas lograron notoriedad. Como sea, esas obras ahí están, y a sus autores no les han faltado seguidores.

Una de las obras de Julián Rodríguez Anaya

Uno de ellos es Julián Rodríguez Anaya, de raíces extremeñas, y con fuertes y profundos vínculos en Liébana. En la Torre del Infantado, de Potes, capital de la comarca lebaniega, donde permanecerá hasta finales de junio, expone una colección de piezas en hierro, bajo el epígrafe de FERRVM.

Según declara en el catálogo, fue sujeto y objeto de una revelación cuando conoció El Profeta, escultura de grandes dimensiones del pintor y escultor Pablo Gargallo. Y a lo largo de los años, sin prisas, fue elaborando una obra, en un proceso creativo minucioso, que reúne varias decenas de esculturas, de las que no se ha desprendido, después de distintas exposiciones en los últimos años.

El primero de sus trabajos que conocí fue el “Don Quijote”, monumento que preside el centro de la localidad castellano-manchega de Esquivias (Toledo). Y ahora he tenido la suerte de contemplar su producción artística.

La obra expuesta en Potes alterna diferentes temas: una “Sagrada Familia”; “pájaros”; “tañedores de campanas”; “Santo Toribio de Liébana (en la foto); “Dédalo cerca del sol”; figuras familiares…y una serie de quijotes de pequeño y medio formatos, protagonista de diferentes pasajes de la obra magna cervantina, a los que no les falta detalle. Y todo en hierro, material, en el que el expresionismo se compadece con el cubismo, sin perjuicio para un esquematismo abstracto. Estilos, en los que el artista deja constancia de un oficio avezado, que no es el que ejerció profesionalmente como enseñante, pero en el que también es maestro.

Mas no solo es oficio y buenas prácticas escultóricas lo que exhibe Julián Rodríguez Anaya en su obra. Si así fuera, el autor se mostraría como un excelente y preciso artesano, lo que no sería poco. Es más: en cada escultura proyecta ideación, imaginación, de modo que en el hierro se trenzan, con toda suerte de objetos reales, símbolos y alegorías, fácilmente reconocibles. Y algo más: no solo trata el hierro, sino que, además, con él, en varias de sus piezas trata también el espacio.

En la estela de Pablo Gargallo, los huecos en la escultura propician que no se tenga muy claro si es la materia la que ocupa el espacio, o es este el que ocupa a aquella. Ejemplo de ello es “El Crucifijo” o “Santo Toribio o “Los tañedores de campanas”.

Así, el artista dota al hierro de una libertad, por la que el espacio no es solo un “lugar”, en el que está, sino también por el que se mueve. A esculturas más esquemáticas, de aparente mayor sencillez, figuras estilizadas, les infunde animación, caso, entre otros, de “Don Quijote tocando el piano”, con dislocado movimiento, que desmiente la rigidez del hierro.

En cada una de las obras puede extraerse cuánto hay de ideación en el proceso creativo con resultado de una estética, tan expresiva como significativa. O, lo que viene a ser lo mismo, con resultado de obra de arte. Forjada.

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