María Blanchard, la pintora

María Blanchard protagoniza el perfil de este mes en 'Mujeres desde el Cantábrico', la serie que se publica cada día 8 de cada mes para dar visibilidad a mujeres relevantes en la historia de Cantabria
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María Blanchard no es una persona que requiera presentación alguna, especialmente en Cantabria, donde su nombre está referido en colegios o calles, pero, al contrario que sucede con algunas mujeres que se han asomado a esta sección, el abuso que se ha realizado de su parte biográfica ha desbordado su gran valía como pintora.

Su obra ‘La comulgante’ es realmente reveladora de quién es ella a todos los niveles, tanto personal como profesionalmente. Este cuadro fue iniciado en 1914, pero no lo retoma hasta 1920. Entre ambos años, María ya había iniciado sus estudios de arte en Madrid con alguno de los mejores profesores del momento, consiguiendo incluso algunas menciones importantes en exposiciones que se iban realizando en la capital.

Su viaje a París en 1909, becada por la Diputación de Santander y el Ayuntamiento, supone para ella la libertad tan ansiada. Su infancia había transcurrido, como la niña de su cuadro, dentro del ambiente de la nueva burguesía del momento entre Cantabria y Madrid, adornada con toda la parafernalia. Al igual que ella, la mirada de María es triste y perdida puesto que el estar atrapada en un cuerpo que escapaba de la norma, le generaba un sinfín de cotos vedados.

El cuadro es expuesto con motivo del Salón de los Independientes de 1921, donde la crítica lo recibe con gran entusiasmo: se trata de un cuadro complejo dentro de su aparente sencillez, de un gran hermetismo, que refleja una fina ironía de la sociedad española de principios del siglo XX.

Durante su estancia en París, una vez olvidado el dolor de haber tenido que abandonar su plaza de profesora en Salamanca, por las constantes burlas y humillaciones recibidas por su condición física, se asienta definitivamente en la ciudad francesa y va acelerando su vanguardismo, tomando referencias de todos aquellos que la rodeaban y poniendo su originalidad en cada una de sus obras.

En 1927, poco después de realizar ‘La comulgante’ y ya anticipado en este lienzo, se acentúa su misticismo y religiosidad, en parte debido a la muerte de su amigo Juan Gris. Aunque en los últimos años se habían distanciado, se sume en un profundo abatimiento que la lleva a intentar entrar en un convento o a llevar el mismo vestido día tras día, en su empeño de austeridad y modestia.

A pesar de todas las dificultades personales y profesionales, es una trabajadora incesante que nunca deja de pintar; será la pionera de toda una futura generación de mujeres artistas, a pesar que que gran parte de su producción queda en manos de su familia, tras litigios con su galerista, por lo que será complicada de ver y estudiar hasta varios años más tarde cuando instituciones como el Reina Sofía le comienzan a dar difusión.

Uno de los más bellos homenajes que recibió fue la conferencia pronunciada por García Lorca en el Ateneo de Madrid, poco después de su muerte, en 1932.
“ (…) Querida María Blanchard: dos puntos… dos puntos, un mundo, la almohada oscurísima donde descansa tu cabeza… (…)”

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