Laura Díaz, con discapacidad física del 91%: «estamos a años luz de que Cantabria sea accesible”

Enumera las dificultades de las playas cántabras, que no cuentan con una buena adaptación de sus rampas, aseos, zonas de solárium, asistencia para el baño, a lo que se suma la situación provocada por el Covid-19
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Laura Díaz Portilla, una joven cántabra de 33 años con discapacidad física del 91% denuncia la situación de las playas de Cantabria, donde si la comunidad ofrecía pocas playas adaptadas antes del Covid-19, muestra que la situación ahora la deja con solamente una playa adaptada a sus necesidades y con cita previa.

Laura padece un síndrome poco conocido denominado AMC (Artrogriposis Múltiple Congénita). Nació con malformaciones en las articulaciones de brazos y piernas por lo que su movilidad autónoma es muy reducida y es dependiente de su silla de ruedas eléctrica y de la ayuda de una tercera persona para muchas de las tareas diarias.

“A pesar de mi discapacidad y mi dependencia soy una mujer muy independiente con una vida plena y feliz tanto personal como profesionalmente” muestra Díaz Portilla. En 2010 se licenció como Ingeniera Informática en la Universidad de Cantabria y desde 2011 trabaja como IT Analyst en Santander Global Tech, la sociedad tecnológica del Grupo Santander. Además, en 2016 se casó y tuvo una hija.

“Pese a esta vida idílica no soy todo lo feliz y dependiente que quisiera, pues evidentemente mi situación me limita y, además, en este país queda tanto por hacer” señala Laura, que se ve en la obligación de denunciar “por mí, y por todos aquellos que pueden estar pasando por lo mismo que yo: la accesibilidad tan poco lograda de este país”.

En concreto, ha querido centrarse en su provincia, Cantabria. “No existe en el mundo nadie más orgulloso de su tierra y sus gentes que yo, pero eso no nubla mi objetividad, estamos a años luz de que sea accesible” lamenta la ingeniera.

Y señala que este verano se ha encontrado con un escenario “insólito”. No sólo porque estamos en medio de tiempos de incertidumbre y desconcierto con esta “nueva normalidad” que ha supuesto el Covid-19, sino porque “si antes de la pandemia los servicios para las personas con discapacidad eran escasos, ahora, con esta situación son casi nulos”.

Laura Díaz explica que “como cualquier familia con hijos pequeños, a mi marido, mi hija de 3 años y a mí nos encanta disfrutar del verano, la playa, el mar… y más aún en estas maravillosas playas que tengo suerte de poder ver y contemplar a diario, pero no es tan bonito todo como parece”. “En situaciones normales, no llegan a una decena las playas accesibles en Santander, pero tras el Covid-19, esa casi decena se ha convertido en una sola playa accesible y con cita previa” señala.

Por ello, pone en evidencia una situación que no sólo le restringe el acceso y baño a una sola playa,” sino que además debo reservar mi asistencia al baño”.

La pasarela es de paso, no para quedarse

Este tipo de baño asistido consta de la existencia de sillas de ruedas anfibias (para los accesos al agua) en el puesto de los socorristas. Cuando una persona con movilidad reducida desea bañarse, avisa a éstos, que se acercan con una de estas sillas hasta donde se encuentre la persona discapacitada, la ayudan para sentarse en esa silla y la llevan al agua. El trayecto se hace por la arena donde la pareja de socorristas va tirando de la silla hasta el mar. Una vez dentro, pasean a la persona en la silla hasta que ésta decide salir y la llevan de nuevo a la arena.

“En mi caso, solía pedirles que me bajasen de la silla para nadar un rato y después, cuando quisiera salir de nuevo, les avisaba (evidentemente yo desde el agua no podría avisarles, lo tendría que hacer algún familiar o acompañante)” muestra Laura. Tras salir, llevan a la persona a una de las duchas para limpiar el salitre, aclararse y después volver a su sitio.

Pero según la joven “este servicio actualmente (y corroborado ayer por los socorristas de la playa de El Camello, en Santander) está sólo disponible en la playa de Los Peligros de Santander y sólo con cita previa”

PASARELAS INACCESIBLES A LAS PLAYAS

Por otro lado, muchas de las playas de la comarca cuentan con una pasarela de madera para los accesos a las playas. Estas pasarelas, en sus inicios, se colocaban para facilitar los accesos a los arenales a los usuarios en sillas de ruedas, pero en la actualidad la realidad es bien distinta. “Esas pasarelas son utilizadas por todos los usuarios sin distinción de silla o no y sin preferencia para los que realmente las necesitamos” lamenta Díaz Portilla.

Considera que “estas pasarelas de madera se han convertido en un ir y venir de gente a todas horas y en todo momento sin mascarilla y sin distancias de seguridad, y yo no puedo garantizar la seguridad con nadie, pues lo único que tengo para estar en los arenales son esos escasos metros de pasarela por la que circula todo el mundo y de la que puedo ni salir ni moverme por ella”.

Estas pasarelas son lo único “accesible” que queda en las playas de la ciudad (exceptuando la mencionada de Los Peligros) al suprimir las otras pocas que sí contaban con el baño asistido: no hay baños accesibles, ni duchas accesibles, ni baño asistido, ni zona para dejar las sillas de ruedas… “¿Es mucho pedir que se preste atención a las necesidades de todo el mundo?” cuestiona.

Y se pregunta si “¿es tan difícil reservar una zona “tranquila” para poder jugar con mi hija (que recuerdo que tiene 3 años y aún es pronto para entender ciertas cosas) sin la mirada increpante y curiosa de todos los que pasan una y otra y otra vez por los tablones de madera?”

“DEBERÍAN PREOCUPARSE POR MEJORAR LA CALIDAD DE VIDA DE LAS PERSONAS QUE VIVIMOS AQUÍ”

Asimismo, escasean las playas que cuentan con una zona de solárium (zona ensanchada a un lateral de esa pasarela de paso con techo de madera para poder estar con la silla de ruedas o para dejarla ahí si se desea bajar a una toalla en la arena). En Santander solo una playa cuenta con ello, la playa de Los Peligros ya mencionada.

En vista de este problema de escasez de servicios, Laura se propuso “mirar y comprar yo una silla de este tipo para uso personal, pero claro, además de que tienen un precio que superan los 1800 euros, está el inconveniente de que es tan grande que sería inviable llevarla en ningún automóvil”. Además, recuerda que todo esto es algo que no sufre solamente ella como discapacitada y usuaria de silla de ruedas, sino también su familia y amigos.

Laura pone el foco también en las Administraciones, que “antes de preocuparse por los atractivos turísticos y por querer “embellecer” algo que ya era en sí bello (haciendo alusión a la última obra de pintado del Faro de Ajo por Okuda), debe estar la preocupación por mejorar la calidad de vida de las personas que vivimos aquí”.

En definitiva, con esta denuncia pretende dar visibilidad a este problema, crear un punto de inflexión en la sociedad para que se los permita realizar tareas tan cotidianas como pasar un día tranquilo de playa con la familia, poder jugar en la arena con su hija o poder darse un baño sin que suponga un hecho insólito (e imposible muchas veces).

“Me encantaría que de una vez por todas se tomase conciencia y se diese soluciones a este gran problema: acceder a establecimientos con escaleras (la mayor parte de los establecimientos de la comarca), intentar encontrar a un servicio público accesible (realmente), aparcar en Santander cuando todas las plazas de discapacitados están ocupadas con vehículos que poseen tarjetas de estacionamiento para personas con movilidad reducida pero que difícilmente en ese vehículo entra una silla de ruedas (por muy plegable que sea), etc” concluye Laura Díaz Portilla.

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