“No todo lugar, por el hecho de existir, es susceptible de ser intervenido artísticamente”

La Asociación para la Conservación de la Arquitectura Tradicional ‘Tajamar’ elabora un informe sobre los efectos negativos de la obra de Okuda en el Faro de Ajo
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La Asociación para la Conservación de la Arquitectura Tradicional ‘Tajamar’ ha elaborado un informe sobre los efectos negativos de la obra de Okuda en el Faro de Ajo, en un proyecto con fines turísticos que han impulsado el Gobierno de Cantabria, el Puerto de Santander y el Ayuntamiento de Bareyo.

El proyecto ha levantado multitud de críticas que inciden en su impacto sobre el paisaje, en el deterioro del patrimonio y en la entrega a un modelo de comunidad basado en el turismo, y, dentro del turismo, el menos sostenible.  Izquierda Unida lo ha llevado a la Fiscalía

El mismo Académico de la Real Academia de Bellas Artes de San Fernando, Marchán Fiz, explica que, desde el punto de vista artístico, “el Faro de Cabo de Ajo, ideado en los umbrales del siglo IXX y proyectado e inaugurado en 1930, pertenece a una familia de estilos que se remonta al siglo XIX, y se articula como un basamento y una torre circular con dos anillos”.

Avanza el pintado del faro (Fotos: Okuda/Instagram)

Para el catedrático, “los rasgos compositivos y artísticos que lo encumbran como patrimonio arquitectónico e histórico de Cantabria son frutos maduros de su fascinante verticalidad, de su implantación única en la tipografía del lugar (hoy invadida por una urbanización caótica), y de su carácter compacto”.

Marchán Fiz señala que teniendo en cuenta su carácter artístico, es muy llamativo cómo “el volumen y sus rasgos arquitectónicos serán disueltos en 72 colorines que atentan no sólo contra la normativa vigente, sino también contra el sentido común y las formas que lo caracterizan”.

El proyecto “es un canto a la insensibilidad estética y el populismo artístico reñidos con el patrimonio arquitectónico” lamenta el académico, que apunta a que “con los valores históricos de esa Cantabria que llaman infinita, con este tipo de obras se acerca a una Cantabria de una modernidad gaseosa”.

“LA INGENIERÍA ES ENEMIGA DEL ADORNO”

Por su parte, el Ingeniero de Caminos, Canales y Puertos Ezequiel San Emeterio considera que “la ingeniería es enemiga del adorno, residiendo su belleza en el rigor y sus líneas de verdad que no deben quedar escondidas ni camufladas” ya que, como asegura “el diálogo cromático del faro y la naturaleza son elementos claves”.

Y se esfuerza por destacar el valor histórico de estos edificios repartidos por las costas de toda España. Desde la entrada en vigor de la Ley de Puertos y Marina Mercante de1 992, los 187 faros apostados en las costas son competencia de las Autoridades Portuarias, responsables de su conservación y del mantenimiento del servicio. Ahora que existen elementos tecnológicos más avanzados en los sistemas de orientación marítimos, algunos faros han sido utilizados como centros de carácter cultural o formativo.

Destaca como ejemplo, la utilización de parte de las dependencias del faro de Cabo Mayor como un Centro de Arte, que recoge los fondos del artista Santanderino Eduardo Sanz, que dedica gran parte de su vida y obras a las olas y los faros.

“Estas torres marítimas, hoy relegadas a un papel secundario, son testigos de un tiempo pasado y joyas de nuestro patrimonio histórico, obras públicas que destacan por su robusta ingeniería, su portentosa presencia paisajística, su majestuosa soledad o su vertical geometría” enumera el ingeniero.

En ellas indica que “el diálogo cromático del faro y la naturaleza son elementos clave”. “Este faro es a día de hoy uno de los mejores exponentes de todo ello, mostrando que la ingeniería es enemiga del adorno, quizás por estar asociada al dimensionamiento estricto que satisface a la función que se le atribuye” concluye San Emeterio.

“HAY QUE SALVAR EL VERANO”

Arquitectos como Antonio Bezanilla se han sumado a la crítica de esta obra, que pone en duda “la necesidad de ornamentar este edificio”. ¿Es necesario que un edificio concebido, proyectado y construido para ser de una determinada forma, volumen y colorido, tenga que ser “maquillado” años después para ofrecer otro aspecto, por mucho que las modas de ese futuro parezca que llevan inevitablemente la acción ornamental?, ¿Hay una obligación real para abordar esa decoración superpuesta?” se pregunta el arquitecto.

Los edificios blancos, generalmente adscritos a esa arquitectura del Movimiento Moderno, “no fueron proyectados y construidos para ser receptores en sus fachadas de todo tipo de decoraciones futuras bienintencionadas que pretendiesen mejorar su imagen, sino que su fachada es y fue blanca porque se quiso que fuera blanca” explica Bezanilla.

Así, Bezanilla concluye que “quizá convenga pensar que la estética en la arquitectura no debe surgir de los ornamentos superpuestos y caprichosos, sino que la belleza está en las proporciones y en la imagen de la idea original de autor”.

Por otro lado, Luis Azurmendi, también arquitecto, considera que “el faro es un hito donde la rasa marina se rompe en los impresionantes acantilados del Cabo de Ajo. Los valores del faro y del lugar son dependientes uno de otro, porque el faro está ahí por valores estratégicos y el Cabo se ha popularizado por la existencia del faro”.

“Es una pintura ciertamente llamativa, algo estridente, más propia de un medio urbano reivindicativo y no de un medio rural con las características descritas” asegura Azurmendi.

Para el arquitecto, “cualquier obra nueva, y el mural lo es, debería de integrarse como un elemento más del conjunto que define el lugar”, por lo que “no debería ser la protagonista cuyo lenguaje subordine al del resto de elementos. Y hay otros efectos negativos, como es la vocación de permanencia. Sería otra de las exigencias, además de la modestia y el respeto, el lograr un carácter efímero para su permanencia” indica Azurmendi.

Otro de los arquitectos que se han sumado a este manifiesto es Moisés Castro Oporto, que ha subrayado como “imprudente” que el ejemplo público sea de este cariz “mientras se limitan las obras privadas sobre edificios protegidos, sometiendo todas las actuaciones, incluso las menores, a largos trámites para garantizar la protección”. “En esta ocasión parece que no hay trámite ni garantía que se resista al ímpetu de la propuesta, hay que salvar el verano” recalca Castro.

“Si fomentamos el turismo instantáneo, por lo menos hagámoslo con caducidad, fresco. Así será un extra positivo y no la hipoteca de los valores inmanentes de nuestro patrimonio” señalaba el arquitecto, que proponía que la obra durase unos dos o tres años, en contraposición a los 8 que permanecerá el faro pintado por Okuda.

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