La bodega de los tuppers

Sn terraza y sin poder usar su amplio comedor, El Figón, un local de toda la vida, deriva sus menús de comida casera y tradicional al formato de local y recoger
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La calle Cisneros no es el Barrio Pesquero. Pero ahora somos un poco turistas en nuestras ciudades, descubriendo los cambios en lo que conocíamos desde críos.

Desde hace unos días, cuando llegan las diez de la mañana, Alejandro sale a la acera a tratar de captar la atención del que pasa por allí para que conozca sus platos.

Un poco como en el barrio marinero, cuando, tirando de carisma, te invitan desde fuera a que entres a conocer sus paellas, sardinas o mariscadas.

Con un matiz: aquí no te invitan a entrar, porque ahora no nos invitan a entrar a ningún sitio. Pero si a que tengamos en cuenta que tienen tuppers para llevar.

“Con esto de que nos cierran, ahora lo que hacemos es comida para llevar, y ponemos, por ejemplo, una paella recién hecha por 4 euros; o si quieres un primero y un segundo, una paella y unas costillas al horno, te cuestan 6,90 euros con un trocito de pan; y tenemos postres caseros, si quieres un postre, (un flan casero, un pudin de queso) pues 1 euro más”, explica Alejandro a EL FARADIO. Aparte, suman raciones

Hablamos de El Figón, en la calle Cisneros. Uno de esos sitios que está a la vez en el centro y la vez en la rampa de salida del corazón de la ciudad. Es ese Santander interior, el que no está en primera línea: pero a pocos metros vemos la Plaza de la Esperanza, y si siguiéramos andando, llegaríamos a la escuela de idiomas, al colegio Cisneros, a la Vorágine.

“Por este precio, es mejor que cocinarlo en casa, cagüenzdiez. Carisma no le falta a Alejandro, que junto a su socia y hermana, lleva ahora el negocio familiar, lo cogieron de sus padres y lo han llevado a las redes sociales: una bodega, un bar, en los últimos tiempos, un restaurante con más espacio del que seguro que recordamos (entrarían 100 personas), y una pensión que se ha convertido en un buen refugio para ellos y para quienes recurren a ello, trabajadores de obras u otros oficios, de paso por la ciudad, y otros, recurrentes, “los pobres, ahora nada”, de los que se acuerda Alejandro varias veces en nuestra breve conversación.

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