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«En verano sólo podíamos asomarnos a la ventana a tomar el sol»

Tertulia con tres trabajadores esenciales para ver cómo han vivido este duro 2020 y con qué sensaciones afrontan el 2021.
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Al poco de comenzar la pandemia surgió la idea de salir a aplaudir a los profesionales sanitarios por el gran esfuerzo que se vieron obligados a hacer para tratar de paliar los efectos de un virus que se propagó a toda velocidad. Era marzo y ahí se dio comienzo a una experiencia que nos ha llenado de dolor e incertidumbre, de cansancio y ansiedad.

2020 será recordado como uno de los años más extraños que nos haya tocado vivir, lleno de restricciones a unas libertades que creíamos intocables. Pero también es un año en el que se ha podido reivindicar la vital importancia de los servicios públicos para tratar de hacer que las cosas no vayan a peor.

Por eso, en esta última semana de nuestro programa de radio en Arco FM, hemos querido hacer un balance de 2020 desde perspectivas diversas. En primer lugar, las de los trabajadores esenciales. Hemos reunido en una tertulia, telemática, como llevamos haciendo desde ese fatídico marzo, a tres trabajadores de los servicios públicos más básicos. Una es trabajadora de una residencia, Marian Suero, otro es Javier Diego Cayón, que es enfermero en la unidad COVID del Hospital tres Mares de Reinosa, y la tercera es Ruth Ruiz, profesora de Filosofía en el IES Manuel Gutiérrez Aragón de Viérnoles, en Torrelavega.

Son conscientes de que esto aún no está superado. La vacuna está a punto de comenzar a ser distribuida, pero la pandemia sigue con nosotros. Y eso significa que ellos van a seguir teniendo mucho trabajo. Javier afirma que, de todos modos, lo de la segunda ola no es lo mismo que lo de la primera, porque ahora cuentan con más medios, materiales y humanos, y eso hace que puedan soportar la presión mucho mejor. «En la primera ola no teníamos equipos de protección, y nos contagiábamos los profesionales, incluido yo mismo, que tuve que estar ingresado».

Aún así, estima que a la administración «le quedan muchos deberes por hacer». Por ejemplo, que el hecho de contagiarse del virus todavía está considerado «como un accidente laboral y no como enfermedad profesional». Cree que es necesario hacer un seguimiento del estado del personal que se contagia, por controlar si aparecen secuelas físicas, pero también las psicológicas.

Marian incide mucho en que no puede ser que se señale a profesionales de estos sectores tan sensibles de que haya contagios. Se les exige mucho y cuesta muy poco ver mensajes donde se les criminaliza, cuando «tomamos todas las medidas de precaución que hay que tomar». Es más, ni siquiera en verano se tomaban un respiro, pese a que las medidas restrictivas eran más laxas que ahora. «Sólo podíamos asomarnos a la ventana a tomar el sol». Y se refiere a cuando estaba en casa. Todo por evitar poder llevar la COVID-19 a su centro de trabajo.

Se siente afortunada porque ella trabaja en una residencia donde no ha habido casos ni en la primera ola ni en la segunda, pero eso no significa que no sientan la presión y que se tengan que apoyar entre las trabajadoras para que no decaiga el ánimo y puedan cumplir sus funciones tan bien como siempre.

Ruth no entiende que se pueda tener ese comportamiento y acusar a quien trabaja todos los días de cara a la enfermedad, con un fuerte riesgo de sufrir un contagio. Precisamente por ser personal que tiene unos protocolos muy concretos a los que ceñirse en su actividad profesional, y que se han dedicado durante todos estos largos meses a salvar vidas.

Y después aprovecha su turno para hablar de su alumnado, del comportamiento ejemplar que han tenido ellos. Otro colectivo, el de los jóvenes o adolescentes, que también ha sufrido en numerosas ocasiones la estigmatización por actitudes que no parecían mayoritarias, sino puntuales, pero que provocan que todos sean señalados. Y se está viendo que los centros educativos no están siendo grandes focos de contagio.

«Las partidas de cartas en los bares no las juegan chicos de 17 años», contesta Javier. Las actitudes descuidadas no son propiedad de los jóvenes, sino que se producen «en todas las edades», dice Ruth. Y Marian añade que «he visto en verano a muchos jóvenes hacerlo muy bien y a muchos adultos hacerlo muy mal».

Para 2021, la palabra clave es ‘vacuna’. «La única forma de volver a algo parecido a la normalidad es que la vacuna llegue y funcione», según Marian. Se refiere a la normalidad dentro de las residencias y fuera, porque las normas especiales relacionadas con el Coronavirus van a seguir en su trabajo por un tiempo.

Javier cree que aún nos quedan meses malos, «enero, febrero y a lo mejor marzo». Aunque el antídoto funcione, cree que «en 2021 tendremos que seguir con medidas restrictivas y ya nos dirán los indicadores sanitarios» cuándo se puede ir poniendo fin a todo lo que estamos viviendo.

A Ruth le parece esperanzadora la llegada de las vacunas, pero no confía demasiado que vayamos a salir mejores. «El miedo no nos hace mejores nunca», comenta. Valora los movimientos de colaboración que han surgido, como los de la Red Cántabra de Apoyo Mutuo o, simplemente, el esfuerzo de las familias para intentar que las cosas fueran mejor. Pero recuerda, en sentido contrario, a los denominados «policías de balcón» que critican a menudo sin conocer bien la realidad que están criticando.

Y a 2021 le piden también una mayor consideración por parte de la Administración. «Se necesita una preocupación más real y no sólo de cara a los medios de comunicación», pide Marian. Y que los que toman decisiones pisen más el terreno para conocer mejor las problemáticas que existen y sobre las que deben decidir después.

Javier señala con claridad que «la atención primaria es la gran asignatura pendiente». En los hospitales, cree que la clave está en tener empleo público suficiente para cubrir las eventualidades que puedan surgir. Es la mejor manera de estar cubiertos ante algo que se salga del guion como ha sido esta pandemia.

Ruth reclama «respeto» para el personal educativo. No sólo para los docentes, sino para todas las personas que trabajan en los centros, que no son todos profesores. Y que se regulen las posibilidades que puedan surgir, como tener que hacer el curso de manera semipresencial o de forma telemática, algo que no está sucediendo, pero que todavía no se puede descartar completamente.

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